martes, 4 de enero de 2011

La postrer visita


Leonor Fernández Riva


La muerte repentina del senador José Fernando Castro Caicedo ocurrida en el Congreso de Colombia el 8 de mayo de 2008  me hizo reflexionar en su momento  en aquello que Milan Kundera denominó como “ La  insoportable levedad del ser”. Según Buda las tres principales causas del sufrimiento del hombre son: la vejez, la enfermedad y la muerte. A través de los siglos la ciencia y  la hechicería  han dedicado todos sus esfuerzos a descubrir  las  fórmulas mágicas que logren  prolongar la juventud, recuperar la salud y retardar indefinidamente la muerte. Inquieto por naturaleza, el ser humano intenta continuamente corregir y superar al supremo artífice  y aunque muchas de las veces sus experimentos resultan atemorizantes e impredecibles,  la ciencia ha llegado a un nivel tan  sorprendente en materia de genética que muchas  leyes de la naturaleza, patrones que parecieran inherentes a nuestra especie, están siendo cambiadas en los laboratorios. Probablemente seremos testigos  en las próximas décadas de conquistas insólitas en el plano de la genética. Ya no  resulta por ejemplo, tan utópico (ni tan vampiresco),  pensar  que  nuestros hijos ( o nuestros nietos) podrían no morir jamás. Pero por el momento, esa todavía sigue siendo una quimera  y todos los que nacemos a la vida debemos enfrentar con valentía el momento postrero de abandonarla.

En el caso del fallecimiento del senador fue lamentable, desde luego, que no hubiera existido en el Congreso un eficiente equipo médico para atenderlo, un descuido  como para Ripley en un país que sufre  tal grado  de conflagración y  violencia que no es de ningún modo aventurado pensar en atentados y heridos precisamente en tan estratégico lugar, eventualidades que de producirse no podrían tampoco recibir la adecuada asistencia médica. Nos hemos ido acostumbrado a improvisar;  a que primero se produzca el hecho lamentable o la tragedia  para empezar,  allí sí,  a tomar cartas en el asunto. 

No obstante, y al contrario de quienes opinaron que de haber recibido un auxilio médico más eficiente el senador  podría haberse salvado, creo más bien,  que  no haber recibido ese tipo de ayuda le salvó de haber quedado vivo, es cierto, pero convertido probablemente  en un vegetal. Vivir por vivir no tiene sentido. Lo importante en cualquier caso es rescatar la calidad de vida de una persona.  Cualquier médico puede ratificar que son muy  pocos los casos de pacientes, sobre todo a una edad como la del senador Castro Caicedo, que se recobran completamente de este tipo de accidentes cerebrales. Ahí está, por ejemplo, el caso del ex primer ministro israelí Ariel Sharon quien falleció a los 85 años de edad el 11 de enero de 2013 a consecuencia de un fallo cardíaco después de haber permanecido ocho años en coma profundo y en virtual estado vegetativo. En mi familia tuvimos también un caso sumamente doloroso producto también de un accidente cerebral; algo desolador  porque a pesar de la solícita y especializada atención  que recibió nuestro ser querido, este nunca pudo recuperarse  y falleció al cabo de dos años sin lograr volver a ser quien antes era.

Hay circunstancias que nos atañen intrínsecamente a todos quienes venimos a este mundo  pero que reiteradamente procuramos soslayar albergando la esperanza de que por la intervención de  algún factor milagroso no las experimentaremos en nuestra propia vida.  Y esto ocurre con especial  énfasis cuando abordamos el mortificante tema de la muerte.

 ¿De qué forma, en qué circunstancia nos llegará ese postrer e inevitable momento? Alguna vez le pregunté a mi yerno -connotado cardiólogo ecuatoriano- de qué manera le gustaría morir. Qué afección fatal escogería entre el amplio espectro de padecimientos que aquejan a los mortales para abandonar este mundo. Pero él, como muchos otros médicos a los que les hice similar pregunta, soslayó la respuesta. Desde luego, escoger un libreto para esa personal e ineludible circunstancia no garantiza que  las cosas sucederán así, pero hacerlo es quizá  un buen ejercicio de aproximación.  

Cuando le preguntaron  a Julio César (el cónsul romano) de qué forma le gustaría que fuera su muerte, respondió categórico:  “Repentina”.  Y cuando le preguntaron a San Agustín  de Hipona cómo le gustaría encontrarla  respondió: “En el fiel cumplimiento del deber”. Creo sinceramente que en el caso del senador que me inspiró este artículo, estas dos premisas se cumplieron y que su muerte fue envidiable tanto por haber sido repentina como por haberla encontrado en el fiel cumplimiento de su deber como congresista.

A pesar de lo ominoso que puede resultar para muchos imaginar cómo será ese encuentro final con nuestra postrera amiga, pienso que para algunos otros -entre los que me incluyo-  ese encuentro final está cargado de expectativa y hasta de anhelo y que muy bien  pudiéramos decir como Lope de Vega  los versos de esa bella copla anónima que él transcribió:

“Ven muerte tan escondida, que no te sienta venir, porque el placer de morir,  no me vuelva a dar la vida” .


