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Amigos lectores:
Voy a hablarles en esta ocasión de un tópico que a mi parecer es a la vez sensible (muy sensible), y complejo: la Inteligencia.
Sensible, porque es una condición del ser humano que todos creemos poseer
en grado sumo y que no nos agrada para nada que se ponga en entredicho. Creo no
equivocarme al afirmar que la gran mayoría de nosotros estaría dispuesto a reconocer su mala memoria, pero
nunca su escasa inteligencia.
Y complejo, porque hay todavía muchas preguntas a ese respecto para las que no existe una respuesta concluyente. No se sabe por ejemplo, con exactitud, cuando o por qué causa el ser humano devino en inteligente; no comprendemos con claridad cómo se mide correctamente el coeficiente intelectual de las personas ni si estas evaluaciones son absolutamente fidedignas, y lo más desconcertante, no comprendemos por qué causa aquellas personas aparentemente privilegiadas que poseen altos índices de inteligencia no son necesariamente más felices, creativas o productivas que "otritas" que no vamos precisamente punteando en las respectivas tablas de medición intelectual.
Y complejo, porque hay todavía muchas preguntas a ese respecto para las que no existe una respuesta concluyente. No se sabe por ejemplo, con exactitud, cuando o por qué causa el ser humano devino en inteligente; no comprendemos con claridad cómo se mide correctamente el coeficiente intelectual de las personas ni si estas evaluaciones son absolutamente fidedignas, y lo más desconcertante, no comprendemos por qué causa aquellas personas aparentemente privilegiadas que poseen altos índices de inteligencia no son necesariamente más felices, creativas o productivas que "otritas" que no vamos precisamente punteando en las respectivas tablas de medición intelectual.

Nuestra sociedad parece no estar preparada para incentivar y cultivar a niños especialmente inteligentes de la manera que sí lo hace con las figuras del deporte. Si bien es cierto que algunas mentes excepcionalmente brillantes son reconocidas y valoradas, también lo es, que existe muchísima gente extremadamente inteligente trabajando en ocupaciones que no están a su nivel y muchas más que en su vida personal son un completo desastre, tal y como se podría corroborar echando un vistazo a la lista de miembros de Mensa (el club de los más inteligentes del Planeta).
Hace un tiempo le preguntaron al prestigioso neurólogo Kenneth Pugh, de la Universidad de Yale, cuál era su concepto de inteligencia. Pugh, un hombre que lleva años estudiando las funciones del cerebro, y que preside uno de los laboratorios más importantes de Estados Unidos, respondió: “En el sentido más amplio, la inteligencia es la habilidad de desarrollar nuevas habilidades y estrategias para resolver problemas. Es la capacidad de desarrollar conocimiento en un modo que se adapte a las necesidades". Me parece una idea razonable para un concepto que no termina de ser definido. Si indagamos un poco en la etimología de la propia palabra inteligencia encontramos en su origen latino inteligere, compuesta de intus (entre) y legere (escoger). De aquí podemos deducir que ser inteligente es saber elegir la mejor opción entre las que se nos brindan para resolver un problema. El asunto, sin embargo sigue siendo complejo porque actualmente se habla de inteligencia emocional, de inteligencia creativa, de inteligencia musical, de inteligencia lógico-matemática, de inteligencia espacial, de inteligencia lingüística, de inteligencia interpersonal... ¡uffff!, y muchas otras, y créanme, es bastante difícil, poseerlas todas.

Los seres humanos, al contrario de otros seres vivos, disponemos de un sistema nervioso central y un cerebro que nos identifica como seres capaces de razonar. Esta masa de aproximadamente 1.400 gramos hace especialmente capaz al ser humano de manejar su comportamiento y de aprender de sus consecuencias. Por medio de la inteligencia la persona memoriza y recuerda los eventos de su vida para luego aplicar los resultados. Como afirma el doctor Pugh: " El cerebro cambia cuando la experiencia cambia”.


