El 21 de marzo de cada año ha sido establecido por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), como el Día del Árbol. Muchos países tienen sus propios Día del Árbol, pero esta fecha fue fijada por la FAO al reflexionar en que en este mes es cuando los países del mundo se encuentran, en promedio, más alejados del invierno, fecha en la cual es más difícil plantar árboles.
Pensando precisamente en este día, que para mi tiene una especial significación, he querido hablarles hoy, queridos amigos, de un árbol realmente excepcional, calificado
por la comunidad científica mundial como "el árbol milagroso". Se
trata, de la moringa oleífera, cuyas propiedades, como verán, son efectivamente, casi que
milagrosas. Supe de su existencia y de sus sorprendentes cualidades, por un ingeniero agrónomo amigo que presta asesorías en el África, quien al volver de una de sus visitas a ese
continente me confío con sincero entusiasmo su conocimiento de este portentoso árbol.
La moringa oleífera
pertenece a la familia de las moringáceas, arbustos y árboles muy extraños, nativos de la India. Crece en lugares
áridos en los cuales no sobreviven otros árboles. Se erige así como
un presente milagroso que brota precisamente en esos parajes para aliviar el
hambre de poblaciones famélicas. La existencia de esta leguminosa era
conocida desde hace ya muchos años en África y especialmente en Senegal, pero
sus asombrosas propiedades nutritivas y medicinales solo hace poco empezaron a
ser difundidas al resto del mundo, luego
de que en la década de los noventa, en Malawi, un país situado al sudeste de
África, los médicos sin fronteras empezaron a utilizar sus hojas y frutos para enfrentar con
sorprendente éxito la grave desnutrición de la población. Desde ese momento la
moringa comenzó a ser conocida como
"el árbol milagroso" o "el árbol de la vida".


actualmente en África para adicionarlas a la leche y otros líquidos en el tratamiento de niños y adultos desnutridos. Numerosos programas de organizaciones no gubernamentales que trabajan con la población infantil mal nutrida de Senegal, usan cocidas las hojas de esta planta para alimentar a niños anémicos y desnutridos y han logrado con esta dieta su rápida recuperación.
El alto contenido de vitaminas presente en la moringa ha despertado un genuino interés de los científicos alrededor del mundo sorprendidos tanto por su contenido nutricional como por sus cualidades medicinales.
Sus hojas se consumen en ensalada (las verdes tienen más vitaminas que las secas), pero también se pueden usar como condimento para la comida; en ellas se encuentra selenio, vitamina E, vitamina A y antioxidantes. Contienen más betacaroteno que las zanahorias, más proteínas que las arvejas, más vitamina C que las naranjas, más hierro que la espinaca, y tanto potasio como las bananas.

Las semillas se pueden comer como maní o pueden ser utilizadas para preparar aceite. Con las flores y frutos se elaboran jugos de muy grato sabor. Según se dice, quienes los consumen ya no pueden prescindir de ellos. Sus semillas encierran en su interior un aceite muy fino que sirve tanto para cocinar como para uso cosmético.



Eso es lo que hace extraordinario a este árbol y que tiene interesada a la comunidad científica: sus múltiples aplicaciones.
Probablemente serán necesarias todavía muchas investigaciones para establecer la bio disponibilidad de todos los nutrientes de la moringa, pero en algunos lugares del mundo no pueden esperar a que concluyan esas investigaciones.
En África la mayoría de los niños en proporción del 30% y hasta el 40% mueren por desnutrición antes de cumplir los cinco años, y muchos de los que sobreviven padecerán toda su vida física y mentalmente las consecuencias de esa desnutrición. La moringa puede convertirse salvación para esos pueblos. De hecho, la moringa era conocida en África desde hace muchos años. En Senegal se empleaba como alimento y como medicina, pero la forma en que la preparaban hacía que perdiera muchos de sus nutrientes. Hoy, con ayuda de organizaciones de salud han aprendido a conservar sus propiedades y este árbol se ha convertido en una verdadera esperanza para esas poblaciones desnutridas.

Al tratar cuestiones medioambientales, solemos centrar nuestra atención únicamente en las especies animales o en los ecosistemas en peligro de extinción, pero dejamos al margen o prestamos menos interés a los árboles, que son la base de los ecosistemas y tienen un papel fundamental en la naturaleza. No resulta del todo descabellada la pregunta que alguien me formuló en una ocasión: ¿Están desapareciendo los árboles? Lamentablemente, la respuesta en muchos casos es: sí.

Sí, amigos, cerca de catorce millones de hectáreas de bosque desaparecen al año en el mundo. Muchos árboles centenarios que han acompañado la historia del hombre y que entre los anillos de su tronco guardaban el devenir de la humanidad, así como también, otras muchas especies de árboles que poblaban nuestros bosques y que en muchos casos, no alcanzaron a ser conocidos, investigados o valorados, han desaparecido en el último siglo víctimas de incendios, talas, enfermedades, ganadería o proyectos urbanísticos. Aunque la causa de su muerte pudo deberse a plagas, insectos o incendios forestales, con mayor frecuencia se produjo debido a la mano del hombre. La desaparición de los árboles implica también la desaparición de las especies asociadas a su hábitat. Una pérdida difícil de cuantificar porque los árboles tanto de los bosques como de las zonas rurales y urbanas, dan cobijo a una riquísima comunidad de plantas y animales que los eligen para refugiarse o alimentarse.
Al reflexionar en las cualidades nutricionales y curativas de la moringa, el "árbol de la libertad", como también se le conoce en Centroamérica, y cuyas admirables características tan solo ahora empiezan a ser valoradas, no puedo menos que reflexionar en los cientos de árboles y plantas que a lo largo de los dos últimos siglos hemos extinguido desaprensivamente de nuestros bosques sin llegar siquiera a conocer sus propiedades.

