jueves, 28 de octubre de 2010

El trabajo de la Madre en la era moderna


En días pasados una noticia acerca de las frustraciones y despidos que sufren en su trabajo las madres jóvenes en Alemania me motivó a reflexionar profundamente acerca de la situación que viven cotidianamente la mayoría de las madres jóvenes en el mundo occidental.

Aunque nadie parece notarlo y las circunstancias negativas de muchos hogares se toman como una más de las tantas circunstancias del diario vivir, el conflicto que vive la mujer moderna tratando de armonizar su maternidad con el trabajo en la calle, es algo digno de ser analizado a fondo. En este ensayo planteo algunos interrogantes y propuestas acerca del tema.




El trabajo de la Madre en la era moderna
La sociedad familiar atraviesa por uno de sus peores momentos. Son muchos los matrimonios destruidos; muchos los hogares que viven en medio de grave violencia familiar; innúmeros los casos de violación y maltrato infantil; cientos las adolescentes embarazadas, los jóvenes que caen en la drogadicción, que abandonan sus estudios, que pierden el norte…

Como tantas otras cosas a las que nos ha ido llevando la vida moderna, el trabajo en la calle, esa “conquista” de la mujer, unida a otra serie de cambios en la estructura de la vida familiar, hacen que las madres jóvenes que a la vez son ejecutivas, empleadas u obreras, deban enfrentar al momento de concebir una nueva vida una serie de situaciones y presiones de la sociedad, presiones a las que no pueden escapar y de las que no siempre salen bien libradas ni ellas como madres, ni sus hijos como seres humanos.

En el caso de la maternidad, hay que reconocer que los gobiernos de muchos países han legislado concediendo a la mujer permisos durante su embarazo para chequeos, y luego del parto una licencia en su puesto de trabajo para que pueda reponerse físicamente, y sobre todo, para que logre ocuparse en esos primeros meses de la crianza de su hijo recién nacido. Pero, irónicamente, y a pesar de que estos permisos otorgados por ley a las madres son cada vez más prolongados, en muchos casos estas conquistas laborales se revierten en contra de las mismas mujeres al tornar poco atractivas como empleadas a miles de mujeres embarazadas quienes en muchos casos sufren procesos de discriminación precisamente por esa inminente y prolongada ausencia del puesto que desempeñan.

Presionadas por una situación que las rebasa, muchas mujeres optan por abortar. Y las que deciden continuar con su embarazo no tienen otra opción que dejar su pequeño niño en manos extrañas a las pocas semanas de su nacimiento. Inmersa en una situación que se escapa a su voluntad, la madre ignora o trata de ignorar que el cuidado y educación de sus hijos cuando están pequeños es una misión demasiado importante para ser delegada a una persona extraña, poseedora generalmente de una cultura elemental; una persona que no podrá de ninguna manera reemplazar su amor y sus cuidados.

Y así, casi sin darse cuenta, siguiendo las pautas que ha fijado la sociedad, por vivir una vida independiente, por un sueldo, por el halago del mundo exterior o por una vida aparentemente más gratificante, la madre renuncia a la inmensa dulzura de criar a sus hijos, a verlos crecer sanos y felices. El periodo de la lactancia, de la niñez y de la adolescencia de sus hijos se convierte así en una etapa agobiadora, en la cual tratará de compaginar su ocupación en la calle con sus labores de madre y esposa. En su corazón desearía quedarse con su tierno hijo, protegerlo, criarlo, cubrirlo con su amor, pero no sabe cómo hacerlo. La sociedad está conformada de esta manera. Todo la impulsa a dejar a su hijo y continuar a toda costa con su trabajo. Como sucede con el aborto al que muchas mujeres se ven impelidas por situaciones que son incapaces de controlar, en esta ocasión la mujer profesional triunfa mayoritariamente sobre la madre. Pero esta elección no es gratuita. El remordimiento por anteponer su profesión a la crianza de sus tiernos hijos, la pesadumbre de no disfrutar su niñez y formar su corazón, la acompañará siempre.

En los últimos tiempos he debido observar con profundo dolor la serie de dificultades que, al igual que tantas madres jóvenes, han debido encarar mis propias hijas tratando de improvisar y encontrar caminos propios, originales y exitosos -la mayoría de las veces infructuosos y decepcionantes- en la misión más importante que les ha confiado la vida: la maternidad. Y ni para qué nombrar los indecibles sacrificios que deben afrontar las esposas jóvenes para compaginar su papel de madres, esposas y ejecutivas. La mujer ha tomado sobre sí demasiadas responsabilidades. La buena marcha de su hogar sigue siendo de su absoluta competencia, pero además, debe también cumplir esforzadamente con horarios rígidos y extenuantes en su lugar de trabajo. El hombre, al disfrutar solo la tranquilidad económica que esta circunstancia le depara, no se ha detenido a analizar el perjuicio que esta situación depara a su relación y especialmente a la crianza y formación de sus hijos.

