miércoles, 2 de septiembre de 2015

Las sorprendentes momias vivientes del Japón

 

Amigos lectores:

Voy a hablarles hoy en este artículo, de los Sokushinbutsu, antiguos monjes budistas del Japón, quienes a través de un doloroso  y sacrificado proceso se provocaban lentamente la muerte con el propósito de convertirse en momias mientras aún estaban con vida.

Aunque fueron cientos los monjes que intentaron auto momificarse ( no todos tuvieron éxito) hasta la fecha solo han sido descubiertas unas veinticuatro momias.

Para intentar comprender la filosofía que les llevaba a estos monjes budistas a practicar en sí mismos un proceso tan doloroso y letal, es necesario dar una mirada fugaz a la filosofía que regía sus vidas.

Existen gran cantidad de creencias religiosas a lo largo del planeta, y una cantidad aun mayor de disciplinas mediante las cuales un creyente aspira demostrar su lealtad a un credo determinado. Algunas de ellas, son realmente extrañas.

En casi todas las tradiciones sagradas sólo después de la muerte es posible alcanzar el “cielo”, la recompensa suprema. Para los budistas, esta recompensa es el Nirvana y no es preciso morirse para disfrutarlo porque puede alcanzarse en esta vida.

Cuando el deseo, y las causas relacionadas con él finalizan, también finalizan el miedo, la frustración y el sufrimiento…y se alcanza el Nirvana, la meta última de la enseñanza budista que, desde hace siglos, no ha cesado de suscitar las exégesis más diversas.

Desde tiempos inmemoriales, los atajos para acortar el camino hacia el Nirvana han estado disponibles. En la India, miles de personas adoptan esa vía rápida. Por lo general quienes lo hacen, viven solos, al margen de la sociedad y pasan los días en la devoción de su deidad elegida. Algunos realizan rituales mágicos para hacer contacto con los dioses, otros, practican intensas formas de yoga y de meditación. Todo en pro de aumentar sus poderes espirituales y adquirir el conocimiento místico.

Hay, por ejemplo, quienes realizan el voto de no sentarse ni acostarse durante doce años. Se trata de una disciplina muy dolorosa. Las piernas y los pies se hinchan y tienden a desarrollar várices y úlceras persistentes. A quienes la practican les está permitido caminar sin romper sus votos, pero su único medio de descanso consiste en un cabestrillo para apoyar una de sus piernas. En ocasiones, cumplen sus votos junto a un árbol y allí, sus pies hinchados llegan a semejar raíces. Otros, someten su cuerpo a los más estrictos ayunos: diariamente no beben más que unas gotas de agua e ingieren solo una taza de leche y un banano. Quienes escogen seguir este camino de privaciones y sufrimientos, son muy respetados. Todo eso hace parte de esa larga tradición de “locura divina” que es el Hinduismo. 

Durante cientos de años, los seguidores, primero, del hinduismo y luego, del budismo, han llevado a cabo las más severas formas de vida en procura de alcanzar la iluminación y llegar al anhelado Nirvana. Llevados por el intenso deseo de emular a Buda, miles de sus seguidores adoptaron en el pasado y siguen adoptando aun hoy, formas de vida y de sacrificio, verdaderamente desmesuradas.

El dominio físico que llegan a poseer estas personas por medio de la meditación es tan fuerte que logran realizar prodigios sobrehumanos, como por ejemplo, paralizar a voluntad su corazón, levitar varios centímetros sobre el suelo, o permanecer hasta diez minutos bajo el fuego sin que les ocurra la menor cosa. La técnica de meditación yoga Tum Ho, utilizada por muchos de ellos, es tan poderosa que científicos de Boston estudian la posibilidad de utilizarla en algunos casos médicos.

Lo paradójico es sin embargo, que Buda, al alcanzar la iluminación, comprendió que a ella no llegaba quien estuviera entregado a los placeres, pero tampoco quien se sometiera a un exceso de  sufrimiento y dolor.  Lo correcto era vivir la vida en el justo medio: el pensamiento correcto; el actuar correcto; el medio de vida correcto; el esfuerzo correcto; la meditación correcta. En otras palabras, una vida equilibrada.

No obstante, y como ya dijimos, muchos de sus seguidores se impusieron de manera voluntaria, padecimientos sin nombre a fin de emularlo y alcanzar el anhelado Nirvana.

Los monjes Sokushinbutsu, del Japón, han sido probablemente quienes han llevado más al límite ese camino de sufrimiento y de martirio.

