jueves, 13 de mayo de 2010

¿Muchas felicidades? Sí. ¡Muchas felicidades amigos!


Comparto con ustedes amables lectores, este artículo que fue escrito hace ya un tiempo, pero que si lo leen, verán que sigue teniendo vigencia. 

¿Muchas felicidades? Sí. ¡Muchas felicidades amigos!

El mundo está lleno de pequeñas alegrías, El arte consiste en saber distinguirlas.
                                                            Li-Tai Po

Creo que no hay palabra que se pronuncie más al término de cada año que “Felicidad”. Todos, parientes, amigos, conocidos, amigos y hasta no tan amigos ni tan conocidos nos deseamos al término de cada año con efusividad, sinceridad, calidez y en veces con un formulismo rayano en la indiferencia: “¡Muchas felicidades!”.

Sí. Todos andamos detrás de la esquiva felicidad. Todos perseguimos esa utopía. Pero claro, no todos tenemos de ella la misma percepción ni la identificamos de idéntica manera 



Una frase del escritor Julio César Londoño en su columna de El Espectador de 26 de diciembre de 2009 titulada “ En el triángulo Norte”, me hizo reflexionar una vez más acerca de ese gran anhelo de la humanidad. 



Decía el columnista textualmente: “En los conversatorios, Ospina (William) volvió a lanzar sus diatribas contra la Ciencia, porque según él no ha conseguido hacernos más felices y yo le recordé que el compromiso de la ciencia era con la verdad, no con la felicidad”.

Esa posición negativa de algunos intelectuales hacia la Ciencia, materia a la que desde luego, muy poco aportan, es sumamente contradictoria. Tal parece que su baremo para medir la felicidad se remonta a épocas pasadas o primitivas. Cabe entonces preguntarles; ¿Creen sinceramente que el hombre fue más feliz en otros momentos de la humanidad? ¿Eran felices los hombres primitivos? ¿Vivían acaso en sociedades idílicas? ¿Cuál ha sido según ellos el momento más feliz en la historia de la humanidad? Y por último, y aceptando que la Ciencia no depara al hombre la felicidad, ¿Acaso la literatura lo ha logrado? 

A pesar de los pecados que se le atribuyen a la Ciencia creo que muy pocos de los escritores modernos podrían darse el lujo de prescindir de sus adelantos. Basta pensar en cosas como la computación, el Internet, las modernísimas y eficientes imprentas, la variedad de tintas y papeles, los grandes tirajes de libros, los cómodos y rápidos vuelos de avión para desplazarse de un lado a otro del mundo; los confortables automóviles y ese infinito número de “chucherías” creadas por la Ciencia que prácticamente pasan inadvertidas en el cotidiano vivir de quienes estamos en el mundo de la comunicación: las grabadoras, los micrófonos, las agendas electrónicas, los celulares, los traductores simultáneos, las impresoras, las cámara digitales, los scanner…para citar solamente unas pocas.. 

Sería interesante que algunos de los intelectuales que denigran del progreso y de la Ciencia se encerraran en un sitio apartado donde no pudieran disfrutar de ninguna de estas “aberraciones” modernas e hicieran el ensayo de volver a escribir simplemente con una pluma de ganso, tinta y muy, muy medida existencia de papel tal como lo hicieron en su momento Honorato de Balzac, Cervantes, Shakespeare y tantos otros. ¿Serían capaces? 

