martes, 9 de noviembre de 2010

Esas noticias que no merecen la atención de los columnistas

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                                                                                       Guillermo Fariña

Voy a ocuparme en esta columna de  dos  noticias  que a mi parecer se camuflaron  entre otros titulares y, curiosamente, fueron  muy poco comentadas y difundidas por los medios de comunicación.

La primera de ellas, la muerte en La Habana, el 24 de febrero del 2010, del disidente cubano Orlando Zapata tras ochenta y cinco días en huelga de hambre. Una noticia ya añeja, indudablemente, pero que tuvo la virtud de remozarse ante el peligro de que Guillermo Fariña, otro preso de conciencia  cubano, corriera similar suerte por su continuada  huelga de hambre en protesta por los malos tratos recibidos en prisión de parte de sus carceleros.

La muerte de Orlando Zapata ha sido calificada por muchos como un asesinato premeditado del gobierno cubano. Hay quienes opinan que las autoridades cubanas se ensañaron con él por ser negro. Cuánto habrá de verdad en esta  afirmación es algo difícil de comprobar. Pero lo que tal vez pocas personas saben es que en Cuba existió desde siempre, y parece que sigue existiendo, una fuerte discriminación contra los negros, discriminación soterrada ahora al amparo de la revolución. Quienes duden de esta aserción pueden darse tiempo para observar detalladamente quiénes ocupan los altos cargos del poder en Cuba: no existe ningún cubano de raza negra en algún puesto de significación ¿verdad? No hay ministros de Estado negros, no hay embajadores negros,  no hay altos militares de raza negra. Y también puede, quien quiera recular en el tiempo y observar los contingentes de soldados que envío en su momento Fidel Castro a Angola, integrados en su mayoría por soldados de raza negra. Más o menos, como si estuviera devolviéndolos a su tierra. Pero, bueno, ese no es en verdad el tema de este artículo.

¿Quién era  Orlando Zapata, el  preso de conciencia que murió en La Habana hace ya nueve meses después de una continuada  huelga de hambre?

Orlando Zapata era  un hombre humilde de raza negra, de cuarenta y dos años y de profesión albañil. Su detención se llevó a cabo en el 2003 en el marco de una redada que condujo a prisión a  setenta y cinco opositores bajo la acusación de conspirar contra el régimen. En realidad Zapata no pertenecía al “Grupo de los setenta y cinco”, pero igualmente, fue sentenciado por el régimen castrista a tres años de prisión por desacato, desorden público y desobediencia (como quien dice que aquí en Colombia no solamente todos los universitarios sino también muchos de nosotros estaríamos en la cárcel).

 Pero la cosa no paró ahí. Debido a lo que sus carceleros calificaron como actitud de “desafío”, Fariña  fue acusado sucesivamente por sus carceleros de nuevos “delitos”,  y así,  sumando y sumando  condenas,  llegó a ¡treinta años de prisión!

En protesta por las golpizas y el maltrato  de que era objeto, Zapata dejó  de ingerir alimentos sólidos durante más de ochenta y cinco días. Haciendo gala de una criminal indolencia las autoridades cubanas lo dejaron agonizar en la celda de aislamiento sin darle atención médica adecuada a pesar de las alertas constantes de otros prisioneros y de su familia acerca de su precario estado de salud.

Meses después de su fallecimiento y ante el inminente peligro de muerte de Guillemo Fariña -otro disidente político cubano en delicado estado de salud debido también  a una prolongada huelga de hambre-, la dictadura castrista convino en liberar a un grupo de  presos políticos que acusaban diferentes problemas de salud.

Pero, ¿cuántos presos políticos hay realmente en Cuba? Es imposible saberlo con exactitud,  en  parte porque el gobierno cubano no permite la entrada de grupos de derechos humanos a sus cárceles. Se cree, sin embargo,  que aún existen en la isla  más de ciento cincuenta presos encarcelados en condiciones infrahumanas. Según Julio César Gálvez, periodista liberado recientemente, “…la situación de higiene y de salud en las cárceles de Cuba no es pésima, es más que pésima. Nosotros convivimos con ratas, cucarachas y alacranes.

Lo singular es que la noticia de la prolongada huelga de hambre de Orlando Zapata, su muerte y la huelga casi fatal de Guillermo Fariña se sucedieron sin mayor trascendencia y seguimiento. La prensa las olvidó rápidamente y la gran mayoría de los columnistas guardaron respecto de este abyecto crimen de la dictadura cubana  un ostensible silencio.

Lo cierto, en todo caso, es que después de estos hechos el régimen castrista no pudo seguir negando a la comunidad internacional la existencia de presos políticos en la isla y mucho menos las pésimas condiciones de su encarcelamiento. La realidad  las tornó evidentes.