Como todos sabemos, la momificación fue una práctica habitual en numerosas culturas del pasado, las cuales usaron diversas técnicas de conservación para preservar a sus muertos. Todas, no obstante, tenían una base común: momificaban a personas ya fallecidas. Pero en Japón, hace casi novecientos años, un grupo de monjes budistas desarrolló su propia técnica, para convertirse por medio de un largo y doloroso proceso, en auténticas momias vivientes. 

Todavía es un misterio el porqué estos monjes se sometían a tan rigurosa práctica. Seguidores del budismo, vivían existencias marcadas por el ascetismo y la total mortificación, pero aquel ritual de muerte era visto por ellos como algo superior: la culminación y razón de su existencia.

La suya era ya de por sí una vida muy austera, plena de ayuno, penitencia, rezos y cánticos.  Algunos monjes, sin embargo, que ya se encontraban cerca de alcanzar su grandeza inmortal, escogían además, voluntariamente, realizar en sí mismos un escalofriante ritual que los momificaba en vida a lo largo de un doloroso suicidio ritual.

El término Sokushinbutsu, significa literalmente, Buda viviente. Un ritual reservado para unos pocos elegidos, que trataban así de preservar su carne de la putrefacción en un largo proceso de autodisciplina hasta perder toda la grasa corporal y quedar convertidos en apenas hueso y pellejo y sin fuerzas para moverse. Ese proceso mediante el cual se auto momificaban, podía durar de tres a diez años y era, como ya lo hemos dicho, extremadamente doloroso. 

Aunque el ritual se modificó algunas veces a lo largo de los nueve siglos de los que se tiene constancia histórica, las tres fases principales nunca variaron. Cada una de ellas duraba mil días.



 La primera fase consistía en un periodo de mil días en el cual el monje comía solo pequeñas cantidades de harina de trigo, nueces, avellanas y nuez moscada. Esta dieta tenía como propósito reducir de manera drástica su grasa corporal debido a que la grasa se descompone más rápido después de la muerte y solo reduciendo su nivel se lograba evitar la descomposición. Esta etapa era crucial ya que si el monje la realizaba correctamente  aumentaba de manera considerable su probabilidad de éxito en su camino hacia la momificación.

En la segunda fase, que tenía también una duración de mil días, la dieta del monje se volvía aun más limitada, debido a que sólo se alimentaba de raíces y de la corteza del pino. Día por día, se iba demacrando más y más porque el agua y la grasa corporal de su organismo eran ya casi nulas. En un estado por demás débil y con una apariencia esquelética, se dedicaba con gran fervor a largos periodos de oración y al canto de los mantras sagrados. En esta etapa bebía continuamente un té preparado con la savia venenosa del árbol urushim a fin de que su cuerpo también se volviera venenoso para gusanos y escarabajos que de otra manera, consumirían su carne después de su muerte. Los efectos de este té venenoso eran terribles: el monje sufría una grave deshidratación, vomitaba, sudaba y orinaba de continuo por lo cual se reducían aún más sus fluidos corporales y su cuerpo se convertía en un amasijo de piel y huesos.

Al llegar a la tercera fase, el monje estaba ya severamente debilitado y padeciendo un gran dolor físico por el veneno del té que ingería. Entraba entonces en el último periodo de su camino sagrado. Prácticamente, ya se había  convertido  en una momia viviente. 

A partir de ese momento los monjes le construían un refugio subterráneo, tres metros bajo el suelo y elaboraban para él un ataúd de madera con espacio apenas suficiente para que pudiera colocarse en posición de loto y continuar allí su meditación y sus mantras.

El monje continuaba respirando por medio de un tubo de bambú y hacía  sonar una campana mientras estaba todavía con vida. 

 Cuando la campana dejaba de sonar los monjes sabían que había muerto; removían el tubo de bambú y procedían a enterrar al monje por completo. Pasados mil días, lo desenterraban. Si el cuerpo estaba incorrupto y no presentaba ningún signo de descomposición, el ritual se había realizado correctamente. El monje se había momificado de forma “natural” y se había convertido en un Sokushinbutsu.




                                         Templo  Kaikoji en Sakata 

 Su momia era llevada entonces con mucho respeto  hasta el templo Kaikoji, ubicado en la región Sakata. Un monasterio donde por generaciones, los monjes Ato San  se ocuparon de atender  a las momias  de los Sokushinbutsu   con solícito cuidado. 