Wallace, en cambio, simplemente no podía admitir que las facultades intelectuales y morales del hombre, tan elevadas, fueran un producto de la evolución gradual, y que nos hubiéramos ido haciendo seres humanos inteligentes y pensantes progresivamente. Él concebía un único gran salto cualitativo, que no se podía explicar por una lenta acumulación de múltiples y pequeños cambios. Wallace pensaba en una causa sobrenatural.

¿Origen sobrenatural o natural de la inteligencia humana? ¿Creación
divina o evolución a partir del tiempo
y las circunstancias ? ¿Wallace o Darwin? Aunque muchos investigadores se
inclinan por la teoría de Darwin, otros reconocen con gran
honradez que es un asunto que, quizá la ciencia nunca pueda zanjar de modo concluyente. Y es que la cuestión de si la mente
humana surgió de golpe con el Homo sapiens, o si es producto de evolución
gradual, es una vieja discusión que ya enfrentó a Darwin y Wallace, y para la
que no se sabe si algún día se obtendrá una respuesta definitiva.
Pero, preguntarán algunos de
ustedes: ¿cómo se mide la inteligencia? Por medio, amigos lectores, de la
psicometría, la disciplina que mide el coeficiente de inteligencia o el
cociente intelectual de las personas.Lo que se conoce popularmente como test psicométrico establece un número conocido como coeficiente de inteligencia basado en el rendimiento de la persona en dicho test. No obstante, algunos especialistas y numerosos estudios practicados a los seres humanos han puesto en tela de juicio su precisión.
Hace poco, la doctora Catherine Cox, de la Universidad de Stanford, realizó un cálculo del coeficiente intelectual de personajes célebres, cuyos resultados figuran en el libro Rasgos mentales tempranos de trescientos genios. Pues bien, luego del resultado de esa investigación, considerando que el C.I. promedio es de 100, se estableció el siguiente ranking: Goethe (210) Voltaire y Newton (190) Galileo (185), Da Vinci, Miguel Ángel y Descartes (180), Kant (175), Lutero (170), Darwin(160), Mozart (165), B. Franklin (160), Rembrandt (155), Lincoln (150).
Pero el método de la
doctora Cox no es el único con el que se ha tratado de evaluar la inteligencia. Desde tiempos atrás la ciencia ha ideado variadas formas, entre ella la frenología y la fisiognomía que incluían en su criterio hasta los rasgos físicos.
“Entre los craneometristas del siglo XIX la disección
de colegas muertos llegó a convertirse en una especie de industria casera”,
afirma el célebre científico evolucionista Steven Jay Gould en el libro La falsa medida del hombre. La hipótesis dominante
era que los hombres inteligentes debían tener cerebros más desarrollados.
Así
parecía confirmarlo el hecho de que el cerebro del célebre zoólogo y
naturalista francés Georges Cuvier pesara alrededor de 1,830 kilos y el del dramaturgo ruso
Iván Turgénev cerca de dos kilos, lo cual constituía entre 300 y 500 gramos por encima del promedio. Sin
embargo, la evidencia se derrumbó con casos como el del poeta estadounidense
Walt Withman, cuyo cerebro pesaba apenas 1,282 kilos. La medición del
coeficiente intelectual sigue siendo por tanto, la medida más confiable para
establecer la inteligencia humana. Pocos podemos dudar de que Goethe fuera en
verdad la sabiduría andando.
Hay tres personajes contemporáneos de quienes me ha parecido interesante hablarles en este artículo porque han sido calificados por los medios académicos
como los hombres más inteligentes del planeta. 