  
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lunes, 3 de enero de 2011

El incomparable valor de nuestra gente


Leonor Fernández Riva

Un aciago día la lluvia llegó para quedarse. Con sus manitas húmedas golpeó sin compasión y sin tregua los campos y pueblos colombianos; erosionó las montañas; enterró las viviendas, los sembrados, la vida; engrosó el cauce de los ríos, rompió las barreras que los contenían y el agua liberada y salvaje como en una trágica representación de El aprendiz de brujo cubrió sin piedad las existencias y los sueños de todos aquellos a quienes encontró a su paso.


 Al observar las patéticas imágenes de esta catástrofe sufrida por millones de compatriotas en ese desolador panorama que tiene desbordada a Colombia por causa de las inundaciones, el corazón se  estremece, pero al mismo tiempo se emociona  ante la ingenua alegría y vivacidad de miles de niños que parecen ajenos a su incierto destino. Niños que ríen y nadan en medio de esas aguas que han enterrado su futuro y el pasado de sus mayores, hombres y mujeres que con estoicismo y fortaleza afrontan esa tragedia indescriptible que en un solo día les robó su vida, su trabajo de años, su existencia toda.

Es la resiliencia,  una de las cualidades más grandes de nuestro pueblo. Una característica que ha permitido a los colombianos sobreponerse a grandes infortunios, a atroces masacres, a devastadoras catástrofes…

 Cuando escuché por primera vez la palabra resiliencia creí que estaba mal pronunciada. No alcancé a aquilatar en ese momento su verdadera dimensión; pero una vez entendí su significado y trascendencia, la elegí como una de las más esperanzadoras palabras de nuestro idioma.

El término resiliencia se origina en el verbo latino resilio y se emplea en física para caracterizar la capacidad de un cuerpo de resistir un impacto y conservar su estructura a pesar de ese impacto. La psicología ha adoptado este vocablo para significar la capacidad de una persona de superar uno o muchos golpes de la vida y crear a partir de ahí una tenaz resistencia a la adversidad que le permita conservar su estructura humana a pesar de las circunstancias.

En el libro La resiliencia, de la sicóloga Carmenza Mejía,  se habla del profundo valor que podemos observar en Colombia entre nuestra gente:  “…La persona que al ser desalojada de su pueblo lleva consigo como única pertenencia una planta florecida; el anciano que perdió todo en el desastre de Armenia pero que iza la bandera nacional sobre las ruinas de la que fue su morada; la niña que en el fragor de la guerra se devuelve a recoger su muñeca; la marcha de los indígenas paeces que armados únicamente con sus bastones de mando enfrentan a la guerrilla armada, decididos a morir si es preciso para obtener la libertad de su benefactor el ciudadano suizo Florían Bernedick, secuestrado por las FARC”.

En otro aparte de la obra se lee: “…En una encuesta publicada por la revista Semana  y realizada a niños de diferentes clases sociales entre seis y doce años de edad se encontró que nuestros niños aún creen en Dios; para muchos de ellos su padre es su personaje favorito; quieren jugar más; escogen a sus amigos por ser “buena gente”; privilegian el chiste y su proyecto de adultos es ser trabajadores y buenas personas. No hablaron de carencias; hablaron de valores”.

En las imágenes  de esta tragedia que tiene inundada a Colombia y que diariamente nos presenta la televisión podemos observar a los damnificados rescatando en canoas sus más preciadas pertenencias: colchones, estufas, pequeños televisores, menaje de cocina, cosas sencillas como su vida. No reniegan, no protestan. Aceptan con  estoica filosofía su destino y esperan con paciencia, en improvisados cambuches,  que baje el agua para volver a comenzar. Cuando un periodista preguntó a algunos de ellos qué era lo que más necesitaban, expresaron primero su agradecimiento por la ayuda que se les había enviado y pidieron solamente “agua potable”. “Vamos a ver qué pasa, dijo uno con expresión positiva,  y concluyó con una gran carcajada: “¡Mañana será otro día!”.

Es la resiliencia,  una singular característica de nuestro pueblo, un profundo sentido de identidad que nos permite afrontar la fatalidad y, pese a las dificultades, conservar nuestros principios y valores. Una gran fortaleza en medio del caos que nos hace afirmar con total seguridad que pronto vendrán días mejores. A los políticos, a los gobernantes ineptos y sobre todo a los corruptos les cabe una gran responsabilidad en la imprevisión y en las graves consecuencias originadas por este fenómeno de la naturaleza. La historia sabrá juzgarlos.  Pero en nuestra gente, en esa gente sencilla y valerosa se alberga la esperanza cierta de ver resurgir con más fuerza en un futuro cercano las poblaciones hoy anegadas.
En los actuales momentos, ¡qué sabias resultan las palabras de Estanislao Zuleta!: “… La grandeza de un pueblo no radica en no tener dificultades; radica en la forma cómo las afronta, y el pueblo que pueda vivir productivamente en la dificultad, es un pueblo maduro para la paz” . Y añado yo: Y para el progreso.

                                                          
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