Amables lectores:
Creo que estarán de acuerdo
conmigo en que nuestras preferencias literarias están siendo influenciadas cada
vez más por quienes dirigen la opinión mediática. Leemos al escritor de
moda, al nobel, al último bestseller,
al que todo el mundo comenta. Poco importa que los méritos de las obras
reseñadas sean cuestionables. Hay que leerlas para estar in. Los magníficos escritores del pasado ya no cuentan; han quedado
en eso, en el pasado. Ya nadie los lee. Y lo mismo pasa con magníficos autores
contemporáneos que no tienen prensa o no alcanzan el favor de la crítica.
Ante esta realidad, y como
es apenas lógico, la puja de los escritores por lograr atención mediática y
conseguir así el favor de los lectores, es manifiesta. Para mí, que me
desenvuelvo en los círculos literarios, es evidente esa febril
ansiedad, ese afán que percibo en muchos de ellos por lograr que sus obras
sean reseñadas por los columnistas de moda, por alardear de sus premios y
reconocimientos, y por tratar de minimizar y menospreciar a
la menor oportunidad las obras de quienes consideran rivales o no comulgan con
sus ideas.
Sí, amigos lectores, el
medio literario no se distingue precisamente por su modestia, ni por la
sinceridad y generosidad para con sus colegas. Desde luego, existen valiosas
excepciones, pero son eso, excepciones. De allí que siempre me haya sorprendido
que algunos excelentes escritores hayan optado por quedarse en la sombra
y no firmar sus obras, y en algunos casos hasta permitir que otro las
firme. Siempre me he preguntado: ¿qué motiva a un escritor a quedarse en el
anonimato? ¿Por qué esa falta absoluta de vanidad? En los tiempos que
corren es muy difícil encontrar ejemplos de semejante actitud, para
hallarlos debemos adentrarnos en el pasado.
Podríamos retroceder hasta las cuevas de Altamira en Cantabria, para encontrar ejemplos de autores anónimos, pero no tenemos que irnos tan lejos: El lazarillo de Tormes, El flautista de Hamelín, Dick Turpin, Robin Hood, El cantar de Roldán, El Código de Hammurabi, Las mil y una noches, el Romancero, La Kalevala, El Cantar del Mio Cid o Calila y Dimma, son obras anónimas que han superado el filtro del tiempo.
La ilustración del diablo en una de sus páginas fue lo que le valió el famoso apodo de Biblia del Diablo. Se desconoce su autor, aunque algunos la atribuyen al monje Hernan, “el recluso” del monasterio benedictino de Podlazice (en Chrudim, centro de la actual República Checa).
Podríamos retroceder hasta las cuevas de Altamira en Cantabria, para encontrar ejemplos de autores anónimos, pero no tenemos que irnos tan lejos: El lazarillo de Tormes, El flautista de Hamelín, Dick Turpin, Robin Hood, El cantar de Roldán, El Código de Hammurabi, Las mil y una noches, el Romancero, La Kalevala, El Cantar del Mio Cid o Calila y Dimma, son obras anónimas que han superado el filtro del tiempo.
Pues bien, hoy voy a hablarles precisamente de una de las obras anónimas del pasado, a mi parecer más sugestivas y enigmáticas: el Codex Gigas, o Libro Grande, en latín, conocido popularmente como El Código del Diablo, La Biblia del Diablo o El Códice de Satanás, un antiguo manuscrito en pergamino, creado a principios del siglo XIII. Un libro perfecto de principio a fin realizado a durante décadas y tan voluminoso que una persona por sí sola no podría cargarlo. Su enorme tamaño está en consonancia con el de las Biblias que se manufacturaban en Europa en los siglos XI y XII y que pretendían con su tamaño poner de manifiesto la importancia de los textos sagrados.
La ilustración del diablo en una de sus páginas fue lo que le valió el famoso apodo de Biblia del Diablo. Se desconoce su autor, aunque algunos la atribuyen al monje Hernan, “el recluso” del monasterio benedictino de Podlazice (en Chrudim, centro de la actual República Checa).