***



Otro hecho que pasó prácticamente inadvertido y que ocurrió sin mayor cubrimiento de la prensa fue el gesto humanitario de cuarenta millonarios norteamericanos que donaron el pasado mes de agosto el cincuenta por ciento de sus fortunas para combatir la pobreza mundial.
Sí. No se le dio trascendencia a esa noticia. Era mejor hablar de los atentados en Afganistán; del huracán Earth; de los presos liberados “generosamente” por Cuba; de la película  de Carla Bruni o de los atractivos pecados de las derechas alrededor del mundo. Y, sin embargo, fue ese un gesto de filantropía sorprendente  que puso en entredicho la arraigada idea de la indiferencia del sector empresarial y financiero de los Estados Unidos hacia las poblaciones depauperadas del Tercer Mundo. Su actitud demostró claramente  que estos multimillonarios norteamericanos están lejos de ser los egoístas demonios que nos pintan.
Para que tengamos una idea exacta del significado de este proceder preguntémonos, y contestemos con sinceridad: ¿Estaríamos dispuestos a realizar un gesto parecido para remediar la situación de muchos compatriotas?  Recuerdo que el día que la radio estaba citando la noticia, uno de los locutores le preguntó a una compañera: “¿Estarías dispuesta a regalar el cincuenta por ciento de tus bienes a favor de los pobres?” La respuesta, desde luego, fue un dubitativo y explicativo: “No, no es lo mismo. Yo no tengo sino un carrito, un pequeño apartamento y vivo de un sueldo. Si tuviera lo suficiente, si tuviera más lo haría”. Una respuesta anunciada. Claro, si tuviera más, si tuviera lo suficiente; si no tuviera que renovar el carrito; si no tuviera que redecorar el apartamento, tal vez lo haría. Pero, ¿será que algún día  esa joven va a tener lo suficiente? ¿Será que algún día se contentará para siempre con su modelo de automóvil, con su apartamento, o dejará de tener deseos?

Es fácil  hablar de igualdad social, de justicia, cuando no nos vemos cuestionados. Cuando no cruzamos la aparente línea de la desigualdad social. ¿Cuántos de los instigadores de la anarquía o de la lucha de clases da trabajo a otras personas, paga lo justo a la empleada del servicio, le deposita su prima, la tiene asegurada, trata con dignidad a quienes eventualmente les sirven o se dignan compartir con los menos favorecidos sus elevados sueldos, ganancias o eventuales beneficios?

Tengo bastante mala experiencia en este aspecto. He conocido a muchos admiradores de Marx y en apariencia fieles seguidores de sus postulados, que en su vida personal son duros con sus semejantes, cómodos e inútiles burócratas, seres resentidos, derrotistas, faltos de creatividad, oportunistas, amargados, envidiosos fracasados.

Y es que como sucede con el problema de la contaminación ambiental, muchos de nosotros estamos convencidos de que la pobreza de nuestros semejantes no es asunto nuestro, de que al respecto estamos absolutamente  libres de responsabilidad. Son los demás, el Gobierno, los ricos, los empresarios los que deben tomar medidas, hacer sacrificios, crear empleos. Una actitud muy cómoda, desde luego.

Lo admirable  es que  la mayoría de estos multimillonarios norteamericanos no recibieron su fortuna por herencia; hicieron su dinero trabajando duro. Conquistaron el éxito con base en su brillante inteligencia, en su  trabajo, en su admirable perseverancia y esfuerzo. El suyo fue un ejemplo al que no se quisieron adherir los poderosos de otras naciones. Y desde luego, tampoco los nuestros.

Como bien lo expresó uno de ellos al realizar el millonario donativo:"Un hombre muy rico puede dejarles a sus hijos suficiente dinero para que les sea posible hacer prácticamente todo lo que quieran, pero sería muy tonto si les deja tanto dinero como para que no hagan nada". Vale la pena reflexionar en sus palabras.

En suma, dos noticias que no merecieron la tinta de los noticieros ni el ágil y certero apunte de los columnistas de opinión.




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Comentarios:



    Hola Leonor.

  Me parece que la clave de una buena columna tiene que ver con la brevedad, Leonor. Y la verdad, en ésta, me parece que te alargaste demasiado, te estás tomando mucha confianza con el lector, es que casi has ocupado el espacio que le compete al ensayo o a la crónica.
    La crónica amerita ser más larga porque nos devela una realidad y nos la cuenta literariamente, un buen cronista nos expone un mundo nuevo que descubrimos mientras lo estamos leyendo. Ahora, las columnas deben ser cortas porque "sólo" se trata del pensamiento de una persona sobre un asunto X, entonces es muy importante concretarse a los párrafos que el periodismo por tradición ha estipulado para ello. Alargarse más de la cuenta implicaría SEDUCIR al lector con el tono del ensayo por ejemplo, ese género más literario que periodístico que la prensa moderna rara vez incluye en sus páginas.
    Tus dos noticias en una sola columna perfectamente pudieron ser destinadas primero a una y luego a otra columna. Los temas del cubano condenado a muerte por Fidel Castro, su hermano y los demás secuaces comunistas, así como el de los billonarios dádivosos ameritaba, por lo distintos entre si, tratamiento independiente.
Julián Enríquez




Larga, si. Buena, tambien.

besos,


SILVIO