De acuerdo a la leyenda, los monjes que hacían su ritual de momificación en las parte baja del Monte Yudono, debían su éxito a una de las fuentes de esa montaña a la cual se le atribuían poderes místicos. Beber de su agua estaba reservado solo para los monjes que buscaban convertirse en Sokushinbutsu.

                      Monte Yudono                                                                                                                                                                         


Las pruebas científicas que se han hecho actualmente del agua de esta fuente, demostraron altos  niveles de arsénico, un químico altamente venenoso, que al ser ingerido produce falla de algunos órganos y la muerte de las células del cuerpo, pero que es también, un preservativo muy poderoso. Es muy probable que esta fuera la razón por la  que los monjes que bebían el agua de esa fuente tuvieran mayores probabilidades de preservar incorruptible su cuerpo. 



                                           
                                                Kochi

En las montañas de Honshu, que pueden ser vistas desde la costa norte del mar de Japón, hay un pequeño templo budista en el cual se encuentra Kochi, tal vez el más antiguo de los Sokushinbutsu encontrados. Está protegido en un santuario de vidrio y es reverenciado como una deidad. Practicó el ritual de auto momificación en el año 1363 a la edad de sesenta y seis años. Su cuerpo está bien preservado. Sus dedos son similares a garras torcidas hacia adentro y la piel de su cara no posee grasa por lo que está bien templada. Kochi, viste sotana ceremonial y está sentado en posición de loto. En el siglo XIX fue inmortalizado en la novela de Bokushi Susuki Snow Country Tales, publicada en 1841 y se convirtió en una celebridad.


Maestro Kukai, también conocido como Kobo Daishi, fundó la escuela Shingon de budismo japonés. 

Existen varias teorías acerca del origen de esta inquietante práctica. La más aceptada es la de que fue iniciada en el Japón por el maestro budista Kukai, fundador de la escuela Shingon, quien trajo esas enseñanzas de China como parte de la disciplina secreta tántrica que  allí había aprendido y que en la China habían  olvidado.

Vale decir, que a mediados del siglo XIX, la auto momificación fue prohibida en Japón y que en la actualidad, ya ningún monasterio o grupo budista la practica. 

Pese a ello, estos monjes momificados que todavía se conservan en algunos templos, son venerados como auténticos Budas, quizá como recompensa a lo mucho que se sacrificaron para conseguir ese estado.


Empero, la mayoría de los Sokushinbutsu son desconocidos. En el propio Japón muchos de sus habitantes no están al tanto de la existencia de estas auto deidades. Quizá por esa misma razón, las momias disfrutan de un sereno anonimato en los oscuros templos de las montañas donde residen, protegidas de la curiosidad y guardando en su cuerpo descarnado y seco, el secreto de su extraordinaria historia.




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Los Mayas, un pueblo enigmático


jueves, 2 de julio de 2015

Carta abierta en respuesta a una columna sesgada, falsa e injuriosa

persona


Amigos lectores:

Sé que para aquellos de ustedes que  me leen alrededor del mundo, la carta que ahora comparto, tal vez no tenga interés ni trascendencia porque se trata de la respuesta a un comentario de un columnista muy regional de la ciudad de Cali, Colombia, acerca del cierre de Impresora Feriva S. A., la empresa gráfica fundada por mis padres en esta ciudad hace sesenta años. Una empresa que nació pequeña pero que a lo largo del tiempo se convirtió en un icono de la industria gráfica de la región. 

Como ocurre con muchas empresas familiares, la nuestra sufrió en la tercera generación el alejamiento de los principios y valores morales impresos en ella por sus fundadores y pasó a convertirse en  fuente de riqueza personal para los administradores. Al descubrir las múltiples irregularidades y los descalabros cometidos en su manejo,  la Junta Directiva asumió su control y me nombró gerente general de la misma. Recibí una empresa aparentemente próspera, pero en escombros. Una empresa de papel que hacía mucho rato, vivía del nombre. Para resumir, amigos, fueron tres años de un esfuerzo denodado pero infructuoso por tratar de sacarla adelante. No pudo ser. Con el cierre de la empresa empiezan a aparecer libelos como el que ahora respondo, de personas que sin conocer las causas de lo sucedido tienen la irresponsabilidad de escribir columnas sesgadas, injuriosas y atentatorias contra el buen nombre de quienes luchamos incansablemente por tratar de salvar una empresa en crisis. La siguiente es la respuesta a una de esas columnas. 