Hasta aquí, la vida de Perelman, que si bien brillante por su indudable talento no tiene nada especialmente sorprendente. Pero sucede que este hombre de apariencia desaliñada, barba hirsuta, mirada perdida que actualmente vive modestamente en San Petersburgo al lado de su anciana madre, se ha dado el lujo de rechazar una y otra vez varios premios millonarios que le ha otorgado la comunidad científica por su gran aporte a la explicación de varias incógnitas matemáticas que nadie pudo despejar a lo largo de todo un siglo. Pocos imaginarían al toparse con él en las calles de San Petersburgo, que ese hombre con apariencia de vagabundo es un genio, el mayor matemático de los últimos tiempos. Muchos hasta han llegado a pensar que ha perdido la razón, pero no por su dudosa higiene y aspecto, sino por haber rechazado el millón de dólares de recompensa que le otorgó el Instituto Clay de Matemáticas (Massachusetts, EE UU) por haber resuelto la conjetura de Poincaré.
La conjetura de Poincaré, amigos, hace parte de siete problemas abiertos elegidos por el instituto Clay para ser premiados. Los enumero a continuación porque muy bien pudiera acontecer que uno, o varios de ustedes, deseara medírsele al reto de encontrar la solución a alguno de ellos: 1.- P versus NP, 2.-Conjetura de Hodge, 3.-La hipótesis de Riemann, 4.-La Existencia de Yang-Mills y del salto de masa, 5.-Existencia y diferenciabilidad de las soluciones de las ecuaciones de Navier-Stokes, 6.-La Conjetura de Birch y Swinnerton-Dyer, y 7.-La conjetura de Poincaré, resuelta por Perelman.

Dedicó ocho años a este intento y por fin, en el 2002 logró dar con la solución pero en lugar de publicarla en una revista especializada envió tres manuscritos a un archivo 'on line' de textos matemáticos; un grave error que a la larga le causaría un serio disgusto porque otros matemáticos, dandóselas de vivos, quisieron arrogarse el éxito alegando ser los primeros en descubrirla, conflicto que fue felizmente dirimido a favor de Perelman.
Luego de publicada, su propuesta se vio sometida al más riguroso análisis por parte de las más brillantes mentes académicas. Ninguna encontró un solo error en ella, pero al paso de los días acontecería algo sorprendente: el genio matemático autor de ese magnífico logro se dio el lujo de rechazar olímpicamente el jugoso premio. ¿Qué hombre en su sano juicio haría eso? Solo Perelman. Una actitud realmente incomprensible para los mortales comunes y corrientes quizá precisamente porque nuestro coeficiente intelectual es muy diferente al de este matemático que se ha dado el gusto de rechazar no solo este sino varios jugosos premios económicos.

¿Qué hizo que este hombre que de niño fue entrenado para ganar y recibir
premios, a partir de cierto momento los rechazara todos para
encerrarse en sí mismo? Tal parece que el intento de plagio a que estuvo
expuesto por otros matemáticos lo golpeó duramente. Para Perelman fue como
sufrir un intento de secuestro cuando trataron de apropiarse del resultado de
su trabajo. No podía aceptar que un teorema pudiera ser comprado, vendido o
robado. Lo que lo perturbó no fue que el mundo fuera imperfecto, sino que el
mundo de los matemáticos lo fuera también. Ese era el mundo que se ocupa de la
ciencia más exacta en el cual algo o es verdad o es mentira, y donde no hay
posición intermedia entre uno y otro extremo, entre lo correcto o lo
incorrecto. Perelman creía que en este universo había un espacio perfecto: el
altar de la matemática. Se consagró por entero a ello y se inventó un paraíso. Pero le falló y eso se convirtió en su catástrofe. Actualmente Gregory Perelman vive de manera
muy humilde junto a su madre en un departamento modesto a las afueras de San
Petersburgo. Aunque no gusta de conceder entrevistas ha trascendido que está
trabajando arduamente en un gran desafío: la demostración matemática de la
existencia de Dios.
Perelman, un hombre profundamente ascético y
espiritual cuyo apartamento está profusamente
decorado con iconos y grandes crucifijos, que reza cada noche y que lleva
siempre un rosario en el bolsillo, está convencido de poder salir avante de este
gran reto: probar por medio de las matemáticas la existencia de Dios.
Perelman ha sido calificado por la comunidad
científica como el hombre vivo más inteligente del planeta...pero creo que
también pudiera ser calificado como uno de los más enigmáticos, sensibles e
introvertidos...y desde luego, no precisamente como un hombre feliz.


