
Algún
día, dentro de muchos años -tal vez miles de millones de años, nadie lo sabe- seres
extraterrestres podrían sorprenderse al encontrar una vieja nave procedente de
la Tierra. La antigua sonda, situada probablemente a millones de kilómetros de
su planeta de origen, estará helada como
el espacio que la rodea, su fuente de energía nuclear hace mucho que se habrá
agotado, una antena blanca e icónica apuntará silenciosa hacia el vacío sin
enviar dato alguno a la especie que la construyó. Pero aun así podrá hablar a
quienes la encuentren, y si un
extraterrestre logra descifrar su contenido se emocionará porque la Voyager
tiene una historia para contar. Una historia de amor.
Hace cuarenta y dos años, el 16 de julio de 1969, la primera misión espacial tripulada a bordo de la nave Apolo 11, de la NASA, llegó a la superficie de la Luna. La tripulación, que luego de ese espectacular viaje se inscribió en la historia, estaba compuesta por Neil A. Amstrong de treinta y ocho años, Edwin Aldrin, de treinta y nueve, y Michael Collins, de treinta y ocho años.
Recuerdo como si fuera ayer la expectativa que causó
en todo el mundo ese primer y único viaje tripulado a la Luna.
Expectativa que tuvo gran despliegue de prensa y uno que otro apunte
jocoso. Una de las muchas caricaturas publicadas por aquellos días en relación
con el acontecimiento mostraba la nave en el momento de alunizar y
a un curioso desde la Tierra preguntándose: “¿Será de miel?”.
Aunque los científicos habían afirmado fehacientemente
que las condiciones de la Luna no eran propicias para la vida, la verdad es que
prácticamente todos albergábamos la esperanza de encontrar alguna clase
de vida en nuestro romántico satélite.
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La emoción había dejado paso a la desilusión. Después de
esta hazaña las noticias acerca de la conquista del espacio fueron ya
mucho menos espectaculares. La carrera espacial no se detuvo, claro está,
pero en adelante su trasegar fue mucho más sosegado.
Por mi parte, la expectativa que generó en mí
ese primer escarceo espacial tripulado a la Luna no volvió ya a repetirse
sino varios años después, en 1972, luego del lanzamiento desde Cabo Cañaveral
de las sondas Pioner de la NASA. Y es que una de ellas, la Pioner
10, fue enviada al espacio con la misión no solo de observar
a Júpiter y Saturno, los dos gigantes gaseosos de nuestro sistema
solar, sino también de llevar un mensaje de la Tierra a cualquier
extraterrestre que se topase con ella durante su viaje a través de los
complicados laberintos estelares. Y esa posibilidad me llenaba de emoción.
El mensaje de la Pioner 10 fue grabado en plaquetas ideadas por el
científico Carl Sagan y dibujadas por su esposa Linda Salzman Sagan, con la
intención de que fueran relativamente fáciles de descifrar por extraterrestres
a los que les comunicarían de esta manera ciertos aspectos básicos de
nosotros.
En una de ellas aparece una pareja desnuda, de pie y en actitud pacífica, para dar a conocer el aspecto físico de los seres humanos y su intención de paz. En un principio la pareja fue dibujada tomada de las manos, pero se cambió esta idea porque se reflexionó en que un observador extraño podía interpretar esa imagen como si se tratara un solo cuerpo. fanáticos religiosos consideraron inmoral que se enviara al espacio la imagen de una pareja desnuda, pero sus protestas no tuvieron eco.
En el centro de otra de estas plaquetas se trazaron una serie de líneas que partían de un punto. Una especie de mapa que indicaba la ubicación de la Tierra en el Universo. El punto central en este mapa era nuestro planeta, y las líneas indicaban las direcciones hacia los pulsares más significativos cercanos al sistema solar; cada uno con su indicativo en numeración binaria.
Se hicieron llegar copias de estas placas a varios
científicos del mundo para que dieran su opinión al respecto, y lo curioso del
asunto es que la gran mayoría de ellos no entendió el mensaje. Y eso que
tenían la gran ventaja sobre los alienígenas a los que iba dirigido
de que pertenecían a este planeta. Es de esperar que nuestros hermanos
estelares sean un poco más listos.
La Pioneer 10 sigue actualmente viajando por el espacio. Hace dos
años la NASA intentó contactarse con ella pero fue un intento
infructuoso. Se sabe sin embargo, que la nave continúa su marcha rumbo a la
estrella Aldebarán, de la constelación de Tauro, a la que arribará dentro de
1.690.000 años, hora más, hora menos.