Señor:
Mario Fernando Prado
Columnista El País


Mario Fernando:

Registro con indignación, y no poco desconcierto, las expresiones que se permite usted realizar en su columna acerca de las causas del cierre de Feriva. Siempre lo creí un periodista con criterio; una persona que antes de escribir sobre algo investigaría y analizaría los diferentes puntos de vista, las situaciones que rodearon un hecho.  Qué pena que en este caso en particular, quizá por la amistad y la cercanía que tiene usted con los dos personajes que cita en su columna, su criterio haya estado sesgado.

Le confieso que en un principio dudé en contestarle, porque no suelo dar importancia a las palabras que no la tienen. Si cambié luego de parecer, fue porque creo que no es equitativo que un periodista utilice la plataforma que le brinda un medio de comunicación para emitir juicios acerca de circunstancias que desconoce.

Como hija de José Fernández Morgado y Antonieta Riva Herrera, fundadores de Impresora Feriva y como la persona de la familia que más comprendió y valoró la lucha y el  coraje de mis padres por sacar de la nada un patrimonio para sus hijos, testimonio que he dejado plasmado en el libro EL CORAJE DE UN HOMBRE (libro que usted ya conoce), en especial en  las páginas finales en donde expreso algunas de las causas de la reciente crisis de FERIVA (páginas que pasó usted por alto en su columna),  pero además, como gerente general de la empresa durante los cuatro últimos años, debo expresarle mi más enérgico rechazo a las afirmaciones que con tanta ligereza se permite hacer  acerca de las situaciones que llevaron a la liquidación de la empresa.

Afirma usted entre otras cosas, que Rodrigo y Ernesto “fueron sacados a sombrerazos de la empresa”.  Afirmación por completo reñida con la verdad. Debe usted saber que el exgerente financiero de Feriva renunció a su cargo  cuando se le comprobó que prestaba dinero en forma personal a los empleados de la empresa con intereses de agio de 5 y 10% mensuales, aprovechando precisamente que no les pagaba a tiempo la nómina. Eran muchas las arbitrariedades cometidas por el exgerente contra los empleados, entre ellas, hacerles firmar su carta de renuncia al ingreso a la empresa.

 Alguna vez,  mi hermano Ernesto, quien era por aquellos días el gerente general y conocía perfectamente a su sobrino, me advirtió:

 “Leonor, si me llega a pasar algo y no puedo continuar en la gerencia, ven y siéntate en mi puesto, no vayas a permitir de ninguna manera que sea Rodrigo quien ocupe este cargo. Eso sería lo último que le podría pasar a Feriva”. 

Fueron muchas, innumerables, las irregularidades que se le comprobaron al exgerente financiero a través de varias auditorías. Por ellas, tiene interpuesta ante la Fiscalía una demanda penal en su contra. Es, por cierto, sumamente elocuente  que a su retiro de Feriva, ninguna empresa le haya ofrecido un cargo ejecutivo. Su conducta era conocida en el medio. 

Varios meses después, sin embargo, también renunció el gerente general,  pues dado su carácter iconoclasta y singular, que como bien lo expresa usted en su columna, “lo llevaba hasta a aconsejar a sus clientes en materia sexual” (tema del que entiendo, es un experto), y debido también a su dictatorial manera de desempeñar la gerencia, prefirió renunciar antes que someterse  a las normas de corrección, transparencia y disciplina que implantó en adelante la Junta Directiva en el manejo de la empresa. 

Debe usted saber, Mario Fernando, que los socios habíamos depositado nuestra absoluta confianza en quienes la administraban. Feriva estuvo manejada en forma autocrática durante casi veinte años. Durante todo ese tiempo nunca  se permitió a los socios, ajenos a la administración, conocer las interioridades del manejo de la empresa y mucho menos, los sueldos millonarios de los administradores, sus millonarias bonificaciones que llegaban cada diciembre a más de treinta millones de pesos para cada uno y  sus múltiples prebendas entre las que estaban el canje de obras de arte por trabajos. Obras de arte que iban directamente  a manos del gerente financiero y del gerente general sin ningún beneficio para Feriva. 

