jueves, 25 de noviembre de 2010

De concursos, respuestas y reinados

Leonor Fernández Riva

Debo empezar pidiendo disculpas a mis lectores por tocar un tema tan banal en momentos de tanta desgracia nacional, pero sucede que nuestro país tiene muchas facetas pintorescas como la que reseño que persisten en medio de las más grandes tragedias. Como solía repetir, admirado, un amigo gringo que alguna vez  me visitó: “¡That's the life in the tropic!”.

Pues bien, como todos sabemos, en Colombia somos muy dados a los concursos de belleza. Los hay de todo tipo e importancia y desde las más pequeñas veredas hasta las grandes capitales son escenario de estos galantes eventos.

Cada año, en la conmemoración de la declaración de independencia de Cartagena, ocurrida el 11 de noviembre de 1811 –cuatro años antes del trágico sitio-, se realiza en la Ciudad Heroica la elección de señorita Colombia.

Como es ya tradicional, varias semanas antes del certamen llueven los comentarios acerca de las características y defectos de las diferentes candidatas: que si aquella debe trabajar más su cuerpo, que si esa otra tiene demasiada celulitis, que si la de más allá no sabe caminar, que si estita no fotografía bien, que si esotra tiene demasiada cadera o muy pocas curvas y en definitiva, que quién animaría a unas cuantas a participar en el concurso.

Para quienes no estamos acostumbrados a este tipo de críticas, las crudas observaciones de los periodistas de farándula encargados de reseñar el evento pueden resultar  ofensivas y rayanas en la crueldad. Parece  por demás injusto exponer  a  chicas tan jóvenes a semejante censura,   pero  hay que admitir  que al acceder a  participar en este tipo de lides ellas  saben de antemano  a lo que se exponen y aceptan de buen grado -al menos así aparentan-  este tipo de cuestionamientos. El concurso es una vitrina y  el elogio y la reprobación,  parte del juego.  

