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Cuando multiplicarse es restar
Leonor Fernández Riva
El día de ayer asistí en la Biblioteca Departamental de Cali a una muy interesante conferencia dictada por la periodista y ecóloga canadiense Alanna Mitchell sobre el daño irreversible que con la contaminación y el calentamiento global estamos infligiendo al océano, y las consecuencias apocalípticas que este hecho conlleva para la humanidad. Hablar de ecología en los actuales momentos no es precisamente reconfortante; los daños ya están hechos, las consecuencias son aterradoras y no hay soluciones fáciles ni milagrosas a la vista.
Una tragedia anunciada, porque a mi parecer es muy difícil intentar enderezar el cauce de los acontecimientos, sobre todo cuando cada vez somos más los homos contaminantes y depredadores que poblamos este sufrido planeta azul.
En ocasiones, no obstante, los expertos pueden equivocarse. En 1798 Thomas Robert Malthus, considerado el pionero de los estudios demográficos, publicó su Ensayo sobre el principio de la población, en el cual vaticinaba un futuro catastrófico para Inglaterra basado, según él, en que mientras la población del país crecía en forma geométrica, los alimentos lo hacían solo aritméticamente. Su conclusión es conocida como la “catástrofe malthusiana”. Según sus propias palabras: “Al final del primer siglo la población de Gran Bretaña será de ciento setenta y seis millones y las subsistencias no alcanzarán sino para 55 millones, de modo que una población de ciento veintiún millones de habitantes tendrá que morir de hambre”.
Como es evidente, sus apocalípticos augurios no se cumplieron. Inglaterra tiene en la actualidad un poco más de cincuenta y un millones de habitantes. Malthus no pudo imaginar que en auxilio de la aparentemente indetenible procreación de la especie humana llegarían la píldora, el dolor de cabeza… y la televisión.
El factor demográfico es complejo y no puede ser considerado ni resuelto en forma universal. China, por ejemplo, que con la drástica medida del hijo único ha logrado disminuir su crecimiento poblacional a cien millones de habitantes cada siete años, afronta el problema de más de cincuenta millones de chinos que no podrán conseguir compañera dada la preferencia generalizada de los chinos por los hijos varones. En Europa, entretanto, el promedio de vida que en el siglo XVIII era de algo más de treinta años ha aumentado en la actualidad a setenta y cinco; ese factor, y la sensible baja de nacimientos y nuevos aportantes tiene prácticamente invertida la pirámide que sostiene la seguridad social.
América Latina es caso aparte. En este aspecto, como en muchos otros, no tenemos ningún tipo de planificación. En el Perú han encontrado un excelente calificativo para denominar los barrios marginales que nacen de la noche a la mañana alrededor de Lima: “pueblos jóvenes”, los llaman. Y eso son, efectivamente, porque están poblados en su gran mayoría por jóvenes y niños; villas miseria, producto de invasiones y desplazamientos masivos, sin planificación, sin servicios, sin horizonte. Pero no solo el Perú sino todos los países latinoamericanos tenemos nuestros “pueblos jóvenes”.
Según una encuesta del Sisbén (Sistema de Identificación de Beneficiarios de Subsidios del Estado) realizada recientemente y aplicada a 235.000 hogares de Cali, el 85% de los caleños vive en la pobreza. Sorprende conocer esta cifra y duele el corazón saber que formamos parte de una ciudad con semejante inequidad social, pero a la vez me hago una pregunta: ¿cómo vamos a mejorar esos resultados si diariamente siguen naciendo decenas de niños no planificados ni deseados que llegan para incrementar aún más estos índices de pobreza? Niños cuya vida, como nos lo muestran diariamente los noticieros, es una tragedia cotidiana: desnutridos, hambrientos, violados, maltratados, enfermos, sin estudio, reclutados por los violentos y delincuentes…madres solteras inmaduras, casi niñas, que pasan sin transición del jugar con muñecas a convertirse en precoces madres cabeza de familia, incapaces, como es natural, de afrontar la pesada carga familiar y la responsabilidad de su prematura maternidad.
Es complejo analizar las causas de este desborde poblacional porque demasiados factores lo propician. Aunque ya el mandato de la Iglesia no tiene la fuerza que solía tener hace un tiempo, su renuencia a aceptar los preservativos y anticonceptivos sigue incidiendo desfavorablemente en las tasas de natalidad, pero las reales causas debemos encontrarlas en la falta de educación y de principios; en el hacinamiento; en el mensaje frívolo y provocador de los medios y en una juventud que acude cada vez más tempranamente al sexo.
Urge decirle basta a esa especie de hobby nacional de las relaciones precoces, fugaces y promiscuas; a la indiferencia de los hombres ante los embarazos causados durante las borracheras y noches de juerga; a la paternidad irresponsable. No solamente las niñas deben aprender desde su infancia el compromiso que entraña traer un hijo al mundo; los niños y los jóvenes deben ser especialmente conscientes de que un momento fugaz de placer puede generarles, no solo a ellos sino sobre todo a sus parejas, graves consecuencias en su vida personal y social; al posible fruto de ese instante de sexo irresponsable, una vida llena de carencias; y a la sociedad toda, un inmenso traumatismo.
No es fácil enfrentar las gravísimas consecuencias que depara a nuestra ciudad y a la nación toda esa inmensa población infantil carente de protección. Pero es con valentía y con gran sentido de la realidad y del momento histórico como debemos plantear las soluciones. La televisión, la radio, la música, los mensajes de todo tipo deben unirse en una misión superior para quitarles a los momentos de pasión y de sexo la aureola de romanticismo y de aventura con que se los ha ido recubriendo a través del tiempo y difundir en dichos mensajes el peligro y la gran responsabilidad que encierran esos momentos de sexo para quienes los viven.
Ningún presidente, ningún alcalde podrá dar abasto en servicios, salud, educación, empleo, seguridad, ni satisfacer las necesidades básicas de una ciudad si esta se multiplica cada noche en las depauperadas y cada vez más extensas ciudadelas emergentes.
Y con un agravante de peso: según la encuesta del Sisbén que cité al principio de esta columna, solo el 13% de los habitantes de Cali está en capacidad de sufragar los impuestos que se requieren para el mantenimiento y desarrollo de la ciudad.
Hay un hecho cierto: nunca podremos salir del subdesarrollo ni de la pobreza ni enfrentar la contaminación y los problemas ecológicos que ya estamos viviendo si nos seguimos multiplicando tan irresponsablemente como hasta ahora.

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Comentarios
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Mi estimada Leonor, he leido con especial interés su enorme preocupación acerca de estos temas tan sensibles que no son otra cosa que la agenda de gobernabilidad que deben llenar los dirigentes contemporáneos. Tal como usted lo puntualiza hay vacíos de ambas partes, tanto de gobernados como de gobernantes y claro eso obedece a la linea estratégica derivada del cumplimiento de la ley por parte de las altas instancias del poder publico. Ademas su sensata preocupación por el deterioro del medio ambiente es una realidad que debe movernos a todos los colombianos, porque en ese campo seguimos en pañales. La solución implica programación estratégica, educación pertinente y sentido de responsabilidad compartido entre el pueblo y el gobierno. Por favor, no deje de alertar sobre este tema. Sus palabras no caerán en el vacío.
Coronel Luis Alberto Villamarin Pulido
Analista de Asuntos Estratégicos
http://www.luisvillamarin.com/
Analista de Asuntos Estratégicos
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