Siempre me ha parecido una gran prerrogativa haber podido disfrutar el entorno y los descubrimientos que han caracterizado los dos últimos siglos. Por una parte, todas
esas cosas amables que distinguieron al siglo XX: la calidez de la vida
familiar, la sencillez de las
costumbres, un medio ambiente aparentemente indestructible, la seguridad de
nuestras ciudades y una vida coloquial y
tranquila en la que casi todo era previsible. Y luego, al aproximarse y transcurrir el siglo XXI, esa
sorprendente revolución de la tecnología y sobre todo, de las
comunicaciones que tornaron más pequeño nuestro mundo, borraron las distancias,
acercaron a todos los seres humanos, dejaron sin piso los
correos tradicionales y llenaron nuestra
vida de información, cultura y
entretenimiento.
La computación no llegó temprano a mi vida, pero como suele ocurrir con ciertos amores
tardíos, mi encuentro con ella fue absorbente, fascinante. Como muchas otras
personas que ya pasan de los cincuenta, yo ignoraba las ventajas que traería a mi vida adentrarme
por los caminos de la computación. Tenía una especie de prevención ante esa
nueva y desconocida tecnología.
Cuando un hermano me aconsejó que estudiara computación para realizar con
mayor facilidad mi labor de corrección de textos, lo escuché un tanto escéptica. Sin embargo, y pese a mis dudas, acudí
juiciosa al instituto a
recibir mis clases. Al observar mi envaramiento ante el computador, mi
instructor me tranquilizó: “ No tenga
miedo de utilizarlo. Es un aparato muy
fuerte. Prácticamente tiene que cogerlo a golpes para que se dañe”.
Fue la última vez que dudé en utilizar esa
maravilla. De allí en adelante mi
deslumbramiento por aquella nueva tecnología fue total. Mi querida máquina de escribir Olivetti quedó
relegada a partir de ese instante.
Y desde ese momento mi vida cambió ciento ochenta
grados. Primero me atrapó el Word. Era increíble poder escribir en el tipo de
letra y en el tamaño que yo escogía,
borrar, copiar, cortar, pegar textos. Ya no necesitaba el papel carbón ni el antes
indispensable liquid paper para borrar erratas. Podía
archivar mis textos, retomarlos y trabajarlos en el momento en que quería. Las copias
salían perfectas y al instante en la impresora adjunta. Nada que hacer: me entregué incondicionalmente a esa nueva tecnología.
Pero aún me faltaba descubrir el Internet,
y cuando lo hice, mi arrobamiento fue total.
No salía de mi asombro. Me preguntaba cómo era posible consultar tantas cosas
interesantes en Google y Wikipedia,
observar por Terra cualquier lugar
del mundo, recibir correos de todas partes en cuestión de segundos, comunicarme
por Skype gratuitamente y en cualquier momento
con mis hijas y amigas residentes en el exterior; editar mis propios blogs (gracias a la asesoría desinteresada e inteligente de mi amigo Gabriel Ruiz), estudiar
variedad de cursos y participar en
conferencias a distancia; anunciar mis servicios de corrección, bajar música y
libros y publicar mis libros en Amazon; usar
el Facebook y el Twiter; archivar mis fotos en Picasa, ver videos y cosas interesantes en Youtube… Y
lo más sorprendente: ¡todo gratis, completamente gratis!
¿Cómo no pensar, entonces, con agradecimiento y admiración en la serie de
genios que lograron que esta apasionante tecnología se desarrollara y pudieran
disfrutarla gentes del común como yo y
como tantos otros? ¿Y cómo no volver la mirada hacia ese pasado remoto en el
cual uno o varios hombres desconocidos originaron esta historia?
Para llegar al origen de la computación
debemos trasladarnos con los ojos de la imaginación al pasado remoto, allá, en los albores de la historia.
A medida que la vida del hombre primitivo se
iba complicando, ya no le resultaban suficientes los dedos de las manos y los
pies, ni las marcas en la tierra, ni las semillas para realizar sus trueques. Y
tampoco le bastaban las piedras -de las cuales la palabra cálculo tomó su
nombre- para efectuar de forma rápida sus cuentas.
