lunes, 22 de agosto de 2011

¡Qué rico es vivir en Colombia!!!

                                               
¡Qué rico es vivir en Colombia!!
Leonor Fernández Riva

El puente festivo  que disfrutamos en Colombia   con motivo del día de la Asunción, y la cariñosa invitación de una buena amiga,  me permitieron  asistir a las fiestas  patronales del  acogedor municipio de  Toro, situado  a  174 kilómetros de la ciudad de Cali. 

Para llegar hasta mi  destino debí  recorrer un largo  trayecto  por carretera, el cual  me  brindó la ocasión de solazarme con el paisaje y  contemplar  al paso del vehículo el verdor y feracidad de nuestros  campos y las  coquetas poblaciones  asentadas a lo largo de la vía.

 A Toro se ingresa  por una bellísima avenida bordeada de árboles centenarios,   que lleva al visitante hasta el centro de la población.  La arquitectura de la mayoría de las edificaciones es sobria y uniforme  pero hay también muchas casas solariegas que guardan en su interior hermosos patios y jardines florecidos, y  una que  otra edificación  de tipo colonial puesto que Toro es el municipio más antiguo del Valle del Cauca.

 La ciudad fue fundada el 3 de junio de 1573  por  el capitán español Melchor Velázquez de Valdenebro, quien la  bautizó con el nombre de Toro debido a que  la mayoría de soldados que lo  acompañaban  provenían de  la ciudad de Toro en la provincia de Zamora,  España.

En sus primeros años de fundación la ciudad  fue conocida como Nuestra Señora de la Consolación de Toro. Por diferentes circunstancias, entre ellas el  frecuente ataque de las tribus chocoanas,   la población debió  trasladarse primero al lugar conocido como El Bohío, y  luego  al que hoy ocupa,  y  desde  entonces tomó definitivamente el nombre de Toro. Durante la Colonia fue una ciudad de gran   importancia. En 1782 se adhirió a la causa de los Comuneros y en 1811 formó parte de las Ciudades Confederadas del Valle del Cauca, adeptas al movimiento independentista. Su población asciende hoy  a más de quince mil habitantes. 

El programa de fiestas  patronales,  muy unido a la fe religiosa y  a la  liturgia católica, depara  distracciones para todos los gustos: la misa solemne a la Virgen de la Asunción, el vistoso y  multicolor desfile  de comparsas y personajes típicos de la ciudad  como "el duende" y la familia Castañeda, el reinado de belleza con  la simpatía y hermosura  tradicional de las toresanas,  la  cabalgata, ordenada y alegre en la que  prima la alegría;  la vacaloca; los  fuegos artificiales; la rumba tanto en el parque principal como en las casetas,  y  acompañado todo por   la hospitalidad,  alegría y calidez de su gente.  En resumen, amigos,   pasé en Toro  unos días  realmente felices y descansados y al retornar me hice el propósito  de repetir pronto la experiencia. Agradezco a mi querida amiga  Galidea que me invitó  a compartir con ella estas fiestas y a todos los  toresanos  que  me  abrieron las puertas de sus casas con un innato sentido de hospitalidad.

Y así como estas fiestas patronales del municipio de Toro, cuántas vivencias maravillosas nos ofrece Colombia alrededor de todo su territorio. Realmente no tenemos necesidad de salir al exterior para rodearnos de naturaleza y disfrutar  a lo largo y ancho  del país  momentos llenos de tradición y  de jolgorio. ¡Qué rico, amigos, es vivir en Colombia! 


Nadie  en nuestro país  debería tener necesidad de marcharse  a vivir  otros países.  Y sin embargo,  a lo largo de nuestra accidentada historia miles  de colombianos  han  debido por una u otra causa alejarse de su patria y buscar en otras latitudes y  bajo otros cielos, estudio, seguridad, refugio o nuevas expectativas para sus  vidas.

No puedo ser tan ciega como  para no ver que muchas personas  sufren en nuestro país por el accionar de la guerrilla, de los violentos o de  la delincuencia;  que otras muchas padecen dramáticas condiciones económicas, no encuentran trabajo o  son perseguidas o desplazadas; situaciones todas que les inducen a marcharse y a adaptarse  lejos de su país a otros  costumbres,  a otras tradiciones,  a hablar en otras lenguas,  a votar por otros destinos y  a luchar por otras quimeras.

