miércoles, 19 de mayo de 2010

Chana, la flor del manglar

Por LEONOR FERNÁNDEZ RIVA



En este Día de la Mujer quiero rendir un homenaje a las mujeres humildes de nuestra patria. A esas mujeres sencillas que seguramente no recibirán en esta fecha ningún reconocimiento pero que callada y esforzadamente hacen patria diariamente luchando por vencer las inclemencias de su vida. Que se esfuerzan por educar y mantener a sus hijos en medio de las privaciones y que sin haber recibido educación ni principios, los adquieren por propia iniciativa a lo largo de sus vidas. Esas flores nacidas en el fango que tanto abundan entre la población de escasos recursos económicos y que muchas de nosotras, más favorecidas por la fortuna y por la vida, generalmente no nos detenemos a admirar ni a imitar. Esta es la historia real de una de ellas.

Feliciana Mina Viáfara, protagonista de este relato y más conocida por todos como “Chana”, trabaja realizando oficios domésticos en una casa de familia. Pero, Chana, queridos amigos, es mucho más que eso: con su innato don de gentes, con su simpatía y gran calidez humana, con sus grandes dotes culinarias, esta hermosa mujer morena, de figura rotunda y generosa, cual una “mami” salida por arte de magia de las páginas de “Lo que el viento se llevó”, es en verdad, una “nana”. Un ama de llaves excepcional que mantiene como un crisol el hogar que administra con amor, inteligencia y responsabilidad, y que es capaz de atender ella sola sin pestañear y a la gran manier, reuniones de cincuenta y más invitados.

Chana nació en Buenaventura hace ya algunas décadas. Tengo la absoluta seguridad de que fue la negrita más bonita que vio la luz en aquella ciudad en mucho tiempo. Su madre, una mujer de raza negra, de oficio lavandera, mantenía precariamente a sus hijos con el producto de la ropa que lavaba a las familias pudientes del Puerto. Su padre, también de raza negra, borracho, irresponsable y mujeriego, no paraba nunca en la casa. Cuenta Chana que durante meses ni su madre ni sus hermanos sabían nada de él, hasta que de pronto, un buen día, aparecía como si nada, con un racimo de plátanos y unas panelas. Inexplicablemente para la niña, su madre volvía siempre a recibirlo con amor. El producto final de esta visita era siempre un nuevo embarazo. Luego, el hombre volvía a hacer su maleta, se despedía prometiendo volver pronto y marchaba con rumbo desconocido. No regresaba sino luego de uno o dos años. Chana se enteró al crecer, que su padre había tenido otras mujeres a lo largo y ancho de la costa Pacífica y que, muy probablemente, tenía también otros hermanos en diferentes partes del litoral.

Como los niños aceptan con naturalidad las situaciones familiares, la pequeña Chana se acostumbró también a que la figura de su padre fuera esporádica y llegó a verla hasta como algo funesto ya que sus visitas no le deparaban alegría. Todo lo contrario, cada vez que llegaba, su madre les abandonaba un poco a ella y a sus hermanos, y trataba de halagar a su compañero con lo poco que tenían para subsistir. Pero de nada servía su amoroso empeño. Poco tiempo después, el hombre tomaba nuevamente las de Villadiego.

Chana vivía junto a su madre y sus ocho hermanos en un rancho de paja con piso de tierra. Dormían en el suelo sobre una estera. Esta existencia profundamente miserable y sin esperanza, se fue reflejando, poco a poco, en el carácter amargo de la madre. Muchas veces, no tenían nada que comer y la niña debía acudir al mercado a recoger los desperdicios que botaban las venteras para hacer con ellos una sopa. Cuando la madre no quedaba satisfecha con el encargo, la molía a palos.

Durante mucho tiempo, Chana guardó rencor a su progenitora por este injusto maltrato, pero años después, comprendió que al igual que ella, su madre también había sido una víctima. Al recordar aquellos difíciles días dice con sencillez y profunda sabiduría: “Fui solamente víctima de otra víctima”. Actualmente, mantiene con su madre una relación de respeto y afecto.

