jueves, 18 de febrero de 2010

¿Y por qué no diez mil?


Según una noticia aparecida en los medios periodísticos el 29 del mes de enero del presente año, el Gobierno de Álvaro Uribe Vélez ha expresado su voluntad de convertirse en el primer país latinoamericano que contribuya a la ISAC (Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad de Afganistán).

La idea es que Colombia participe con una compañía de unos cien militares para reforzar el destacamento español desplegado en Qal-i-Naw, capital de la provincia de Badhis, al noroeste del país. Para España, la llegada de las tropas colombianas, prevista para la próxima primavera, supondrá una ayuda invalorable pues le permitirá completar un batallón de acción rápida, con el cual podrá hacer frente a los incidentes cada vez más frecuentes en un territorio con cuatrocientos mil habitantes y una extensión similar a la de Galicia, cuya seguridad depende hasta ahora de solo doscientos soldados españoles.

Al leer esta información no pude menos que pensar en lo coyuntural que sería en este momento para nuestro país colaborar, con el envío de tropas especiales, en la pacificación de otras regiones del mundo. Hace algunos años, en el 2004 para ser más exacta, vislumbré ya la serie de dificultades que acarrearía el complicado proceso de reinserción de los paramilitares a la vida civil. Hoy, nadie me quita de la cabeza que la proliferación de la delincuencia que acosa a varias de nuestras capitales puede estar generada precisamente en la reinserción (a medias) de muchos paramilitares y ex guerrilleros.

El proceso de reinserción de combatientes a la vida civil nunca ha sido sencillo. España debió también afrontar esa compleja circunstancia al terminar su larga lucha de más de seiscientos años contra los moros. Cuando en 1492 estos fueron por fin vencidos, se terminó también con la forma de vida de cientos de soldados y mercenarios que difícilmente podían adaptarse a la bucólica y provinciana existencia de las ciudades castellanas.

El retorno a la vida civil de estas huestes, enseñadas solo a guerrear, se tornó en un problema casi tan grave como la misma ocupación de los moros. Pero providencialmente apareció América, y entonces estas hordas guerreras, sedientas de aventura tuvieron una razón de ser: la conquista de las tierras americanas.


Desde hace unos años nos hemos enfrentado en Colombia a un drama parecido. Los desmovilizados no encuentran acomodo en la vida civil. Lo suyo es la guerra. Muchos vuelven a delinquir individualmente y otros organizan eficientes bandas delincuenciales que azotan a las ciudades. Un verdadero dolor de cabeza para las autoridades. Pero claro, al contrario de lo que ocurrió en España, aquí no tenemos tierras para conquistar.

Siempre me pareció, no obstante, que con un poco de inteligencia y sentido común podíamos (al menos en parte) resolver el problema. Y entonces me pregunté: ¿Por qué no ponemos a hacer a los paramilitares y ex guerrilleros lo que realmente saben hacer? ¿Por qué no incorporamos estos guerreros expertos en la guerra de guerrillas al Ejército Nacional? ¿ Por qué desperdiciar en ellos sueldos y subsidios si pueden ganárselos legítima y patrióticamente luchando en la selva al lado de los militares colombianos por la paz de Colombia?

Como es de todos conocido, esta idea no fue considerada. Las consecuencias están a la vista.

Hoy, sin embargo, surge esta nueva y coyuntural posibilidad de colaborar con la OTAN y con otros cuerpos de paz del planeta. Colaboración que, no me cabe la menor duda, sería muy bien recibida por estas organizaciones mundiales. Qué oportuno, pues, que Colombia tomara la decisión de enviar ejércitos de reinsertados a refrescar las agotadas tropas de otros conflictos en el mundo. La innegable experiencia de combate acuñada por estos combatientes en zonas inhóspitas a lo largo de tantos años los torna en guerreros audaces y diestros para enfrentar con pericia y arrojo conflictos complejos como los de Afganistán, Irak, Somalia, Sudán…

Con dos mil quinientos muertos en lo que va del año, la guerra de Afganistán sobrepasa ya a la de Irak en el ranking de preocupaciones del Pentágono. El presidente Barack Obama ha anunciado su propósito de incrementar allí las tropas norteamericanas y de pedir a los aliados europeos que hagan otro tanto. No les vendría nada mal recibir de nuestro país un refuerzo significativo de tropas experimentadas.

No digo yo cien, ¡cinco mil, diez mil o más tropas! debería enviar el Gobierno Nacional para reforzar los ejércitos de la OTAN y de la ONU. Nos convertiríamos así en una especie de Legión Extranjera que lucharía junto a los cascos azules por preservar, defender y rescatar la paz en el mundo.

Vale la pena reflexionar también que en una eventual capitulación de la guerrilla o en un hipotético tratado de paz con este grupo armado y la consiguiente reinserción de sus huestes a la vida civil, la delincuencia que hoy impera en nuestras ciudades se incrementaría sustancialmente.

No es éste, por tanto, un problema fácil de resolver. Su solución exige ideas originales y una mente abierta No faltará quién invoque los derechos humanos y arguya una serie de silogismos y diatribas en contra de la propuesta sugerida en esta columna.

Pero, ¿ por qué asustarnos? Nuestras fuerzas para la paz podrían hacerle un gran favor al mundo y competir muy bien con el gusto de los países desarrollados por nuestro nefasto pero muy bien cotizado y consumido producto de exportación ilegal: la droga. Después de todo, creo que nuestra historia es un testimonio fehaciente de que lo que mejor sabemos hacer en nuestro sufrido país es guerrear.

Leonor Fernández Riva
almaleonor@gmail.com

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