Cuando la Junta Directiva asumió el control de la empresa no lo hizo por gusto. Había serios indicios de que algo  en la empresa no marchaba bien. La nueva administración recibió una empresa enferma. Grave. “Los buenos resultados y las inmensas perspectivas” de que usted habla en su columna, eran solo una fachada que escondía un estado lamentable: un altísimo endeudamiento con casi cinco mil millones de pasivo, sin cupos de crédito en los bancos, cartera incobrable por cuatrocientos millones de pesos, setecientos millones de inventario en proceso, pérdidas de más de mil millones por la compra de un equipo chino convertido en chatarra a los pocos meses de adquirido (compra realizada con la “calificada” asesoría de Iván Gómez, cuñado del exgerente) contratos leoninos, equipos de producción en pésimo estado de mantenimiento, contratos laborales riesgosos para la empresa. Y mucho, mucho más.

Para que tenga usted una mejor idea de la calidad moral de quienes apoya en su columna, es bueno que conozca que desde el instante mismo de su salida de Feriva, los miembros de la anterior administración hicieron correr el rumor de la  inminente quiebra de la empresa.  Sabían, desde luego, el estado catastrófico en el que la dejaban y lo difícil que sería remontar semejantes pérdidas, pero sobre todo, estaban conscientes de la prevención que ese tipo de  rumores causaría en el sector comercial y financiero.

 Pero no contentos con esto se dedicaron con enconada y feroz saña a realizar campañas difamatorias en contra de la nueva administración; a llevarse a la competencia los mejores clientes de la empresa; a realizar continuas y desgastantes denuncias ante la Superintendencia de Sociedades con el único fin de entorpecer la marcha de la empresa; a interponer en contra de Feriva demandas millonarias laborales por completo injustas y a apoyar en sus demandas laborales a los funcionarios corruptos que tanto daño causaron  y de cuyos contratos irregulares la anterior administración era la única responsable, y a realizar una interferencia continúa en el funcionamiento y producción  de la empresa valiéndose de personal interno desleal con la organización. Todo, con el único y malsano propósito de liquidar  la empresa de la que ya no podían lucrar, sin reflexionar que Feriva era la única fuente de sustento para más de cien trabajadores.

 Propósito que quedó claramente manifiesto cuando la revisora fiscal  le preguntó a Marisol Fernández Chois, hermana del ex gerente financiero;  “¿Qué fin persiguen ustedes con todas estas denuncias y campañas en contra de la empresa?”. Y ella contestó con inaudito desparpajo: “Queremos que se liquide”.

Por eso, Mario Fernando, aunque usted y el Valle del Cauca lamenten hoy el cierre de Feriva, y usted publique un controvertido réquiem por la empresa, debe saber que hay personas para las que este momento es de triunfo y de alegría.

Y volviendo a su columna, quiero aclararle que es también falso lo que usted afirma de que con la nueva administración "la litografía entró en barrena en Feriva”. No, Mario Fernando, nuestra calidad no solo se mantuvo, sino que mejoró.

Realizamos los dos últimos años obras tan exigentes como el renombrado calendario de Propal, antes impreso en Bogotá, pero confiado a Feriva precisamente por nuestra excelente calidad. O como, la biografía del maestro Pedro Alcántara, una obra realmente excepcional tanto por su contenido como por su impresión y terminados. Y así como éstas, muchas, muchas otras obras que nos colman de orgullo. La calidad y la excelencia de nuestra producción nunca disminuyeron. Por el contrario,  la mística por el libro y por la palabra impresa, valores heredados de nuestros fundadores, nunca tuvieron como en esta administración una entrega y una dedicación más honesta, calificada y comprometida.

Fueron otras las causas que llevaron a la Feriva a su liquidación. Causas que se vinieron gestando a lo largo de muchos años y que hicieron crisis con la claudicación de la tercera generación a los principios de su fundador.

Admito sin embargo,  que tiene usted razón en algo: con el cierre de Feriva se cierra en Cali y en el Valle del Cauca una empresa con una mística especial por el arte de hacer libros, una empresa gráfica cuya dedicación y amor por la palabra impresa y por el acompañamiento y asesoría a los escritores, trascendía con mucho la parte comercial y económica.

Como hija de José Fernández Morgado y Antonieta Riva Herrera, fundadores de Impresora Feriva, ostento con orgullo los apellidos Fernández Riva. Por mis venas, como por las de mis padres, corre también tinta de imprenta.   Mi contribución a las letras y a la palabra impresa no termina con el cierre de la empresa. Continuaré, ya sea, como escritora, poeta, columnista o editora, recorriendo los caminos literarios con la misma mística de mi padre, porque mi pasión y mi razón de vivir es el Libro,  y porque sé, que aunque físicamente Feriva deja hoy de existir, su espíritu y su legado marcarán una etapa imborrable en nuestra región y en quienes la conocieron.