Parecería que ese mundo miserable y sin horizontes en que le tocó vivir a nuestra protagonista, se reproduciría también en su propia vida. Pero aquella bella niña negra, tenía una inteligencia y una sensibilidad especial. Todo lo que veía y observaba quedaba grabado en su mente. En su interior se preguntaba siempre por qué las cosas eran así en su hogar y si existirían otras formas más gratas de vivir.

Debido a los escasos recursos de su familia, Chana solo pudo estudiar hasta segundo de primaria, pero en ese pequeño lapso de aprendizaje descubrió la lectura, y ese descubrimiento cambio su vida. Los libros se convirtieron en su refugio y en su consuelo. La realidad desapacible que vivía junto a los suyos se transformaba en luz al tomar un libro. En un principio leía todos los comics que llegaban a sus manos: Supermán, Kalimán, Tarzán, etc.,etc., pero luego, cuando llegó a la adolescencia, empezó a trabajar en una casa de familia y allí tuvo la oportunidad de leer revistas, periódicos y uno que otro libro de aventuras. Todo material escrito le causaba profundo interés. Poco a poco fue convirtiéndose en una empedernida lectora.

Más tarde, al venir a trabajar a Cali, se sintió profundamente conmovida al escuchar por primera vez música clásica. Siempre había disfrutado los aires de la costa, la cadencia y el ritmo de los tambores, pero de una manera insólita y extraña, Chana, aquella negrita criada en un medio tan primitivo y tan cerrado a otros tipos de cultura, percibió con exquisita sensibilidad la sublime emoción que encierran las obras de los músicos inmortales. Cuenta que ahora , cuando viaja a Buenaventura a visitar a su familia, todos la consideran un bicho raro.”¿Qué le ves a esa música? ¿Cómo pueden gustarte esos gritos? ¿Qué puede haber de interesante en eso que lees?”, le dicen sus familiares y amigos cuando la ven ensimismada con un libro o escuchando a Pavaroti o a Plácido Domingo.

Pero a Chana no le molestan ya estos comentarios. Ha comprendido que ella es diferente. Que por alguna causa que desconoce le gustaron instintivamente todas esas cosas maravillosas tan extrañas al medio en el que se crió. Y no es que haya desechado sus costumbres y su cultura nativa. No. Sino que ha enriquecido su vida con otras experiencias. Su pasatiempo preferido es ir en los días feriados a un parque y quedarse leyendo un libro bajo la sombra de un árbol.

Hablar con Chana es siempre grato e interesante. Sus conceptos sobre cualquier tema están siempre llenos de razonamiento, inteligencia y sentido común. Está enterada de todo lo que pasa en el mundo y en el país. Asiste continuamente a variados eventos culturales y se preocupa por buscar solución a los problemas sociales que siente multiplicarse a su alrededor. En muchas ocasiones me he quedado sorprendida de los planteamientos que propone para resolver diferentes problemáticas. “Cómo es posible, me comentó alguna vez, que nadie hable del control de la natalidad. Ahí, está la fuente de todos los problemas. S nos seguimos reproduciendo como hasta ahora, nunca habrá cómo dar trabajo ni servicios a tanta gente. No es posible que continúe sucediendo ante la indiferencia general lo que me ocurrió a mi: que sigan llegando al mundo niños no deseados ni planificados, a los que no se les brinda amor ni seguridad y que tendrán que arreglarse cómo puedan para sobrevivir. Si no se afronta esta realidad todo lo que se haga para superar la pobreza será inútil. Como si matáramos una hormiga, pero dejáramos el hormiguero”.