Y es que con  las participantes en un concurso de belleza  ocurre algo similar a lo que sucede con un escritor  cuando publica un  libro. Al   poner  su obra  en   manos de sus lectores  debe acogerse con ánimo prudente a los reconocimientos y elogios (si los hubiera), y con gran estoicismo,  a la crítica feroz y descarnada de  los  comentaristas literarios.  O lo que es peor: a su indiferencia.  Un  verdadero  salto al vacío.
En la elección de Señorita Colombia se evidenció esta vez  una general frustración.  La elegida no concordó para nada con las cábalas no solo de los entendidos sino también del pueblo raso que se guiaba mayoritariamente  en sus preferencias por las apariciones de las  candidatas en la pantalla de sus televisores.
Cabe acotar aquí  que  por regla general las decisiones de los  jurados de todos los órdenes suelen ser impredecibles (si lo sabré yo que de cuando en cuando envío “magníficos” cuentos a diversos concursos literarios y obtengo como  única respuesta un oprobioso silencio).  Pero los jurados  realmente impredecibles no son, como algunos creerían, los miembros de la Corte Suprema de Justicia,  por ejemplo, sino  los  de nuestros  concursos de belleza.  El desenlace de esta  elección de Señorita Colombia  es prueba evidente.
En esta ocasión -y luego de ser coronada-  la nueva y sorprendida soberana atribuyó su inaudito  triunfo a  la decidida participación de la Virgen  Santísima y  de  Nuestro Señor  quienes,  según sus propias palabras,  “estuvieron siempre a mi lado”. Tal parece que en las esferas celestiales el concurso de Cartagena alcanzó esta vez un rating indiscutible. Las inundaciones,  derrumbes y catástrofes  ocurridos a lo largo y ancho del territorio  colombiano debieron de  pasar  a segundo  plano  dada la trascendencia  del encumbrado evento.
Debo aclarar aquí que no tengo nada en contra de los reinados de belleza. Todo lo contrario. Colombia, como todos los países  del globo, aspira con todo derecho a tener entre su población femenina a las mujeres más bellas del mundo. Algo así como lo que sucedió con nuestro himno nacional, que en algún concurso que desconozco sacó el segundo lugar en aceptación musical después de la Marsellesa.
Es más, no solo no tengo nada en contra de los reinados, sino que  no me parece  justo exponer a las candidatas a preguntas como “¿qué borraría usted de su pasado?”,  formulada  en un reciente concurso a una jovencita de diecinueve  años que,  como es de suponer,  y recién empezando  a escribir su historia, no tenía  todavía nada que borrar. Y a  propósito de estas preguntas y respuestas,  en un reciente concurso mundial  la bella candidata de Panamá  definió así en  televisión para el mundo entero  quién fue Confucio: “Un sabio japonés chino muy antiguo que inventó la confusión”.
Un desaguisado sí, pero me pregunto: ¿Tienen estas sorprendentes y graciosas respuestas  alguna importancia? Pienso que no. Las participantes en los concursos de belleza  están allí por su frescura, por su juventud, por su hermosura,  no por sus conocimientos ni por su inteligencia  y mucho menos por su cultura. Son especímenes  bellos y  llenos de gracia. Chicas muy jóvenes a las que no se les puede exigir más que belleza y juventud  porque  no tienen todavía experiencia ni en lo profesional, ni en lo  literario ni en lo cultural. Los que verdaderamente demuestran  ignorancia y poco sentido de la realidad son quienes en vez de preguntarles acerca de sus preferencias musicales, su comida preferida, el cantante de moda o sus habilidades con el reggaetón, les formulan semejantes interrogantes.
 Pero si, como creen algunos,  de lo que se trata es de  elegir mujeres con una cultura sobresaliente y opiniones certeras y sesudas,  los organizadores del concurso  deberían   reclutar  a  las  candidatas en ámbitos como el político o el literario,  aunque,  como es apenas lógico suponer, al realizar esta variante  el concurso  perdería no poco  de frescura,  belleza y juventud.   
¡Ah, los pintorescos reinados  de belleza suramericanos! Frutos todos  de nuestra idiosincrasia caribeña y  de una pertinaz  tendencia a fungir de vasallos y revivir   pasadas monarquías y señoríos.

Y sin embargo, y contrario a lo que algunos pudieran suponer, en este embeleco de los concursos no estamos solos pues  en la actualidad se realizan este tipo  de certámenes  hasta en la enigmática  China.

 Existe, no obstante, un concurso que me sorprendió y que creo  supera en expectativas y en singularidad  a todos  los demás.  El pasado 14 de noviembre se realizó en Hungría, en medio de un espectáculo exclusivo y extraordinario, el certamen de belleza “Mis Mafia 2010”, en el cual las participantes debían sine qua non demostrar fehacientemente  que eran  delincuentes, que habían  estado alguna vez encarceladas y que tenían conexiones con el mundo criminal.

Para tener una idea  de las joyitas que participaron en dicho concurso, esta fue  la respuesta que con gran desparpajo dio una de ellas a la pregunta  ¿qué haría usted si ganara la  corona?: “Si gano el concurso tengo claro que nunca voy a luchar por la paz en el mundo ni por ayudar a los niños” (¡¡!!). La  triunfadora del controvertido concurso  acudirá luego al Mis Mafia Universo que organiza la Yakuza japonesa en Tokio.
 Dadas nuestra experiencia en este tipo de eventos galantes,  la elevada población femenina  de nuestras cárceles,  el carácter angelical de nuestras reclusas  y los pésimos resultados obtenidos en los recientes certámenes mundiales de belleza  pienso que en un futuro cercano podríamos brindar un aporte interesante al Mis Mafia Universo, concurso en el que muy  probablemente sí obtendríamos excelentes  resultados.

¿No lo creen ustedes así,  amables lectores?




                                                 

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