¿Cuánto dependemos de los avances de la Ciencia? Eso es quizá algo muy difícil de responder. Como mujer agradezco a la Ciencia decenas de logros maravillosos. En el campo médico: las prótesis, los transplantes, la asepsia y modernidad de los quirófanos, las prácticas salas de parto; las maravillas de la anestesia, los avances en la radiología y la imagenología; los fármacos modernos, las vacunas, ¡los anticonceptivos! Y qué decir de los electrodomésticos, de la televisión, del teléfono, ¡de los celulares! de la radio, de los equipos de sonido, de la luz eléctrica, del agua potable, del gas domiciliario, de la comodidad de los viajes por tierra y aire, de los ascensores, de las escaleras y porteros eléctricos, de los eficientes productos de aseo y belleza, de las comunicaciones, de la variedad y riqueza de la alimentación. ¡Qué maravilla por ejemplo, abrir la nevera y encontrar allí un pollo o un pescado sin necesidad de ir a pescarlo o corretearlo, o unas piezas de carne fresca o frutas y verduras traídas en ocasiones de otras ciudades y hasta de otros países. Y como éstas, tantas y tantas cosas que nos hacen hoy la vida mucho más fácil que a nuestras abuelas… y que a nuestros abuelos, por supuesto. 

Parafraseando a Winston Churchill: "Nunca tantos gozamos tanto de tantas cosas”. Es una verdadera bendición haber nacido en esta época. No sólo hemos avanzado “un poco” desde el Crogmanon sino también desde el siglo pasado. Infinidad de maravillas siguen siendo creadas por la Ciencia para hacer más fácil nuestra vida y para que seamos más felices o al menos, menos infelices. 

Tal vez sea cierto que el hombre nunca logra alcanzar la felicidad pero no por culpa de la Ciencia sino por su incapacidad casi absoluta de detectar cuándo lo es. En otras palabras, siempre he creído que la infelicidad es solo la ignorancia de lo que se tiene o se disfruta. 

En este momento hay en Colombia decenas de secuestrados que claman por su libertad. Seguramente el día de su liberación será para ellos y para sus familias un momento de intensa felicidad. Felicidad que muy probablemente, como sucede siempre en nuestra frágil memoria se irá disipando paulatinamente al paso de los días para dar inicio a nuevas e inalcanzables utopías. ¿ Y los que gozamos de la libertad? ¿Nos damos cuenta acaso de esa maravilla? ¿Somos felices por la libertad de que gozamos? No, ¿verdad. Pues, más o menos así pasa con todo en la vida. Cuando disfrutamos el amor, nos parece lógico y merecido. Neciamente, muchas veces lo dejamos ir. Cuando gozamos de buena salud, la derrochamos hasta que la perdemos. Cuando somos niños, queremos ser jóvenes. Cuando somos jóvenes queremos ser adultos. Cuando somos adultos ansiamos volver a ser jóvenes. Cuando tenemos trabajo no lo valoramos, vemos en el empleador un enemigo. No reflexionamos en los cientos que no tienen esa ventaja. 

Y qué decir de los maravillosos atributos físicos de que disfrutamos con tan soberbia inconsciencia: nuestros órganos inferiores y superiores; nuestros sentidos; la inteligencia, la capacidad de pensar y discernir, el don de la palabra. Todo está allí ante nuestros ojos. Forma parte de nuestra vida, pero solo aparece cuando por alguna circunstancia lo perdemos. 

Si colocamos en una copa determinados licores en las proporciones exactas seguramente obtendremos el cóctel que deseamos preparar. Algo más o menos así debería ser la felicidad. Pero tal parece que un conjunto de amables circunstancias en dosis iguales, no siempre depara el mismo gratificante resultado a todas las personas. Es quizá por esta dificultad que tenemos los seres humanos de ser felices que en la Constitución de los Estados Unidos se deja constancia de que: “Todos los hombres tienen derecho a " la búsqueda de la felicidad”. Algo mucho más realista, desde luego. 

Cuando le preguntaron a San Agustín de Hipona, en qué se cifraba el secreto de la felicidad, contestó: “ En el fiel cumplimiento del deber”. Convendrán conmigo en que ésa es una de las mejores definiciones de “Felicidad” y que, felizmente, cualesquiera sean nuestras circunstancias, todos estamos en capacidad de disfrutar.

Así pues, creo que estoy en capacidad de desearles sincera y conscientemente “¡Muchas felicidades en el 2015, amigos lectores!!



Otros artículos de la autora:

Nicola Tesla, el hombre que iluminó nuestras vidas...

Los Mayas, un pueblo enigmático