miércoles, 27 de octubre de 2010

En defensa de la Novela

La trampa del oro


Cuando hace unos meses contemplé a Gilberto Rodríguez Orejuela encaminarse esposado hacia el avión que lo llevaría extraditado a los EE.UU, no pude menos que observar la expresión entre derrotada y profundamente confundida del otrora todopoderoso capo del cartel de Cali. Seguramente presentía ya que éste sería un viaje sin retorno y que  más nunca volvería a ver su patria porque dada su edad, cualesquiera fuera la sentencia condenatoria de los jueces norteamericanos, ésta significaría: cadena perpetua.

¿Qué pasaría por su mente en aquellos instantes? Me atrevo a aventurar que probablemente reflexionaría impotente en el desperdicio irreparable de su vida; en el daño incalculable causado a sus hijos y a su familia y en tantos momentos equivocados de su existencia desde el instante mismo en que claudicando de sus principios ingresó al mundo oscuro y sin retorno del crimen organizado.

Y lo triste es que este epílogo deben vivirlo también muchos otros. En muchos casos, hombres de gran inteligencia que pudieron engrandecer a su patria, ser brillantes ejecutivos, políticos probos e inteligentes, militares de gran patriotismo y capacidad, buenos ciudadanos, pero que escogieron el camino torcido que solo conduce a la deshonra, a la cárcel o a la muerte. Destruyeron a sus familias y a quienes les rodeaban; envenenaron la mente de miles de jóvenes a los que convirtieron en asesinos y sicarios y causaron indecible dolor a cientos de personas inocentes alrededor de Colombia. Pero, por sobre todo, desperdiciaron estúpidamente sus vidas corriendo tras la utopía del dinero “fácil” y del poder conseguido a cualquier costo.

Un velo muy tenue separa actualmente la probidad y la honestidad de la tentación por las riquezas materiales y el poder. Cuántas personas aparentemente incorruptibles se dejan seducir hoy por los cantos de sirena del dinero mal habido y terminan claudicando de sus principios y valores. Se rinde culto a la frivolidad, al materialismo. Se endiosa a ídolos de barro, modelos, artistas de cine, presentadoras, reinas de belleza, cantantes e ídolos de fútbol algunos de los cuales dejan mucho que desear en su vida personal, pero cuyo éxito reflejado en dinero se ha convertido en el paradigma de miles de jóvenes para quienes su ejemplo es el único camino que vale la pena seguir. No podemos entonces sorprendernos al observar el crecimiento de las mafias, de la delincuencia, de la corrupción a todo nivel, y la claudicación de tantos hombres aparentemente incorruptibles porque el único baremo que parece medir hoy por hoy el comportamiento de la sociedad es el del dinero y el éxito obtenidos a cualquier costo.

La sociedad ha olvidado que el camino más corto a la felicidad es el camino recto, que el crimen ciertamente no paga, que vale la pena llevar una vida de honor y de trabajo honrado y ser un buen ciudadano. Para muchos narcotraficantes, paras, guerrilleros y delincuentes es ya demasiado tarde, jugaron con sus vidas y las de sus seres queridos y hoy la vida les presenta la cuenta, pero para la gran mayoría de los cuarenta y dos millones de colombianos hoy, como ayer,  sigue estando vigente la senda del honor, del sacrificio y del esfuerzo.

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