La gran ironía es que esta mujer profesional que abandona su hogar en el momento en que sus hijos más la necesitan, vuelve a él solo al jubilarse muchos años después, cuando esos mismos hijos convertidos en hombres o mujeres se han marchado ya del hogar materno. Vuelve así esta mujer, esta madre a un hogar vacío para enfrentarse a una vida poco gratificante. Durante sus años más fructíferos y sanos privó a sus hijos de su presencia juvenil, de su entusiasmo, de su energía, de su amor. Seguramente esos hijos adolecieron del cariño y de la seguridad que les habría brindado tener cerca durante su infancia la figura materna. Ahora, al cabo de los años, retorna a un hogar donde su presencia ya no es necesaria. Procura entonces llenar ese espacio del trabajo en la calle del que ahora “ por fin” la jubilación la libera, con viajes, con entretenimientos sociales y superficiales, con televisión, con manualidades, con eventos culturales y en el mejor de los casos, malcriando a los nietos.

Pero hay también en la actualidad otras circunstancias que conspiran contra esa profunda necesidad biológica y espiritual de las mujeres de convertirse en madres. Cientos de jóvenes posponen cada vez más el momento de la maternidad porque son conscientes de que esa situación traerá a su vida ingentes complicaciones. En la flor de su juventud inician sus estudios universitarios y los culminan en el momento más propicio biológicamente para concebir un hijo. Y, como es apenas lógico, después de culminar sus estudios aspiran a trabajar para poner en práctica los conocimientos adquiridos durante esos años. Y el tiempo empieza a pasar para ellas. Los años se van sucediendo. Como resultado, muchas de estas jóvenes no podrán cumplir ya nunca con el imperioso llamado biológico de la maternidad.

Y entonces, ¿debe acaso la mujer renunciar a la posibilidad de estudiar, de trabajar y de superarse como ser humano? En absoluto. La solución a esta compleja situación, probablemente uno de los factores que genera más conflictos a la sociedad moderna, quizá se encuentre, aunque parezca mentira, en la posibilidad de que la mujer vuelva a considerar la posibilidad de ser madre de familia, esposa y ama de casa a tiempo completo.

¡Un descalabro!, opinarán muchos. Nada de eso. Creo sinceramente que muchas mujeres podrían pensar en la alternativa de estudiar y trabajar solamente hasta cuando llegara el momento de su alumbramiento para dedicarse luego a la crianza de sus hijos y luego a su formación hasta
la adolescencia.

¿Renunciar
a la posibilidad de continuar estudiando, de vivir una etapa laboral? NO. Sólo postergarían el momento de trabajar hasta cuando sus hijos ingresaran a la universidad o tuvieran una profesión.

¿Ventajas? Hijos más sanos, más equilibrados, más felices. Hogares más estables, más acogedores, más unidos. El presupuesto familiar se multiplicaría con la dedicación y la inteligencia de la mujer. No habría niños desnutridos, violados, maltratados, jóvenes descarriados, embarazos precoces, profusión de divorcios. Los hogares serían probablemente mucho más felices y unidos.

¿Y su carrera? ¿La botarían a la basura? ¿Abandonarían sus estudios? De ninguna manera. Durante todos estos años la madre continuaría capacitándose y estudiando con programas especiales creados para ellas por el Gobierno. Es más: las madres de escasos recursos podrían gozar, como ya sucede en algunos países europeos, de un sueldo por sus labores como madres de familia y amas de casa. Al llegar a los 40 ó 45 años de edad sus hijos serían hombres o mujeres hechos y derechos; estarían formados; tendrían ya una profesión. Algunos habrían constituido ya sus propios hogares.

La madre es en ese momento una mujer muy joven todavía, con un cúmulo de realizaciones en el plano familiar que le brindan una gran estabilidad espiritual y mental; una mujer responsable y madura, con un buen acopio de conocimientos porque durante todos estos años continuó estudiando y capacitándose.

Las empresas tendrían que analizar las ventajas que les depararía el hecho positivo de recibir en sus oficinas y fábricas a las mujeres después de los cuarenta o cuarenta y cinco años de edad. Una empleada ideal porque puede ya ofrecer al empleador los mismos beneficios de su similar masculino puesto que en esta etapa de su vida no solo es todavía una mujer joven y atractiva sino que se encuentra ya libre de embarazos, de partos, de crianzas, de enfermedades infantiles, de citas con el colegio y con el pediatra. Una excelente profesional y una empleada de privilegio.