Y en hablando de inteligentes, otro
personaje del que también quiero hablarles es de Christopher Langan, un californiano que saltó a la fama en 1999 cuando diversas
pruebas confirmaron que su C.I oscilaba entre 195 y 210. Para tener una idea
del valor de ese puntaje veamos los de otras celebridades contemporáneas: Garry
Kasparov (190), Bill Gates (160), Albert Einstein (160), Stephen Hawking (160),
Sharon Stone (154), Hitler (141), Shakira (140)... y así seguiríamos bajando
hasta el resto de los mortales que poseemos 100 de media. La vida de Langan no
estuvo precisamente a la altura de su intelecto. Nació en el seno de una
familia pobre y desestructurada. Comenzó a hablar a los seis meses; antes de
los cuatros años ya leía y en la escuela consiguió saltarse unos cuantos
cursos. Cuentan que fue maltratado por su padrastro
hasta que tuvo catorce años.
Para entonces Langan había descubierto una de sus verdaderas pasiones: el ejercicio con pesas, que le permitió desarrollar unos músculos lo suficientemente considerables como para terminar, de una vez por todas, con los abusos de su padre postizo e invitarlo a irse de su casa para siempre. Aunque comenzó con buen pie sus estudios en la universidad, nunca consiguió acabarla; primero por falta de dinero y después por la carencia de visión de determinados profesores que no supieron canalizar su potencialidad. Fue entonces cuando decidió ponerse a trabajar. Pasó por oficios tan variopintos como el de albañil, vaquero, bombero del servicio forestal, jornalero, y durante más de 20 años como gorila en un bar de Long Island. Pero el cerebro de nuestro amigo Langan iba más rápido que el ritmo que marcaba su horario laboral y al llegar a casa por las noches, su cabeza continuaba trabajando y elaboraba complejas ecuaciones sobre su particular concepto del universo. Un modelo cognitivo-teórico cuyas teorías pueden consultarse en la red.
Un descubridor de talentos de la revista Esquire lo lanzó a la fama en 1999 y entonces se convirtió en protagonista de multitud de reportajes y entrevistas. En el 2004, Langan se trasladó con su esposa a Missouri donde actualmente dirige un centro neuropsicológico y un rancho de caballos. También participó en ese año en el concurso "1 contra 100" de la cadena de televisión NBC, en el que ganó 250.000 dólares.
Para entonces Langan había descubierto una de sus verdaderas pasiones: el ejercicio con pesas, que le permitió desarrollar unos músculos lo suficientemente considerables como para terminar, de una vez por todas, con los abusos de su padre postizo e invitarlo a irse de su casa para siempre. Aunque comenzó con buen pie sus estudios en la universidad, nunca consiguió acabarla; primero por falta de dinero y después por la carencia de visión de determinados profesores que no supieron canalizar su potencialidad. Fue entonces cuando decidió ponerse a trabajar. Pasó por oficios tan variopintos como el de albañil, vaquero, bombero del servicio forestal, jornalero, y durante más de 20 años como gorila en un bar de Long Island. Pero el cerebro de nuestro amigo Langan iba más rápido que el ritmo que marcaba su horario laboral y al llegar a casa por las noches, su cabeza continuaba trabajando y elaboraba complejas ecuaciones sobre su particular concepto del universo. Un modelo cognitivo-teórico cuyas teorías pueden consultarse en la red.
Un descubridor de talentos de la revista Esquire lo lanzó a la fama en 1999 y entonces se convirtió en protagonista de multitud de reportajes y entrevistas. En el 2004, Langan se trasladó con su esposa a Missouri donde actualmente dirige un centro neuropsicológico y un rancho de caballos. También participó en ese año en el concurso "1 contra 100" de la cadena de televisión NBC, en el que ganó 250.000 dólares.
E
l otro personaje, calificado como el hombre
más inteligente que haya existido es William James Sidis que vivió entre 1898 y
1944. Se estima que su coeficiente intelectual estaba entre 250 y 300. Para
hacernos una idea de lo que este coeficiente significa basta considerar que la
cifra normal oscila entre 90 y 100. Sus padres formaban parte de la comunidad
judía y tuvieron que huir en 1898 de Rusia por motivos políticos. El joven
James podía leer el New York Times a la temprana edad de 18 meses, y a los ocho
años conocía 8 idiomas además del inglés (latín, griego, francés, ruso, alemán,
hebreo, turco, y armenio), y a los 7 años inventó uno, el Vendergood (este
idioma descrito en su segundo libro, titulado “Book
of Vendergood“, tiene una fuerte base en el latín y el griego, pero
recoge pinceladas del alemán, francés y otras lenguas romances. Pero lo más
curioso de este lenguaje inventado por James Sidis a los siete años, es que el sistema numérico era en base 12. Esto
es, posee 12 dígitos, en lugar de 10, como nuestro sistema actual). A los once años se convirtió en la persona más joven en ingresar en Harvard,
y allí brilló en el campo de las matemáticas. Falleció el 17 de julio de 1944 a
los 46 años sin haber hecho algo de verdadera trascendencia o digno de ser recordado.