El libro se encuentra en excelente estado de conservación
y es el manuscrito medieval más grande conocido (92 cmx 50,5 x 22 cm), tiene
624 páginas y pesa 75 kg. Pero es su contenido lo que lo distancia de las
típicas biblias manuscritas de la época y lo que hace de este manuscrito un
volumen especial, único y enigmático En las letras capitales y en las
ilustraciones -recreadas con tremenda maestría- se utilizaron tintas animales
de color rojo, azul, amarillo, verde y oro. Entre estas ilustraciones está la
que ha hecho famoso al Codex: una figura del diablo en la que se lo muestra
como un personaje con cuernos, mitad hombre mitad monstruo, una espeluznante
lengua roja bífida y los brazos levantados en actitud de abalanzarse. Esta
figura demoníaca, un tanto caricaturesca, que aparece entre sus páginas sin
ninguna justificación, es por demás extraña en un libro que contiene varios
textos sagrados.
El Codex tiene además del Antiguo y el Nuevo Testamento, las traducciones latinas de Flavio Josefo; las antigüedades judías y La guerra de los judíos; las etimologías del arzobispo San Isidoro de Sevilla; ocho tratados sobre medicina, cinco de origen griego que fueron lectura obligatoria para los estudiantes de medicina en Italia y se convirtieron luego en textos de medicina en toda la Europa medieval, y otros tres, dedicados a medicina práctica, escritos por Constantino el Africano, un monje benedictino de mediados del siglo XI. Todos esto mezclado con leyendas y cuentos cortos, curas medicinales, conjuros y encantamientos mágicos. Un peculiar puzzle que recogió en su día variados textos sobre temas de la época, y que según Christopher Hamel, profesor de Cambridge, “convierten esta obra en un objeto de lo más peculiar, extraño, fascinante, raro e inexplicable”.
El Codex tiene además del Antiguo y el Nuevo Testamento, las traducciones latinas de Flavio Josefo; las antigüedades judías y La guerra de los judíos; las etimologías del arzobispo San Isidoro de Sevilla; ocho tratados sobre medicina, cinco de origen griego que fueron lectura obligatoria para los estudiantes de medicina en Italia y se convirtieron luego en textos de medicina en toda la Europa medieval, y otros tres, dedicados a medicina práctica, escritos por Constantino el Africano, un monje benedictino de mediados del siglo XI. Todos esto mezclado con leyendas y cuentos cortos, curas medicinales, conjuros y encantamientos mágicos. Un peculiar puzzle que recogió en su día variados textos sobre temas de la época, y que según Christopher Hamel, profesor de Cambridge, “convierten esta obra en un objeto de lo más peculiar, extraño, fascinante, raro e inexplicable”.
Su origen, como ya lo mencionamos, es
incierto, pero hay quienes creen en la veracidad de esta leyenda:
Estamos en 1230. En una mazmorra oscura y fría de un remoto convento benedictino de la antigua Checoeslovaquia, un monje joven purga en solitario la condena impuesta por sus pecados. ¿Cuáles fueron estos? La leyenda no lo dice, pero de seguro infringió alguno de los rígidos votos de pobreza, castidad y obediencia de la orden, o incumplió los pesados sacrificios de ayuno y de autoflagelación a los que estaban obligados. Los monjes de mayor edad condenan al pecador a morir emparedado. Aterrorizado no solo ante la muerte, sino ante el sufrimiento que supone tan terrible tortura, el monje promete a cambio de su vida algo imposible: escribir un libro enorme, el más grande de su época, en una sola noche; un libro que contendrá la Biblia y toda la sabiduría humana conocida.
Los superiores del convento lo escuchan escépticos y burlones, pero conscientes de que no podrá cumplir su promesa acuerdan darle esa oportunidad: el libro será entregado a ellos al amanecer, de lo contrario encarará una muerte segura. El monje, sabiendo que le va en ello la vida empieza a escribir febrilmente página tras página. A la medianoche se siente agotado, su mano está entumecida por el esfuerzo. No puede continuar. En medio de su angustia le pide ayuda a Satanás, el arcángel caído. Este acude a su llamado y atiende su suplica. La leyenda concluye que el libro fue terminado a tiempo y el monje salvó su vida.
Si bien esta historia
es solo una leyenda, parece que quien escribió el Codex Gigas sí conocía
algo de la naturaleza del maligno, pues en la página 290 se encuentran varios
conjuros para exorcizarlo de sus víctimas y sanar a éstas de las
peligrosas enfermedades por él generadas. En uno de estos conjuros se
describe cómo el sacerdote que realiza el exorcismo debe pararse
frente a la persona poseída, pronunciar el nombre del demonio o
los demonios en latín y conminarlos de forma perentoria a
salir de su cuerpo.