Siempre me sorprende con sus cosas, pero hace unos años me conmoví particularmente cuando un día me comunicó que iba a volver a estudiar. “Sí -dijo, con ojos brillantes y una gran alegría reflejada en su cara morena y atractiva-. He tomado la decisión de continuar mis estudios de primaria en la Universidad Obrera del barrio Alfonso López, seguir luego con el bachillerato y estudiar después una carrera-.Y añadió confidente: -Cuando le conté mi proyecto a una tía que es profesora se puso a llorar y me dijo: “Perdóname hijita, no sé por qué no me di cuenta antes de tu inteligencia y de tu capacidad y no te apoyé para que continuaras tus estudios. Voy a tratar de reparar ese error apoyándote ahora en todo lo que pueda”.

Durante dos años Chana asistió todas las noches a clases después de su trabajo Terminó con mención especial la primaria y está a punto de culminar también su bachillerato. Aspira a convertirse en una chef fuera de serie. Está feliz. En uno de sus cuadernos colocó la fotografía de Condoleza Rice, la secretaria de Estado de los Estados Unidos durante el gobierno de George Bush. Un ejemplo de superación de una mujer de raza negra que ella desea imitar.

Estoy segura que Chana logrará todo lo que se proponga y que en un futuro próximo me sorprenderá con sus logros y realizaciones. De todo corazón le deseo éxito en sus proyectos y que continúe iluminando las vidas de todos los que la rodean.

Este es, el retrato sucinto de una mujer admirable y luchadora. Hace algún tiempo solía creer que era un contrasentido elegir un día en el año para homenajear a la mujer, puesto que según pensaba, todos los días debería reconocerse su labor. Hoy comprendo sin embargo, que conmemorar el Día de la Mujer es reconocer explícitamente nuestros grandes valores y destacar también los logros de la revolución femenina, la única revolución que sigue dando frutos en el mundo moderno y que ha logrado que miles y miles de valiosas mujeres se incorporen exitosamente al desarrollo y progreso de sus pueblos. En el Día de la Mujer, mi homenaje sincero y emocionado a todas esas valientes mujeres de nuestra patria que no se amilanan ante las dificultades y que con sencillez pero con coraje e inteligencia construyen día a día un camino promisorio para ellas y para sus familias.

almaleonor@gmail.com


Cali, Marzo de 2010






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La esquiva y caprichosa felicidad




LEONOR FERNÁNDEZ RIVA


En días pasados, una reconocida presentadora de los medios de comunicación de nuestro país tomó la decisión de terminar trágicamente con su vida. Mucho se ha elucubrado sobre los posibles motivos que llevaron a esta joven a tomar tan irreversible y fatal determinación.


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A una persona como yo, eminentemente positiva, este hecho no puede menos que asombrarla porque la protagonista de este drama aparentemente lo tenía todo para ser feliz. Parece, no obstante, que afrontaba un momento difícil. Había pasado ya por dos fracasos matrimoniales y un negocio que había montado hacía poco tiempo no respondió finalmente a sus expectativas. Pero no puedo menos que preguntarme: ¿Esas circunstancias completamente superables influyeron tan negativamente en su psiquis como para que decidiera terminar tan fatídicamente con su vida?

Si colocamos en una coctelera los maravillosos activos que esta joven poseía (juventud, inteligencia, belleza, familia, futuro promisorio, aceptación en los medios…) el resultado debía ser un cóctel llamado “ Felicidad”. No fue así.

Según Shopenhauer, “el instinto de conservación del individuo (la agresividad) y el instinto de conservación de la especie ( el sexo) son las principales características de la voluntad de sobrevivir de los seres vivos”. “El mundo no es sino voluntad, deseo insatisfecho, anhelo insaciable”, concluye el filósofo alemán.

El miedo a la muerte es, pues, parte primordial del sentido de conservación de la especie. Si no existiera ese factor genético, los suicidios serían por millones. Dejar de existir se convertiría en muchos casos en una alternativa mucho más atractiva que la vida. La muerte, no obstante, está allí, misteriosa, amenazante, aunque aparentemente lejana y extraña a nosotros. Son muy pocos los que se atreven a verla de frente y encararla, y muchos menos, los que tienen la osadía de desearla y propiciarla.