Aunque parezca difícil de creer, en muchos casos los cálculos matemáticos
efectuados con el ábaco son más rápidos que los realizados con una moderna
calculadora electrónica, como quedó demostrado en una sorprendente competición
ocurrida en Tokio el 12 de noviembre de 1946 entre el japonés Klyoshi Matsuzaki,
del Ministerio Japonés de Comunicaciones, que
utilizó un ábaco japonés, y el estadounidense Thomas Nathan Wood de la Armada
de Ocupación de los Estados Unidos, con una calculadora electromecánica. Matsuzaki
resultó vencedor en cuatro de las cinco pruebas. Perdió solo en la prueba con operaciones de
multiplicación.
Y pasó
el tiempo. Transcurrieron más de cuatro mil años antes del siguiente avance
importante. El uso de los números romanos obstaculizó la invención de aparatos
mecánicos de computación. Luego, en el
año 1200 de nuestra era y con la
aceptación de los números arábigos se favoreció el progreso pero no apareció
ningún aparato mecánico de cálculo sino
muchos años después. En el interín hubo, por supuesto, muchos intentos por mecanizar los cálculos
matemáticos: Leonardo Da Vinci, por ejemplo, diseñó una sumadora mecánica cuyo
funcionamiento no llegó a desarrollar. Pero es solo a partir del siglo XVII
cuando la carrera hacia la computación electrónica se tornó imparable.
En el año 1617 John Neiper desarrolló los
logaritmos. Este sistema proporcionó un método eficaz para abreviar los
cálculos al convertir la multiplicación, la división, la potenciación y la radicación
en simples sumas y restas. De ahí también derivó la invención de la inolvidable
y complicada regla de cálculo.
Veinticinco años después, en el año 1642
Blaise Pascal inventó la máquina de calcular mecánica, precursora de la computadora digital. Aquel
dispositivo utilizaba una serie de ruedas conectadas de tal manera que podían efectuarse
sumas haciéndolas avanzar el número de dientes correcto. Veintiocho años
después, en 1670, el filósofo y
matemático alemán Gottfried Wilhelm Leibniz perfeccionó esta máquina e inventó
una que también podía multiplicar.
Pero fue el inventor británico Charles Babbage, ingeniero
inglés del siglo XIX, profesor
matemático de la Universidad de Cambridge e inventor de una serie de máquinas tales como la máquina
diferencial, diseñada para solucionar problemas matemáticos complejos, quien elaboró entre los años1833 y 1842 los principios de la computadora
digital moderna. Una de sus invenciones, la máquina analítica, ya tenía muchas
de las características de una computadora moderna. Incluía una corriente o
flujo de entrada en forma de paquete de tarjetas perforadas, una memoria para
guardar los datos, un procesador para las operaciones matemáticas y una
impresora para hacer permanente el registro. Si Babbage hubiera vivido en la
era de la tecnología electrónica y de las partes de precisión seguramente
habría adelantado el nacimiento de la computadora electrónica por varias
décadas. Muchos historiadores consideran a Babbage y a su socia, la matemática
británica Augusta Ada Byron (1815-1852), hija del poeta inglés Lord Byron, como
los verdaderos inventores de la computadora digital moderna.
De allí en
adelante los logros se sucederían: el teléfono por Alexander Graham Bell en
1876; la máquina de Hollerith diseñada para el censo de los Estados Unidos de
1880; la primera computadora que utilizó código binario, producida por Konrad Zuse en 1938; las Mark
I, II, III y IV, en 1944; la Eniac, en 1945, para la cual el matemático Von Neumann
propuso el sistema de numeración de base dos (binario) en vez del sistema
tradicional, algo que sentaría las bases de la computación moderna.
En 1949 se construyó en la Universidad de
Manchester, la Edvac, el primer equipo
con capacidad de almacenamiento de memoria. Sus dimensiones eran
sorprendentes: ¡pesaba aproximadamente 7.850 kg y tenía una superficie de 150
metros cuadrados! Le siguió en 1951 la Univac, la primera computadora diseñada
y construida para un propósito no militar. Podía hacer sumas de dos números de diez
dígitos cada uno, unas cien mil veces por segundo.

