domingo, 13 de febrero de 2011

El imperio de la entropía





El imperio de la entropía
Educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres.
                                                                     Pitágoras

Hace ya algún tiempo, alguien en nuestro país –tratando quizá de imitar sociedades más “desarrolladas”- tuvo la brillante idea de suprimir del pensum escolar las asignaturas de Urbanidad y de Cívica. Parece que para justificar esta “iluminación pedagógica” se adujo que los temas de esas materias debían ser inculcados exclusivamente en los hogares de los alumnos, porque destinar a ellas horarios y profesores especiales representaba una pérdida de tiempo y de dinero. No se pensó, desde luego, que no se puede dar lo que no se tiene y que nuestra sociedad no se ha caracterizado por cultivar arraigados sentimientos cívicos y urbanos.

Los resultados no se hicieron esperar. El vandalismo, la chabacanería, la falta de civismo, la ignorancia crasa del significado de nuestras fiestas y conmemoraciones patrias, el desconocimiento de los héroes que lucharon por nuestra independencia; la falta de amabilidad, de tolerancia, de cortesía; la ausencia de sentimientos humanitarios hacia la niñez, hacia los ancianos o dispacitados; el desprecio por la naturaleza y por el patrimonio común, y lo que es peor, los crímenes más sanguinarios y repugnantes, campean ahora por todo el país. Nunca pensaron estos antipedagógicos legisladores, que valores  tan subvalorados últimamente como la urbanidad y el civismo son precisamente los que tornan más amable la convivencia en una sociedad. 

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que hoy en nuestro país reina la entropía más absoluta. Y, ¿qué es la entropía?, dirán algunos. Pues bien, la entropía ha sido definida como el desorden interno de un sistema. Una ley de la naturaleza por la que todo tiende a desordenarse. Por ejemplo: la selva se “come” una choza en cuestión de meses, pero no construye por generación espontánea otra vivienda; un automóvil puede convertirse en chatarra al cabo de un tiempo de tenerlo expuesto a la inclemencia de los elementos, pero en cambio, es imposible que la naturaleza transforme la chatarra en un automóvil nuevo.

Esta entropía destructora existe también en el interior del ser humano. ¡Qué fácil es caer en el desorden, en la incultura, en el vicio, en la enfermedad, en la deshonestidad, en la promiscuidad, en el vandalismo, en la suciedad, en la chabacanería, en la frivolidad y hasta en el crimen! Pocos son los hombres que nacen con la capacidad de auto-disciplinarse. Los seres humanos, en su gran mayoría, requerimos la educación, el ejemplo, la sabia dirección y hasta el castigo. La entropía inherente del ser humano no puede dejarse al azar, hay que dirigirla y encauzarla, porque sólo en un ambiente urbano y cívico puede el hombre lograr su desarrollo integral, su bienestar y su felicidad.

De un tiempo a esta parte, los noticieros se han convertido en una verdadera pesadilla: maltrato y crímenes contra infantes, contra mujeres embarazadas, contra hombres indefensos; indiferencia insultante hacia los desplazados, hacia los damnificados y hacia los cientos de discapacitados producto de nuestro absurdo y fratricida conflicto; agresión o quemeimportismo  hacia el entorno ecológico, los bienes públicos  y la salubridad ambiental y una actitud  inhumana hacia los animales. Cómo olvidar,  por ejemplo, la matanza estúpida y despiadada  de miles de migrantes pisingos (patos canadienses) que al dejar ilusionados las heladas tierras del Canadá en búsqueda de climas más propicios, llegaron un malhadado día a nuestro país, sin imaginar que en las cálidas llanuras del sur del César encontrarían una muerte masiva y cruel al consumir semillas de arroz envenenadas criminalmente con químicos. 

Y como para no dejar duda del grado aberrante a que hemos llegado en materia de civismo, la televisión nacional  mostró la semana pasada en sus noticieros las impactantes imágenes del  vandalismo destructivo e insensato contra las unidades de Trasmilenio, el transporte público de la ciudad de Bogotá. Una verdadera vergüenza nacional que dejó en evidencia ante  propios y extraños  la preocupante descomposición social y moral de muchos de nuestros jóvenes. 

Y no obstante, de ninguna manera tenemos derecho a sentirnos sorprendidos ante noticias como esta porque a plena conciencia hemos dejado al azar una de las áreas más importantes de una sociedad civilizada: la educación.

Si no tomamos pronto cartas en el asunto, estaremos expuestos a los efectos de una destructora entropía civil de impredecibles consecuencias. Todavía es tiempo de enderezar el rumbo, estructurar una verdadera educación para la vida y formar con principios y normas a nuestra niñez y juventud. 


Creo que vale la pena concluir este artículo con las inspiradoras palabras de Immanuel Kant:


“Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él”.



Leonor María Fernández Riva
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