¿Cuál es el poderoso detonante que impulsa a una persona a trasponer con éxito la protección genética de su organismo y acabar con su vida? Es preciso estar sumido en una insondable oscuridad interior y embargado por una desesperanza infinita para lograr anular los potentes mecanismos genéticos de conservación de la especie y ocasionarse la muerte por propia y violenta decisión. No soy quién para juzgar la angustia o el profundo dolor de otro ser humano. Según el dicho popular, “solo la cuchara sabe lo que hay en el fondo de la olla”. Hay algo, sin embargo, que tengo claro acerca de la muerte de esta modelo: Lina Marulanda no planificó su suicidio. El suyo fue un acto desesperado, repentino y profundamente trágico.

El suicidio es una interrogante aun por resolver en el mundo desarrollado. Se tiene la impresión equivocada de que un país con una elevada tasa de suicidios es un lugar donde se vive mal. No es así. Países supuestamente prósperos ocupan posiciones significativas en el índice de suicidios, y por el contrario, países paupérrimos registran en esa estadística los últimos lugares.
A manera de información cito a continuación los primeros veinte países en el mundo (hasta el año 2008) con mayor índice de suicidios: 1.- Lituania 2.- Bielorrusia- 3.- Rusia.- 4.- Kasajistán- 5.- Eslovenia.- 6.- Hungría.- 7.- Letonia.- 8.- Ucrania.- 9.- Japón.- 10.- Sri Lanka.- 11.- Bélgica.- 12.- Finlandia.- 13.- Estonia.- 14.- Croacia.- 15.- Servia y Montenegro.- 16.- Suiza.- 17.- Cuba.- 18.- Austria.- 19.- Corea del Sur.- 20.- Francia.-

Como podemos observar, Lituania -país que por razones que todos conocemos está de moda por estos días en Colombia- ocupa un preferente primer lugar. Para que nos hagamos una idea, el suicidio es allá la primera causa de muerte violenta y el número de muertos por este motivo supera al de muertos en accidentes de tránsito. Es comprensible entonces que a muchas familias lituanas les haya dado por emigrar hacia lugares más sensatos, al menos en ese aspecto.

China merece una mención especial en esta trágica estadística por ser el único país del mundo donde se suicidan más mujeres que hombres. Y esto es tanto más grave si tenemos en cuenta que en el planeta el número de suicidas masculinos es cincuenta por ciento más elevado que el de las mujeres suicidas. Cuba ocupa también en esta lista un nada despreciable decimoséptimo puesto; es el único país de clima caribeño que se encuentra en lugar destacado. Venezuela, ocupa el puesto sesenta y ocho; Ecuador, el setenta y Colombia, el setenta y cinco. O sea, que en tan ingrata estadística estamos ligeramente mejor ubicados que nuestros deferentes vecinos.

Existe, sin embargo, otra cara de la medalla, una mucho más positiva: la de la gente feliz, de la cual, como acontece con casi todas las cosas buenas de la vida, no se lleva ninguna estadística. Gente del común que toma la vida como viene y que afronta las contrariedades y dificultades del día a día con estoicismo, fortaleza y alegría. Una actitud optimista que se manifiesta de manera sorprendente en personas que pertenecen a un estrato no precisamente privilegiado de la sociedad. Seres que nacieron con saldo en contra y que a pesar de su precaria existencia no sufren recurrentes crisis existenciales, no deben afortunadamente -porque no podrían pagarlas- asistir a tediosas sesiones siquiátricas ni se plantean el tipo de cuestionamientos que llevan a tantos seres más favorecidos que ellos a terminar con su vida.