Pero todo
eso es ya es historia. Los vertiginosos cambios producidos luego en la computación y la llegada del Internet han sido vividos por muchos de nosotros: el primer
disco duro de la IBM, en 1956; la
primera copiadora Xerox, en 1958; la creación del mouse y los primeros
juegos de video, en 1962; la creación en los Estados Unidos de
ASPARNET, con el fin de cubrir la comunicación en tiempo de guerra, en 1968; la primera conexión internacional y la primera microcomputadora de uso masivo, en
1972; la fundación oficial de Microsoft Bill Gates y Paul Allen, en 1975; la
fundación de Apple Computers por Steve
Wozniak y Steve Jobs, en 1976 y
en 1981 la creación de Lisa, de Apple, la primera
computadora con interfase gráfica y un mouse; la Macintosh de Apple, en 1984, y en el
mismo año el debut del CD-rom y el Nintendo;
el desarrollo de Windows para IBM por
Microsoft, en1985; el supernintendo, en 1990 y
en 1996, los DVD…
El desarrollo de la tecnología de la
comunicación es asombroso y sería largo y tedioso seguir enumerando sus logros
y sorprendentes creaciones, pero como no los quiero cansar (¿ya lo hice?!), cierro esta lista con el asombroso Ipad de la Apple, un dispositivo electrónico
que se sitúa en una categoría entre un teléfono inteligente y una computadora
portátil y que nos permite no solo el
uso del teléfono sino también el acceso al entretenimiento: películas, música, videojuegos, libros electrónicos y una capacidad de almacenamiento de libros superior a la de la biblioteca de Alejandría.
24 de agosto de 2011 Steve Jobs, fundador de Apple y creador de esta maravilla, dejaba su cargo
debido a sus graves problemas de salud. Fue esa una fecha triste porque con su
retiro se iba uno de los grandes talentos
de nuestro tiempo; un hombre complejo y
contradictorio, pero con una inteligencia poco común. Steve Jobs, el genio que reinventó dos veces la computación y que creo una nueva generación de dispositivos móviles táctiles que enriquecieron nuestra vida, falleció en su casa de California a las 3 de la tarde del 5 de octubre de 2011, a los 56 años, a consecuencia de un paro respiratorio derivado de las metástasis del cáncer de páncreas que le fue descubierto en 2004, por el que en 2009 había recibido un trasplante de hígado. Quienes somos amantes de esta tecnología extrañaremos las presentaciones
espectaculares que daba Jobs tres o cuatro veces al año. Y extrañaremos también
al personaje público.
Pero Steve Jobs no era un robot, y el día de su fallecimiento debido a sus problemas
de salud tenía que llegar. Será difícil reemplazarlo. Quizá imposible. Pero la historia nos demuestra que los seres
humanos somos pasajeros y que el progreso y la tecnología no se detienen.
Hace solo cinco décadas, en 1943, Thomas Watson, presidente de la junta directiva de IBM, afirmó: "Creo que en el mundo hay un mercado para alrededor de cinco computadoras" (¡¡!!). Gracias
a genios de la informática como Bill Gates, Steve Jobs, y muchos otros,
hoy podemos contar otra historia.
Día a día nuevas y maravillosas
experiencias nos esperan en la web, porque el
mundo de Internet es prácticamente infinito. Se dice que en la World
Wide Web, o Malla Mundial, ochocientos millones de páginas esperan
nuestra visita. Si nos
propusiéramos leerlas dedicando a ese
empeño una jornada laboral normal, pero sin festivos ni vacaciones, tardaríamos veinte mil años. Así que mejor nos
ponemos pronto a la tarea.
Aunque lo habitual es que nos olvidemos de quienes con su esfuerzo nos brindan bienestar y progreso, pienso que tal como solían decir nuestros padres: “ nobleza obliga”, y que es apenas justo reconocer y agradecer a tantos genios su creatividad, talento y dedicación.
Esta columna ha sido un homenaje a Steve Jobs y a todos
esos hombres, muchos de ellos anónimos -como ese desconocido que inventó el ábaco-, que de escalón en
escalón, a través del tiempo y las
dificultades, nos han deparado con su talento,
creatividad, esfuerzo y perseverancia la maravilla siempre renovada de la
computación y el Internet. Una maravilla sin la cual, a mí personalmente, ya me sería difícil vivir.
Amigos lectores, si han tenido la paciencia de acompañarme hasta aquí, de seguro comparten como yo esta cautivante
adicción por la Internet, gracias a la
cual pude hoy llegar virtualmente hasta
ustedes. Así que solo me resta decir: ¡Enhorabuena!
En este link puedes apreciar el famoso discurso pronunciado por Steve Jobs en la Universidad de Stanford el 26 de febrero de 2009:
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