Sí, amigos, cerca de catorce millones de hectáreas de bosque desaparecen al año en el mundo. Muchos árboles centenarios que han acompañado la historia del hombre y que entre los anillos de su tronco guardaban el devenir de la humanidad, así como también, otras muchas especies de árboles que poblaban nuestros bosques y que en muchos casos, no alcanzaron a ser conocidos, investigados o valorados, han desaparecido en el último siglo víctimas de incendios, talas, enfermedades, ganadería o proyectos urbanísticos. Aunque la causa de su muerte pudo deberse a plagas, insectos o incendios forestales, con mayor frecuencia se produjo debido a la mano del hombre. La desaparición de los árboles implica también la desaparición de las especies asociadas a su hábitat. Una pérdida difícil de cuantificar porque los árboles tanto de los bosques como de las zonas rurales y urbanas, dan cobijo a una riquísima comunidad de plantas y animales que los eligen para refugiarse o alimentarse.
Al reflexionar en las cualidades nutricionales y curativas de la moringa, el "árbol de la libertad", como también se le conoce en Centroamérica, y cuyas admirables características tan solo ahora empiezan a ser valoradas, no puedo menos que reflexionar en los cientos de árboles y plantas que a lo largo de los dos últimos siglos hemos extinguido desaprensivamente de nuestros bosques sin llegar siquiera a conocer sus propiedades.
Acerca de esa actitud
depredadora del ser humano guardo también una experiencia personal de la
que no puedo sentirme muy orgullosa. En Ecuador, hermoso país de Sudamérica en
el cual tuve la suerte de residir durante muchos años, disfruté la posesión de
una finca en el bosque húmedo, un lugar paradisiaco situado a 30 kilómetros de
Quito. Llegar allá después de más de cinco horas de viaje por una
estrecha carretera llena de precipicios convertía cada periplo en toda una
odisea. Por aquellos días no pesaban sobre mis hombros muchos almanaques y la
emoción de la aventura compensaba con creces las incomodidades del trayecto.
Lo
nuestro no era propiamente una finca, como pomposamente la llamábamos, sino una jungla, poblada de cientos de árboles inmensos y plantas exuberantes. Una
vegetación lujuriosa habitada por una multifacética biodiversidad. En cada
viaje solíamos encontrarnos por la carretera decenas de tracto mulas cargadas
de inmensos troncos. Al contemplarlos, una especie de sobresalto, de pesadumbre
me embargaba. Esos troncos eran los vestigios de árboles centenarios y
gigantescos nativos del lugar que seguramente se estaban extinguiendo sin
remedio. Poco a poco, sin embargo, con el paso del tiempo, los encuentros con aquellos
camiones cargados de troncos se fueron espaciando hasta casi desaparecer.
El
bosque húmedo había rendido tributo a la feroz actitud depredadora de quienes
lo colonizaban y en ese proceso había perdido irremediablemente, sus más preciosos y longevos
habitantes.


Pero como
así son las cosas, un día, en el empeño de que aquella finca de recreo se
convirtiera también en tierra productiva, iniciamos en ese paraje privilegiado
una implacable depredación. Contagiados por el afán ganadero de la zona, nos propusimos transformar todo ese bosque en potreros para pastar ganado. Y así, ante nuestro ambicioso
empeño, fueron sucumbiendo árboles gigantescos y centenarios para dar paso a
hectáreas y hectáreas de pasto. Extensos pastizales, semejantes a gigantescos campos de golf.

Aunque el
espíritu ambicioso del hombre y las leyes del progreso parecen estar en
constante contrapunteo con las leyes de la naturaleza he podido observar que circunstancias muy diferentes rodean la desaparición de las especies animales de las de las plantas. Si a una especie animal,
por ejemplo, se le atribuye algún beneficio nutritivo, medicinal o afrodisíaco,
esa especie corre el peligro cierto de ser exterminada rápidamente, pero en el
caso de las plantas y de los árboles, afortunadamente ocurre lo contrario.

Si a una especie vegetal cualquiera se le atribuyen especiales beneficios, es cultivada y reproducida extensivamente. Eso es, lo que afortunadamente, ha ocurrido con la moringa oleífera que luego de conocerse sus cualidades es cultivada masivamente en varias regiones de la India y de África, como también en Camboya, Taiwan, Skri Lanka, y en varios países de América Central y de América del Sur.

Si a una especie vegetal cualquiera se le atribuyen especiales beneficios, es cultivada y reproducida extensivamente. Eso es, lo que afortunadamente, ha ocurrido con la moringa oleífera que luego de conocerse sus cualidades es cultivada masivamente en varias regiones de la India y de África, como también en Camboya, Taiwan, Skri Lanka, y en varios países de América Central y de América del Sur.
En momentos
en que según datos de la FAO ochocientos millones de personas pasan hambre en
el mundo y unos doscientos millones de niños sufren malnutrición; cuando cada año, aproximadamente once millones de
menores de cinco años mueren como consecuencia directa o indirecta del hambre o
de una alimentación inadecuada o insuficiente, y otros millones padecen
enfermedades relacionadas con la falta de vitaminas y minerales o por la contaminación de los alimentos y del agua,
la moringa oleífera se constituye en una verdadera esperanza para las
poblaciones del Tercer Mundo.
¿ No lo
creen así, amables lectores?
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