Ancízar, un humilde empleado de nuestra empresa familiar, es uno de ellos. De unos cincuenta años, apariencia humilde, rasgos poco sobresalientes y cara perennemente iluminada con una amplia sonrisa, Ancízar es uno de esos seres que a uno, de entrada, le caen bien. Es un hombre sencillo que presta sus servicios como portero y vigilante del parqueadero en donde, ágil y comedido, está siempre atento a la llegada o salida de cada auto para guiarlo en su desplazamiento. Y no lo hace por una recompensa. No. Él es así, jovial, amable, sencillo, respetuoso y siempre dispuesto a ayudarte. Sin necesidad de pedírselo, te revisa el agua del vehículo, te brilla el auto, te ayuda con los paquetes, te abre la puerta del carro. Y claro, recibe uno que otro estímulo monetario por su comedimiento. Pero Ancízar no tiene una actitud mercenaria. Es amable por naturaleza con quienes le rodean.

Hace un tiempo tuve oportunidad de observarlo en una reunión del Fondo de Empleados a la que asistió con su esposa. Una mujer humilde como él, de similar edad y muy sencilla. No precisamente una modelo. Y sin embargo, creo que fueron ellos los que más disfrutaron del convite. Bailaron felices toda la noche. Ancízar no se distrajo con otras parejas. No le hizo pasar a su esposa el mal rato tan usual en otros esposos que dejan sentada a su esposa y van a buscar parejas más atractivas. Nada de eso. Esa era su noche. Y la disfrutaron alegremente juntos.

Este hombre humilde, nada favorecido por la fortuna ni por la vida, que trabaja por un jornal mínimo, con varios hijos a quienes mantener, entre los cuales tiene una niña especial; este hombre, que si se pusiera a analizar sus difíciles circunstancias tendría seguramente muchos motivos para estar amargado, es, créanmelo, amigos lectores, un hombre feliz. Un ser transparente que no se cuestiona por el pasado, que no se mortifica por el futuro y que vive con alegría y con entusiasmo su presente.

Una paradoja y una enseñanza de vida para muchos de nosotros que gozamos de tantos privilegios sin por eso sentirnos más felices ni dejar de perseguir inalcanzables y frustrantes utopías.

Quizá la felicidad está reservada solo a los espíritus simples. Para homologar este aserto viene a mi mente la profunda sabiduría del cuento “La camisa del hombre feliz” que relato a continuación brevemente para quienes no lo conozcan:

“- Érase un rey que padecía una pesadumbre infinita que nadie ni nada ni nadie podía aliviar. Los médicos y brujos más famosos del reino se reunieron y diagnosticaron que el monarca solo podría curarse poniéndose la camisa del hombre feliz. Dicho y hecho, empezó la búsqueda de ese hombre excepcional por todos los confines del reino hasta que en una choza muy humilde situada en un paraje solitario, lo encontraron. Y sí. Después de tratarlo se dieron cuenta de que aquel hombre a pesar de su sencillez era un hombre feliz. Desgraciadamente, aquel infortunado rey no tuvo cura porque el hombre feliz no tenía camisa- ”.

Sí, amigos. Los hombres felices no tienen en muchos casos camisa ni muchas cosas que nos parecen indispensables para ser felices. Y sin embargo, ellos lo son.

Como Ancízar hay muchos hombres humildes en Colombia que despiertan cada día con optimismo, con deseos de vivir y de servir. Que tienen siempre una actitud afable y una sonrisa a flor de labios. Son ellos quienes con su valor, con su alegría, con su positivismo forjan la cara amable de nuestro país. Mi homenaje a esos miles de colombianos que a pesar de sus dificultades y de sus inevitables momentos de dolor, tienen el valor de elegir la vida, que viven su presente con alegría y que son –no nos quepa duda- quienes nos hicieron ubicarnos hace algunos años en una gratificante encuesta como el país ¡más feliz del mundo!



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 Comentarios:
                 Hey, I am checking this blog using the phone and this appears to be kind of odd. Thought you'd wish to know. This is a great write-up nevertheless, did not mess that up.

- David