Y el tiempo siguió su
marcha. Pasaron cinco años durante los cuales no volví a tener noticias
de las sondas espaciales. ¿Qué habrá sido de ellas?, me preguntaba.
Pensaba que ya nada me volvería a entusiasmar con respecto al espacio.
Pero en 1977 mi
interés resurgió con fuerza al conocer el lanzamiento de las sondas
Voyager de la NASA con un nuevo y más completo mensaje para nuestros
hermanos del espacio: un disco de oro con profusa información sobre
nosotros y sobre nuestro planeta. ¡Algo emocionante!
El equipo que armó este disco de oro estuvo también dirigido por
Carl Sagan, y conformado por Frank Drake, Ann Druyan, Timothy
Ferris, Jon Lomberg y Linda Salzman Sagan. Todos ellos estuvieron de acuerdo en que el disco contuviera una selección de la mejor música
de la Tierra, una galería de fotos de nuestro planeta y de sus habitantes,
y un ensayo sobre sonidos terrestres, tanto naturales como tecnológicos,
con soporte de audio.
Pero, ¿cómo guardar toda esa
información? Era complejo y difícil escoger el mejor medio para trasmitir el
mensaje.
“Después de varios intentos que no nos
satisfacían del todo, finalmente decidimos diseñar un disco para que sonara a
16 2/3 revoluciones por minuto”, explicó luego Sagan y añadió: “Probablemente tendríamos algunas pérdidas respecto de la fidelidad del
sonido, pero no serían extremadamente graves. Estábamos seguros de que
quienes encontraran el disco serían tan listos como para saber
manipularlo correctamente”.
Escoger el contenido del disco fue un
proceso embriagante pero agotador. Aun con la velocidad de reproducción disminuida
había apenas suficiente espacio para unos noventa minutos de música y
poco más de cien imágenes.
El Condor Pasa -
La selección final contiene entre otras la Quinta sinfonía, de Beethoven; Johnny B. Goode, de Chuck Berry; el Cóndor pasa, del Perú; Melanchooly Blues, de Luois Armstrong; Canto nocturno, de los indios navajos de Estados Unidos; la Consagración de la primavera, de Stravinsky; y muchas otras melodías de América y del mundo.
Cuando todo estuvo dicho y hecho, las naves espaciales Voyager despegaron con ciento dieciocho fotografías, noventa minutos de música, saludos en cincuenta y cinco idiomas humanos y un lenguaje de ballenas, un ensayo con soporte de audio que contenía desde pozos de lodo burbujeantes hasta perros ladrando y el estruendoso despegue de un cohete Saturno V, un extraordinario saludo poético del Secretario General de las Naciones Unidas y... las ondas cerebrales de una joven mujer enamorada. De todas las selecciones hechas para el disco esta última puede ser la que quizá despierte más curiosidad en los extraterrestres que descubran la sonda.
“Me surgió la idea”, recuerda Ann
Druyan,“de poner el electroencefalograma de alguien en el disco porque conocía
que los patrones de los electroencefalogramas registran algunos cambios en el
pensamiento. Y entonces me pregunté: ¿No sería posible que alguna tecnología
avanzada, dentro de millones de años, pudiera descifrar los pensamientos
humanos?”.
Sagan y los demás miembros del
proyecto aprobaron la idea y pidieron a Druyan que fuese voluntaria
para someterse al estudio de las ondas cerebrales.

Los ecos de aquel momento reverberaron
en la mente de Ann durante la grabación. Su mente consciente pudo haber estado
recitando cultura y filosofía, pero su subconsciente zumbaba con la euforia del
amor. La hora de grabación fue comprimida a un solo minuto que suena muy
parecido a una tira de petardos en explosión.
“Mis sentimientos de mujer de
veintisiete años, locamente enamorada están en ese disco”, dice Druyan. “Es
para siempre. Será verdadero dentro de cien millones de años. Para mí, las
sondas Voyager son una especie de alegría tan poderosa que me aleja del miedo a
morir”.
Si los extraterrestres alguna vez
encuentran las sondas Voyager y descifran su contenido, estarán brevemente en
contacto con docenas de músicos, artistas, ballenas, perros, grillos,
ingenieros y gente trabajadora común. Pero al único ser humano que tendrán
oportunidad de conocer verdaderamente es a esa joven mujer.
La sonda Voyager, cual
una botella con un mensaje en su interior, es una apuesta al futuro que los
habitantes de la Tierra enviamos al inmenso océano del espacio. Pero pudiera acontecer que quienes luego de decenas
o cientos de años encontraran las sondas Voyager fuésemos
nosotros mismos. El escritor Arthur C. Clarke reconoció esa posibilidad
y sugirió añadir esta nota al disco de oro: “Por favor, déjenme en paz;
permítanme continuar mi viaje hacia las estrellas”.
