LAS PÓCIMAS DE LA INMORTALIDAD y los
enojosos datos NN
Leonor Fernández Riva
Amigos lectores: este ensayo sobre un ensayo surgió a raíz de algunas precisiones que me pidieron los lectores acerca de algunos datos que expongo en mi artículo: “Las pócimas de la inmortalidad”. He creído del caso explicarles que al colocar los links de referencia a los datos que expongo en
el texto no pude encontrar el soporte al estudio realizado en los Estados
Unidos entre doce mil varones con resultados paradójicos. Esta circunstancia me
mortificó sobremanera y desde ese mismo instante supe que debía realizar la respectiva glosa.
Ese dato, absolutamente
real -pueden creerme-, lo cité porque recuerdo perfectamente que cuando salió
publicado hace más de veinte años, yo,
que por esos días me encontraba todavía “felizmente” casada, comenté jocosamente con mi esposo semejante
ironía. La comunidad científica no había dado aún la voz de alarma acerca de
muchos hábitos peligrosos para la buena salud. El colesterol convivía
pacíficamente en nuestras arterias; los derrames cerebrales y hasta los infartos
eran calificados muchas veces como
simples “patatús” y muchos enfermos de
cáncer de colón murieron felices en sus
casas tomando juiciosos y esperanzados los remedios de la abuelita para aliviar el
“colerín”. Eran otros tiempos.
En esa etapa de mi
vida me desempeñaba simplemente como una muy responsable ama de casa, esposa y
madre de familia, y en mis escasos momentos libres, como una lectora
consuetudinaria. Lejos estaba todavía de
saber que algún día llegaría a mi vida ese maravilloso invento llamado computación y que mi mundo se
ensancharía de forma dramática con el
prodigio de la Internet ( entre otras cosas me gusta pensar que esta
maravilla es femenina).
Lejos estaba también de imaginar que mi
compulsiva afición por la lectura me motivaría
a convertirme en aprendiz de escritora y
que, metida en este cuento, sufriría de
una patología para la que no he
encontrado cura y que un
buen amigo ha denominado cariñosamente: “ensayorrea”. Con una feliz desprevención
e irresponsabilidad en cuanto al rigor histórico archivaba todos aquellos datos
que me parecían interesantes o curiosos.
Y así, sin más trámites, archivé
también el dichoso dato del estudio
realizado en los Estados Unidos acerca de los hábitos y la longevidad. Quedó, pues, huérfano de referentes y llegó a mi ensayo
como un verdadero NN. Me creo, por tanto, en la obligación moral de confiarles a ustedes
este particular y retirar, ese sabroso comentario de mi locuaz ensayo ( entre
otras cosas, ya me di cuenta porque este tipo de textos literarios recibió ese premonitorio calificativo).
Quiero aclararles también que en ningún momento fue mi idea realizar
una apología de los excesos alimenticios, ni de los hábitos perniciosos o
sedentarios ¡Absit! Fue más bien un
divertimento un tanto ilustrado acerca de esa vana búsqueda por alargar la
existencia. Resulta por demás irónico que a veces en un intento por alargar la vida
o encontrar el secreto de la inmortalidad, tal como les aconteció a Michel Jackson hace
poco menos de dos meses y unos siglos antes al emperador chino Quin Shi- Huang (Qin
Shi Huang - Wikipedia, la enciclopedia
libre), recibamos
precozmente la visita de la Parca Y es que, como todos sabemos, en ocasiones la muerte se salta la fila sin ningún respeto; nos juega
ironías pesadas e incomprensibles y, terca a morir, parece no caer en cuenta de sus
reiteradas equivocaciones.
Para reemplazar ese dato que para mí era no solo verídico sino también
sustancioso, quiero compartir con ustedes algo muy personal. Mis dos hermanos, Javier, que acaba de fallecer y Ernesto, gerente de
Impresora Feriva eran mellizos, no
gemelos.
Compartieron no solo la misma fecha de nacimiento sino
muchas situaciones similares: entorno
familiar común, mismos padres y
hermanos, educación, lecturas, juegos, colegios…, pero a pesar de esa
particularidad sus caracteres y sus
vidas fueron sorprendentemente diferentes. Javier, desde su adolescencia supo
lo que quería hacer y siguió por ese camino con tenacidad y pasión. La vida de Ernesto en cambio estuvo
rodeada siempre de una gran entropía, tanto en lo sentimental como en su vida
profesional. Pero lo verdaderamente irónico fue que Javier que llevó una vida
organizada y tranquila -hasta cierto
punto porque no solo tenía como todos el estrés de su trabajo sino también el
de la economía del país- sufrió años
antes de fallecer un problema del corazón y luego el accidente cerebral que al
final lo llevaría a la tumba. Ernesto,
que es por sobre todo un iconoclasta irreverente, que siempre se precia de pasarse por la galleta todas, o por lo menos gran parte de las reglas
de la buena salud y de las recomendaciones del padre Astete, sigue ahí, como si
nada, con su gran energía, su excelente salud y esa mentalidad prodigiosa de corrector de estilo (
y ojalá, contradiciendo todos los modernos tratados de salud, siga estando así por
mucho tiempo). ¿No es una paradoja?
Cierro esta
aclaración con otro ejemplo personal que ilustra otra de esas curiosidades que he podido observar en mi propio entorno
familiar con respecto a la buena salud y la longevidad. Mi padre, un hombre hogareño, absolutamente fiel a mi madre y a
sus hijos, afrontó no obstante en su labor como periodista factores muy
peligrosos en contra de su salud. A principios y mediados del siglo XX los
talleres de los diarios en donde se desenvolvió gran parte de su vida laboral
estaban situados en los sótanos de las edificaciones; allí reinaba la
inolvidable linotipo, alimentada constantemente por un crisol de plomo
semejante a lava argentada ardiente. En esas condiciones, sin ventilación apropiada, en un ambiente enrarecido por los vapores del plomo derretido, el humo
de los fumadores ( el cigarrillo estaba lejos todavía de ser declarado enemigo
público) y el hacinamiento de máquinas y
operarios, transcurrió gran parte de su existencia. Fundó su empresa
editorial a la edad de sesenta años y trabajó en ella con entusiasmo y sin
descanso hasta el final de su vida. Solía decir que si el trabajo matara a él
ya lo habrían enterrado hacía mucho tiempo. Gustaba, eso sí, de caminar, pero lejos
estuvo de salir diariamente a trotar o hacer ejercicio y peor aún de tomarse
alguna de las modernas pociones mágicas recomendadas. Y sin embargo, gozó siempre
de una salud envidiable y falleció de muerte natural a la edad de noventa años.
Cuando sus amigos y conocidos le
preguntaban extrañados qué deporte
practicaba. él, sonriendo, con esa gran
calidez que siempre lo caracterizó, les respondía irónico: “Ir caminando al
entierro de mis amigos deportistas”.
Espero haber subsanado con esta glosa un tanto extensa la falta de referentes al dato NN que aparece en el texto: Las pócimas de la inmortalidad".
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