Si esta utópica realidad llegara a darse, muchas mujeres volverían a disfrutar de una vida realmente satisfactoria sin el remordimiento que conlleva abandonar de una u otra forma a sus hijos en su tierna infancia para ser dejados en guarderías, atendidos por empleadas, o en el mejor de los casos, por una abuela consentidora y un tanto irresponsable que no puede de ninguna manera reemplazar el cariño, la atención y la alegría y energía juvenil de su madre.

Estoy segura de que al brindarle esta opción a la mujer, muchas situaciones anómalas que hoy son el común de la sociedad en que vivimos se irían volviendo cada vez más esporádicas ante el nuevo modelo de sociedad y de familia Tanto hombres como mujeres, pero sobre todo los niños, se sentirían mucho más felices en sus hogares. El hogar volvería a convertirse en un verdadero hogar presidido por la figura materna y sobre todo, por su amor, por su dedicación e inteligencia.

Hablo con conocimiento de causa porque precisamente tuve la suerte de ser durante muchos años simplemente una madre dedicada a sus hijos; un ama de casa. Por eso sé bien que esta sacrificada misión implica también el trauma de ser menospreciada aun por el propio cónyuge y por una sociedad que considera que una mujer dedicada a su hogar no es una mujer inteligente. Lamentablemente el trabajo del ama de casa y la misión de las madres no han sido valorados por nadie. He allí el motivo principal para que la mujer abandone el hogar y prefiera trabajar en la calle, a veces con sueldos ridículos y con horarios exigentes y apremiantes. Por este motivo, desde el Estado, desde las organizaciones cívicas se debe volver a revaluar la misión de la madre de familia en su hogar. Es esta una misión lo suficientemente importante para dar valor a la vida. Tal como para las madres espartanas, hay pocas cosas que den más satisfacción a una mujer que criar niños felices y formar grandes hombres y mujeres para la patria.

Si bien no hay trabajo más extenuante, variado, complejo, sacrificado y abnegado, tampoco existe otro más gratificante, inteligente y enriquecedor que el de una madre de familia y ama de casa entregada verdaderamente a su misión de criar y educar a sus hijos y crear para toda su familia un hogar grato, donde todos se sientan felices y cuidados, donde la salud sea parte de los hábitos alimenticios y el amor un encuentro de todos los días.

Es una sensación maravillosa e inigualable volver con el recuerdo al pasado y saber que dedicamos a nuestros hijos, a su crianza, a su formación el tiempo que era de ellos; que no le robamos minutos, dedicación ni amor a su infancia; que no fuimos suplantadas por personas extrañas. Un bálsamo indescriptible para el alma poder afirmar con absoluta convicción que nuestros hijos no tuvieron en su tierna infancia experiencias negativas, que su niñez y juventud estuvieron rodeadas de amor.


Qué plenitud tan grande se siente en el corazón al saber que dimos a nuestros hijos lo mejor de nosotras y que hoy podemos dedicarnos con absoluta libertad y plenitud a vivir nuevas experiencias; estudiar, trabajar… soñar. Saber que todavía somos jóvenes, que el tiempo que dedicamos ahora a vivir y a soñar es realmente nuestro tiempo y que por lograr nuestros sueños, por hacer realidad nuestros proyectos no estamos sacrificando a nuestros seres queridos.

Sé que la sociedad moderna es compleja y que todo planteamiento que involucre cambios radicales en las formas de comportamiento establecidas a través de los años corre el riesgo cierto de ser no bien recibido y menos aceptado, aun por aquellos a quienes se desea apoyar. Como toda idea ésta tampoco pretende convertirse en norma sine qua non para todas las mujeres; en un panorama tan amplio seguramente existe una gran diversidad de situaciones. Muchas no podrán ponerla en práctica por diferentes circunstancias: viudez, separación, divorcio, situación económica o simplemente por el deseo muy justo, desde luego, de alcanzar el éxito profesional, Pero creo sinceramente que muchas otras podrían volver a considerar la opción de ofrecerle a ese ser tan caro para su corazón lo mejor de su vida, su juventud, su vigor, su salud, su energía y sobre todo, su tiempo y su amor.

Ante el estado actual de la sociedad ha llegado el momento de reivindicar la misión de la mujer en el hogar, en el matrimonio y sobre todo en la maternidad. Pero esta premisa solo podrá conseguirse si el Estado y la sociedad civil realizan campañas valientes y revolucionarias para devolver a la mujer la evidencia de su propio valor y concienciarla nuevamente de su incomparable e insustituible papel como madre, formadora y guía de la familia y de la sociedad toda.

¿Una utopía? Tal vez. Pero creo que bien vale la pena intentarlo.


Santiago de Cali, Enero 10 de 2010

   


                                                                                     ***


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