sábado, 23 de mayo de 2009

¡Qué pena, padre Alberto! Reflexiones ante una claudicación


Amigos:

En este espacio de Opinión reproduzco las columnas, artículos, ensayos... que publicó en la sección Opinión Cibernauta del Diario Occidente la ciudad de Santiago de Cali, y algunos de otros autores que me parecen interesantes para los lectores. Espero me hagan llegar sus comentarios.Les invito cordialmente a visitar mis otros blogs:



¡Qué pena, padre Alberto!
Al momento de terminar esta columna circula la noticia de que el padre Alberto ha renunciado a la fe católica para ingresar como sacerdote a la iglesia episcopal de la ciudad de Miami. Esta circunstancia me trae a la mente una anécdota que contaba mi padre acerca de un sacerdote bastante libertino que conoció en Lima. En cierta ocasión cuando mi padre le reconvino su conducta diciéndole que por qué continuaba de sacerdote si quería comportarse en esa forma, el cura en cuestión le contestó:

“Mira, lo que sucede es que ingresé muy joven a esta actividad y a esta edad ya no sé hacer otra cosa . Esto, lamentablemente, es lo único que sé hacer”.
Me temo que algo similar ha ocurrido con el famoso padre Alberto.
¿Sorpresa? Leve, muy leve. Hoy en día no solamente claudican los sacerdotes, claudica el esposo, la esposa, el hombre público, el político, el profesional, el empresario, el burócrata…


Es el pan de cada día en esta cultura de resultados inmediatistas en donde todos, de una u otra manera, desistimos progresivamente de nuestros principios, de nuestros ideales, de nuestros compromisos, ante la búsqueda insaciable de placer y felicidad, ante la presión de un materialismo salvaje que nos impulsa a alcanzar a toda costa el dinero y el éxito.


La pregunta es obvia: ¿Es imposible para un sacerdote perseverar en el celibato? Todo depende de su fe, de la fuerza de su ideal. La verdad es que todo sacerdote pasa antes de consagrarse por un proceso largo de preparación para descubrir su vocación y analizar si es capaz de vivir en celibato por el resto de su vida. A ningún seminarista se le pone una pistola en la cabeza para que tome esa decisión. Los reglamentos de la Iglesia están bien documentados y explicados. Es una decisión personal comprometerse a seguirlos. Los monjes budistas, los monjes tibetanos, tienen una vida mucho más restringida en todos los órdenes, renuncian no solamente a la realización en el aspecto sexual, sino prácticamente a todo bienestar. Y perseveran en ello hasta su muerte.


Personalmente creo en la conveniencia del celibato en los hombres y mujeres consagrados a Dios. Una misión tan importante como la de un ministro de la Iglesia que tiene bajo su responsabilidad la conducción espiritual de cientos de feligreses no puede estar restringida o presionada por lazos familiares; el sacerdote debe disponer de una gran libertad sentimental y económica. Y es que prácticamente no hay ninguna circunstancia que torne más egoísta a un ser humano que un hijo. A partir del momento de su paternidad no hay nada más importante para un hombre que su o sus descendientes. Tenerlos, aunque se alegue lo contrario, es un freno en la entrega sin límites de un sacerdote a Dios y a su ministerio.


A pesar del escollo, aparentemente insalvable, del aspecto sexual, resulta mucho más conveniente para un religioso vivir su misión sacerdotal sin la responsabilidad de un hogar propio, de una esposa y de unos hijos que requieren educación, tiempo y satisfacción continua a las ingentes necesidades y aspiraciones que nos impone esta sociedad de consumo.


El escándalo de los curas pedófilos que tanto daño ha causado a la fe de muchas personas ingenuas tiene otras características. Probablemente estos criminales ingresaron al sacerdocio precisamente porque no les atraía para nada el matrimonio. Quizá sus propias tendencias torcidas en el plano sexual les hicieron ver el campo sacerdotal como un medio propicio para satisfacer sus instintos. El caso de Fernando Lugo en Paraguay es otra cosa. Por su comportamiento para con las mujeres queda claro que es un hombre carente de moral no solo para ser sacerdote sino incluso para la vida seglar en donde de seguro habría sido también un mal amigo, un mal empleado, un pésimo esposo… Y, desde luego, está todavía por verse lo que hará en su gestión como presidente. En ambos casos, es evidente, no obstante, una falla de la iglesia católica en la selección de sus sacerdotes.

Como en todos los órdenes de la vida, el sacerdocio católico impone también unas normas y una conducta. ¡Qué pena, padre Alberto! Pero si no fue capaz de perseverar en su compromiso y hasta llegó con absoluta ligereza a presumir públicamente de su falta, lo correcto , lo correcto era que colgara los hábitos. Al menos, los de la iglesia católica porque ella exige a sus ministros –al menos hasta hoy- el celibato y si un hombre consagrado no puede o no quiere cumplir con esta norma, debe irse.

¿Imposible para un sacerdote conservarse íntegro a través de su vida sacerdotal? ¡No! Lo único que hace falta es sentir plenamente el ideal, el compromiso, creer firmemente en Dios y en su llamado. Un llamado tan fuerte que no importe dejar no solo las pequeñas satisfacciones de la vida, sino la vida misma en la consecución de esa misión.


Hay unos versos de Amado Nervo que se refieren precisamente a ese poderoso llamado ante el que no es posible resistir; con ellos quiero terminar este comentario:

Si tu me dices ven

Si tú me dices «¡ven!», lo dejo todo...
No volveré siquiera la mirada
para mirar a la mujer amada...
Pero dímelo fuerte, de tal modo

que tu voz, como toque de llamada,
vibre hasta el más íntimo recodo
del ser, levante el alma de su lodo
y hiera el corazón como una espada.

Si tú me dices «¡ven!», todo lo dejo.
Llegaré a tu santuario casi viejo,
y al fulgor de la luz crepuscular;


mas he de compensarte mi retardo,
difundiéndome ¡Oh Cristo! ¡como un nardo
de perfume sutil, ante tu altar!

Amado Nervo

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