Para concluir, Mario Fernando, y luego de hacer claridad sobre las verdaderas causas que llevaron a la liquidación a Feriva, acudo a su espíritu de equidad, de responsabilidad periodística y a la verdad que debe caracterizar las expresiones de una persona que como usted influye en la opinión pública, para que realice,  por el mismo medio y con el mismo despliegue periodístico y radial con el cual -y quiero creer que por desconocimiento de los hechos- faltó contra el buen nombre al que tienen derecho fundamental todas las personas, y muy especialmente quienes lo único que hicimos fue luchar denodadamente por salvar una empresa, la correspondiente aclaración y rectificación.

Quedo a la espera de esa rectificación.




Leonor María Fernández Riva
Hija de José Fernández Morgado y Antonieta Riva Herrera
Fundadores de IMPRESORA FERIVA S. A.


 Y, para aquellos de ustedes que se animen a leer la columna en cuestión, aquí la transcribo:


Réquiem por Feriva

Registro con nostalgia el cierre de Feriva, una impresora de libros de toda clase desde los más sencillos y elementales hasta obras del más sofisticado calado, amén de trabajos comerciales de toda índole tales como tarjetas, folletos, informes, material de punto de venta ,etc. en los que compitió con calidad, buenos precios y religioso cumplimiento.
Fundada por José Fernández Morgado, de origen cubano, y su señora María Antonieta Riva, oriunda del Perú, y ambos fallecidos, jamás pensaron que iban a ser sus hijos los que así como llevaron a Feriva a la cúspide, así también la llevarían a la quiebra y a su inminente cierre.
Fernández Morgado y su señora llegaron a Cali a buscar futuro por allá en los años 30. Experto linotipista, se convirtió en uno de los pioneros de esta actividad que dio pie a que montara una tipografía por los lados de San Nicolás, la que en el año 1973 se convirtió en Feriva y pasó de la impresión en caliente, como se llamaba antes, al sistema ofsset, al mando de la cual colocó a su hijo Ernesto, quien capoteó varias dificultades financieras. Sin embargo y por problemas de familia, Ernesto fue retirado de la empresa asumiendo la gerencia una de sus hermanas quien no pudo sacarla adelante volviendo a tomar las riendas de la compañía en unión de su hermano, el brillante economista Javier Fernández Riva -quien fuera director de Anif- y el hijo de este, Rodrigo Fernández Chois, trilogía que catapultó a la editorial a su punto más alto.
Estamos hablando del final del siglo pasado y los comienzos de este en que Ernesto, el mejor corrector de estilo por mi conocido, un sabio en materia gramatical y un verdadero mecenas de jóvenes artistas, ayudaba a cuanto escritor aparecía a sacar sus libracos, se ganaba junto con Rodrigo todas las licitaciones y convocatorias de las universidades, entidades públicas y privadas llegando a tener más de más de 150 empleados, conquistando una fama nacional e internacional francamente envidiable.
A Feriva acudían escritores de todas las pelambres, desde el poeta vaciado hasta el novelista esperanzado y desde el gran empresario hasta el alcalde de cualquier pueblo que deseaba salir del anonimato. A todos los atendía con profesionalismo e interés y les daba consejos que llegaban hasta la parte sexual, tema en el que fungía como un verdadero experto.
Fueron miles y miles los títulos que imprimió Feriva muchos de ellos propios e incluso mensualmente editaba un plegable-catálogo en el que informaba acerca del lanzamiento de los libros que habían sido impresos en ese lapso.
Sin embargo y no obstante los buenos resultados y las inmensas perspectivas que se avisoraban en el futuro cercano, otra crisis familiar sacudió a Feriva. Tiempo después de haber muerto Javier, Rodrigo y Ernesto y por aquellas cosas de las mayorías accionarias, fueron sacados a sombrerazos y a pesar de ser socios, debieron retirarse entrando la litografía en barrena.
Pese a haberse acogido a la ley que de reestructuración de pasivos, Feriva no aguantó y está en proceso líquidatorio. Con su cierre se cierra un triste capítulo de la ya muy precaria difusión de las letras y las artes en nuestra región y parece escucharse en los talleres de Feriva la pregunta de muchos escritores: “¿Y ahora quien podrá imprimirnos?”.