Leyenda o no, lo cierto es que
un libro como este demandaría en una persona normal de veinticinco a
treinta años de absoluta dedicación para terminar de escribirlo, y luego,
otro tiempo considerable para dibujar las ilustraciones, corregir errores,
encuadernarlo y terminarlo. Un logro casi inhumano.
En un principio, y dado su
gran volumen, se pensó que había sido escrito por varias personas, pero según
estudios realizados por expertos calígrafos, y después de muchas
investigaciones y pruebas, se llegó a la conclusión de que el Codex Gigas,
desde sus fórmulas de tinta idéntica y su caligrafía autodidacta, hasta su
controvertido contenido fue escrito por un solo autor, y no
necesariamente por un escritor de jerarquía, sino por un aficionado, ya que si
bien los dibujos y el manuscrito son impresionantes difieren de los realizados
por los grandes escribanos de la época. Pero, ¿qué tipo de asombroso escritor
realizó esta obra y qué mensaje pretendía dejar al incluir la gigantesca imagen
del demonio en una de sus páginas?
Dadas sus especiales
características, el libro captó desde el primer momento la atención de todos
quienes tenían la oportunidad de conocerlo. Para finales del siglo XIII, era ya
famoso y codiciado. En la época que se escribió el Codex el mundo
afrontaba muchos problemas: guerras, desastres naturales, epidemias mortales.
Hasta la comunidad de
monjes benedictinos poseedora del Codex llegó también la calamidad. De un
momento a otro el convento se enfrentó a una precaria situación económica,
y para poder solventar sus gastos, los monjes se ven en la
necesidad de vender el Codex a otra orden monástica que lo
ambicionaba. Los miembros de esta lo adquirieron sin chistar, ya que para
entonces tener aquel libro representaba honor, poder y prestigio. Sus nuevos
dueños lo llevan a su convento situado frente a un cementerio a las afueras de
Praga. Pero su estadía allí no sería por mucho tiempo.
Repentinamente, esa comunidad también afronta la bancarrota y
ante la imposibilidad de cumplir con el pago acordado se ve forzada a
devolver el preciado libro al convento de los benedictinos. Allí es
recibido con alborozo, pero poco después el claustro es azotado por una letal
epidemia: la peste bubónica.
La “muerte negra” mata a miles. El cementerio desborda de
muerte. Más de treinta mil cadáveres hacen del lugar una catacumba. Hoy este
monasterio en Checoeslovaquia se ha convertido en un museo de cráneos.
Y a su
capilla se la conoce como: “la capilla de los huesos”. Así como este, otros
hechos infortunados empiezan a relacionarse con el Codex, y este empieza a
adquirir fama de mala suerte
Pasa el tiempo. Nos encontramos en Austria en 1565. Rodolfo, el
príncipe heredero acude a Miguel de Nostradama, mejor conocido como Nostradamus,
para conocer su destino. El famoso vidente francés elabora un complicado
diagrama en el cual predice al príncipe heredero la muerte de su padre y su ascenso a la corona como
emperador del sacro Imperio romano. Al cumplirse las predicciones del famoso
astrólogo, Rodolfo adquiere obsesión por lo oculto. Codicia el Codex, y
empeñado en conseguirlo se congracia con los monjes benedictinos que lo tienen
en su poder.
La estrategia funciona y Rodolfo lo incorpora a su espléndida colección de objetos raros. Contrata entonces expertos para que traduzcan sus oscuros pasajes y se adentra en sus misterios. De forma extraña, él, que hasta ese momento era un gran líder de su pueblo, se encierra en su castillo y se torna errático y paranoico. Carente de un guía, el reino se convierte en un desastre. El rey pierde a sus seguidores y su propia familia lo despoja del poder. Muere solo, sin casarse y sin dejar un heredero. Luego de su muerte el reino de Rodolfo cae en manos de los suecos, quienes junto con el botín de guerra se llevan su tesoro más preciado: el Codex Gigas.
Las triunfantes tropas suecas guardan el libro en un gigantesco
baúl y emprenden el regreso a Estocolmo, con la idea de regalar el Codex Gigas
a Cristina de Suecia, su reina.