La dificultad con la que Sidis y otros estudiantes jóvenes altamente
dotados se encontraron fue una estructura universitaria con una rígida opinión
en contra de dejarlos avanzar rápidamente en la educación superior. El debate
sobre la educación para niños prodigios continúa hoy y James Sidis permanece
en su centro. Dentro de los estándares modernos James Sidis es
clasificado como un individuo altamente dotado, pero algunos críticos lo utilizan
también para demostrar cómo los jóvenes superdotados no siempre alcanzan el
éxito que se supondría obtendrían ya sea en el ámbito material o en el creativo.
Christopher Langan, James Sidis y el mismo Perelman, son el vivo ejemplo de como en ocasiones la sociedad no sabe capitalizar la inteligencia de hombres a los que les sobran neuronas pero les falta adaptación y educación social. Como han podido apreciar ustedes, la vida de estos tres hombres no ha sido tampoco especialmente feliz. Y es que ser un superdotado no es una garantía de felicidad. Muchos de los grandes genios son famosos por sus innumerables aportes a la humanidad pero también por sus tempestuosas vidas familiares.
En definitiva, en hablando de inteligencia... y de inteligentes, creo que después de conocer las historias de estos tres personajes, distinguidos con los más elevados coeficientes intelectuales y reconocidos por la comunidad científica mundial como los hombres más inteligentes del planeta, casi todos experimentaremos un gran alivio de no formar parte de esos privilegiados podios de la inteligencia y ser en ese aspecto seres comunes y silvestres, o lo que es lo mismo, medianamente normalitos (o casi), pero aceptablemente felices... y contentos como pocos, de disfrutar a plenitud las cosas simples y amables de la vida. ¿No lo creen así, amables lectores?
Christopher Langan, James Sidis y el mismo Perelman, son el vivo ejemplo de como en ocasiones la sociedad no sabe capitalizar la inteligencia de hombres a los que les sobran neuronas pero les falta adaptación y educación social. Como han podido apreciar ustedes, la vida de estos tres hombres no ha sido tampoco especialmente feliz. Y es que ser un superdotado no es una garantía de felicidad. Muchos de los grandes genios son famosos por sus innumerables aportes a la humanidad pero también por sus tempestuosas vidas familiares.
En definitiva, en hablando de inteligencia... y de inteligentes, creo que después de conocer las historias de estos tres personajes, distinguidos con los más elevados coeficientes intelectuales y reconocidos por la comunidad científica mundial como los hombres más inteligentes del planeta, casi todos experimentaremos un gran alivio de no formar parte de esos privilegiados podios de la inteligencia y ser en ese aspecto seres comunes y silvestres, o lo que es lo mismo, medianamente normalitos (o casi), pero aceptablemente felices... y contentos como pocos, de disfrutar a plenitud las cosas simples y amables de la vida. ¿No lo creen así, amables lectores?
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