Y sin embargo,  cualesquiera fueran las circunstancias  que propiciaron  su partida y su estancia en otro país, pienso que muchos de estos compatriotas experimentarían un nuevo renacer si  tuvieran la oportunidad de volver a vivir en Colombia.

Creo que puedo dar fe de esa experiencia porque la he vivido en carne propia. Durante  más de treinta  años  me radiqué  en Ecuador,  país en el que mi esposo había estudiado su carrera de ingeniería química  y que le ofreció al graduarse  un auspiciante futuro.  Con esa facilidad  con la que  nos adaptamos a las  nuevas costumbres cuando somos jóvenes, yo, recién casada y de solo veinte años,  me adapté sin problemas  a las nuevas circunstancias  y amé e  hice mía esa  nueva tierra.  Aprendí a saborear  con placer sus platos típicos,  a gozar con los dichos y la incomparable sal quiteña, a amar sus tradiciones, a querer a su gente y a comprender su   idiosincrasia.  Le di a esa tierra tres hijas  y cuatro nietos y procuré devolver en obras sociales algo de lo mucho que de ella había  recibido. 

Y casi sin darme cuenta pasaron los años.  Y al cabo del tiempo volví a Colombia, y a Cali, mi ciudad nativa. Y amigos, ¡cuán emocionante fue volver! ¡Cuán emotivo,  reencontrarme  con  los recuerdos de la infancia, con los viejos amigos; recorrer  los barrios  testigos de las travesuras  de mi niñez y  de los romances de mi  juventud; volver a compartir la euforia, la simpatía y calidez de nuestra gente! ¡Qué delicia volver a paladear los platos típicos, el delicioso mecato de mi ciudad! ¡Qué sabroso saborear los caldos caseros  y los   sustanciosos  platos de nuestra tierra. ¡Qué rico disfrutar a la orilla del río un champús o una gaseosa con unas crocantes empanadas y  sentir esa brisa pícara  que atempera las tardes y   juega con las faldas y los cabellos de las muchachas. ¡Qué regalo de Dios  gozar el espectáculo cotidiano de  nuestra exuberante  vegetación, de nuestros árboles, acacias, chiminangos,  ceibas,  cauchos, camias o guayacanes florecidos y  regalar nuestro espíritu con  la visión maravillosa de las alfombras rosadas y amarillas que cubren de tiempo en tiempo nuestras calles y andenes.  ¡Qué rico amigos,  estar de nuevo en Cali!

 Como una planta trasplantada que al tornar  a su origen cobra nuevo verdor,  al  reencuentro con mi ciudad nativa mi sangre circuló más viva, más vibrante; mi piel, mi cuerpo, mi alma  cobraron nueva vida.  Fue como volver al hogar paterno y acariciar de nuevo la frescura de la juventud.  

Sé, claro, que la  tendencia natural del hombre es a  ser andariego, que ese interminable   periplo  de la especie humana que se inició  cuando algunos de nuestros intrépidos antepasados se arriesgaron a cruzar  las fronteras conocidas  para descubrir y poblar otros territorios, continúa imparable hasta nuestros días; que muchos compatriotas a veces solo por el afán de la aventura o del conocimiento emprenden un viaje sin retorno hacia otras latitudes.

Pero no puedo menos que pensar en la infinita nostalgia de mi padre que nunca volvió a su querida Guanabacoa en  la isla de Cuba;  de mi madre,  que murió lejos de su amado Perú,  y de personas como la inolvidable Celia Cruz, que un día partió de su Cuba sin presentir que más nunca podría volver a ella.  Su canción Celia Cruz - Siento la nostalgia de palmeras expresa dramáticamente ese dolor que experimentan quienes, alejados  involuntaria y definitivamente de su patria sufren una  profunda melancolía  por  todo lo que ya nunca volverán a tener.

Por mi parte pienso disfrutar intensamente este privilegio que he tenido de volver a vivir en Colombia  porque, como acertadamente decía uno de los mensajes  en uno de los carros alegóricos   del desfile de carrozas  de Toro, “yo no elegí nacer en Colombia; solo tuve buena suerte”.

Otros artículos de la autora:

Nicola Tesla, el hombre que iluminó nuestras vidas...

Los Mayas, un pueblo enigmático


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1 comentario:

  1. Hola Leo. Como siempre nos das una clase muy amena de historia y tocas también la historia de muchas personas que ha tenido que dejar su terruño en búsqueda de mejores condiciones de vida. Y sí, debe dar mucha nostalgia no poder regresar cuando se quiera.

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