Cristina, la “mujer rey de Europa”, no parecía destinada a ser reina. Nació
sumamente débil y hasta se llegó a pensar que no sobreviviría al primer
día de nacida. Los augures del reino profetizaron, sin embargo, que si la
niña no moría esa primera noche, ascendería años después al trono de Suecia. Su
padre, Gustavo Adolfo II, desesperado porque ya había perdido dos hijos varones
y no tenía herederos al trono, decidió educar a su hija como un varón.
A los seis años, luego de la muerte de su padre, Cristina es nombrada monarca aunque solo tiempo después -a los dieciocho años- accede al trono. Al prestar juramento no lo hace como reina sino como ·rey”. Al retornar las tropas suecas triunfantes de la guerra contra Austria, le entregan a Cristina el Codex Gigas como parte importante del cuantioso botín. Esta coloca el voluminoso libro en un lugar preferente de la biblioteca de su castillo pues lo cataloga como el primero de los valiosos manuscritos confiscados.
A los seis años, luego de la muerte de su padre, Cristina es nombrada monarca aunque solo tiempo después -a los dieciocho años- accede al trono. Al prestar juramento no lo hace como reina sino como ·rey”. Al retornar las tropas suecas triunfantes de la guerra contra Austria, le entregan a Cristina el Codex Gigas como parte importante del cuantioso botín. Esta coloca el voluminoso libro en un lugar preferente de la biblioteca de su castillo pues lo cataloga como el primero de los valiosos manuscritos confiscados.
Según se cuenta, pasaba
mucho tiempo en la biblioteca leyéndolo y examinándolo. En el año 1654, menos
de una década después, Cristina, para sorpresa de todos, abdica al trono, hace
una conversión radical al catolicismo y se exilia en Hamburgo. La mujer rey
empaca sus más valiosas posesiones incluyendo entre ellas varias sagradas Biblias, pero misteriosamente no se lleva el Codex Gigas que años antes tanto le había interesado.
Un año después, Carlos Gustavo XI, su primo, quien la había
sucedido en el trono, muere de manera repentina. En medio de la ceremonia
fúnebre se inicia misteriosamente un violento incendio en el castillo donde es
velado. La familia real huye presa del terror.
Los trabajadores del castillo intentan
salvar lo que pueden aun a costa de su vida. Según cuenta la leyenda, un
sirviente toma el gigantesco Codex y lo avienta a través de una ventana del
segundo piso. El libro cae al suelo sin sufrir el menor daño a
pesar de su gran tamaño.
Los investigadores han atribuido a este incendio las sombras oscuras
que aparecen en algunas de sus páginas. De manera extraña, sin embargo,
las sombras siguen un patrón regular, ya que solo aparecen en las páginas
cercanas a la imagen de Satanás.
Mito o leyenda, lo cierto es que el Codex Gigas ha conservado su
poder de atracción hasta el día de hoy.
Actualmente se encuentra en exhibición en la Biblioteca Nacional en Suecia, "La Biblioteca Real" (Kungliga Biblioteket) de donde no ha salido sino a pequeñas exposiciones, entre ellas a su lugar de origen: la República Checa, o para ser investigado en otros países.
De incalculable valor, el Códice del Diablo ha sido codiciado por muchos y los intentos de robo se han repetido regularmente a lo largo de su historia.
Actualmente se encuentra en exhibición en la Biblioteca Nacional en Suecia, "La Biblioteca Real" (Kungliga Biblioteket) de donde no ha salido sino a pequeñas exposiciones, entre ellas a su lugar de origen: la República Checa, o para ser investigado en otros países.
De incalculable valor, el Códice del Diablo ha sido codiciado por muchos y los intentos de robo se han repetido regularmente a lo largo de su historia.
Muchas preguntas quedan todavía sin respuesta. Quién sabe si
oculto entre sus páginas el Códice del Diablo conserva un mensaje que ha
permanecido allí a lo largo del tiempo esperando a que algún avezado lector se
atreva a descifrarlo.
Convendrán conmigo, amigos lectores que el Códex Gigas es un libro
anónimo fuera de lo común, del que nos hubiera encantado conocer no solo el
nombre de su autor sino también su secreta
motivación para escribirlo y para permanecer anónimo.
Tal vez algún día desentrañemos la incógnita, aunque creo
que es precisamente su condición de anónimo lo que otorga al Codex Gigas
su misterio y su innegable atractivo. ¿No lo creen así amables lectores?
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Un buen artículo, felicitaciones
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