Actualmente
se trabaja en Europa en otro proyecto fascinante: el
lanzamiento al espacio de la sonda espacial Keo, que llevará
en su interior mensajes de los habitantes de la Tierra para quienes
la habiten dentro de cincuenta mil años, cuando la órbita del satélite vuelva a
pasar por la Tierra. Este proyecto está apoyado por la UNESCO, la Agencia
Espacial Europea y otras instituciones.

El envío de las Pioner y las Voyager al
espacio con su mensaje a otros seres inteligentes despertó en mi un
gran interés por estas cápsulas del tiempo, que no son solamente
espaciales y mucho menos recientes como muchos pudiéramos creer. Desde hace
siglos la humanidad ha preparado y preservado celosamente cientos de cápsulas
del tiempo con sus mensajes para el futuro. De hecho, en La Epopeya de
Gilgamesh, grabada en doce tablillas de arcilla con
inscripciones cuneiformes y considerada la narración escrita más antigua de la
historia (siglo XXVII a.C.), se dan instrucciones para encontrar una caja de
cobre oculta entre los cimientos de las murallas de Uruk. Gilgamesh, el
mitológico heróe-rey, dice en uno de los versos algo así como:
“Tenía monumentos de bronce e inscripciones de arcilla cocida, los deposité en
los fundamentos y los dejé para tiempos futuros”.
En
Colombia también hemos tenido nuestra cápsula del tiempo. El martes
20 de julio de 2010, aniversario de nuestra independencia, las
autoridades municipales abrieron una urna metálica fabricada a principios del
siglo XX en Francia en la cual el 31 de
octubre de 1911 el Cabildo distrital de la época archivó, con motivo de los
primeros cien años de independencia, algunos documentos de importancia
histórica con la premisa de que la urna fuera abierta luego de cien años.
Al abrirla se encontraron efectivamente algunos documentos interesantes y
curiosos de la época. La Alcaldía de Bogotá realiza actualmente una
convocatoria ciudadana para saber qué se debería guardar en la urna
que contendrá un mensaje para ser conocido por los habitantes de Colombia
luego de un siglo, el 20 de julio del año 2112. u
De
acuerdo con el historiador William Jarvis, considerado un experto en cápsulas
del tiempo, la inmensa mayoría de estos artefactos contiene elementos de
muy poco valor para los historiadores futuros. En general, dice Jarvis, se
las rellena con “basura inútil, cosas que aportan muy poca información
sobre la gente de la época”.
En el fondo, las cápsulas del tiempo no son
otra cosa que una muestra de la ambición de trascendencia del
género humano. En las ultimas décadas se han creado miles de ellas
con el fin de ser abiertas sólo dentro de varios siglos. Sus constructores
tienen la esperanza de que en el futuro habrá alguien aquí para abrirlas y
maravillarse con su contenido. Independientemente de su efectividad, las
cápsulas del tiempo proporcionan una interesante oportunidad para reflexionar
sobre la fugacidad de la existencia y la desaparición de las
culturas.
Como
es fácil imaginar, y con la memoria cada vez más frágil del ser
humano para recordar sucesos del pasado, existe el riesgo de que su ubicación
(o incluso su misma existencia) sea olvidada, por lo que se ha creado una
organización, llamada Sociedad Internacional de las Cápsulas del
Tiempo, con el fin de mantener una base de datos mundial de todas las
existentes.
Desde luego, no todos compartimos el mismo interés por estas urnas portadoras de pasado y hasta hay quienes consideran peligroso incluir en las sondas espaciales placas que
indiquen la posición de nuestro planeta en el espacio porque, según
alegan, esta información podría ser utilizada por alienígenas guerreros
para llegar hasta la Tierra e invadirla.

En el caso fortuito de que un alienígena llegara a la Tierra no tardaría mucho tiempo
en observar nuestro insaciable instinto de depredación, nuestra agresividad,
nuestros incontables conflictos, la contaminación, el calentamiento global, la
deforestación y los innumerables problemas de todo tipo que acosan al
planeta y a su población.
¿Saben qué pienso? Que si este alienígena tiene unos cuantos dedos de frente, volteará inmediatamente la cola y se alejará lo más rápidamente posible de este encantador planeta azul.
¿ No lo creen así también, ustedes, amigos lectores?
¿Saben qué pienso? Que si este alienígena tiene unos cuantos dedos de frente, volteará inmediatamente la cola y se alejará lo más rápidamente posible de este encantador planeta azul.
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ResponderEliminarIsabel