Este artículo no fue escrito en estos momentos en los que se está gestando en La Habana el proceso de paz con la guerrilla de las FARC. No, amigos lectores, fue escrito en el año 2008 cuando se realizaba el proceso de desmovilización, amnistía y sometimiento a la justicia de las AUC durante el gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez. He vuelto a releerlo y me sorprende no solo su vigencia sino comprobar que, efectivamente, tal como lo avizoraba en ese entonces, quienes allí se mostraban vindicadores, inflexibles, justicieros y completamente intransigentes, se tornarían permisivos, condescendientes y olvidadizos cuando se realizara el mismo proceso con la guerrilla. Este escrito es prueba de ese acerto.
Zancadillas a la paz
En todo proceso de paz, tiene que existir perdón y olvido, y cierto grado de impunidad, de lo contrario, la paz se torna inalcanzable. Desmond Tutu
El tema de moda en la política colombiana (¡quién lo duda!) es el juicio de los jefes paramilitares. Y en medio de este hecho que conmociona el país, ha sucedido algo insólito y no se trata como pudiera pensarse de los escándalos de la “parapolítica” sino más bien de la forma en que se está tratando de hacer zancadilla a uno de los actos más valientes y corajudos en la historia de la democracia colombiana.
Como en los días sangrientos de la revolución francesa, todos los días ruedan cabezas; hay sed de venganza y de protagonismo. Ante la avalancha de circunstancias que ha desencadenado un proceso tan inédito en el país como es el de la entrega y juicio público de los jefes paramilitares nadie parece caer en cuenta de lo admirable que resulta ver sentados en el banquillo de los acusados a Mancuso, a don Berna y otros jefes paramilitares ¡y desmontada casi completamente la maquinaria paramilitar! Algo verdaderamente increíble hace solo unos pocos años.
Y no obstante, gracias a las estratagemas de la oposición, esta asombrosa circunstancia pasa casi completamente desapercibida; no se le ha dado su cabal trascendencia, y menos aún se otorga al Presidente Uribe y a su gobierno el crédito que tanto se merecen por haber tenido la valentía de enfrentar una realidad complicada y ciertamente difícil de resolver con cabal justicia, pero absolutamente necesaria de enfrentar en nuestro país.
En esta especie de “cacería de brujas” en la que funcionan más la revancha y el deseo de protagonismo que el sentido de patria, se quiere llevar al banquillo inquisitorial hasta al más pequeño de los ganaderos; a esas grandes víctimas de la violencia, que cercadas entre el fuego cruzado de la guerrilla y los “paras” debieron escoger el mal menor y apoyar a quienes les parecieron en su momento, menos criminales. Mañosamente se quiere hacer olvidar que el campo colombiano fue hasta hace muy poco (y en algunas partes continúa siéndolo) una víctima acosada por la guerrilla en una época en la que el Estado no podía ofrecerle ninguna garantía de seguridad.
Es saludable recordar la historia, y un ejemplo viene muy bien al caso: durante la Segunda Guerra Mundial prácticamente toda Alemania apoyó a Hitler, pero en el momento de la rendición, los Aliados debieron perdonar forzosamente a todo el ejército y hasta a algunos generales, y desde luego, a la población entera por involucrada que ésta estuviera en el conflicto. No tenía caso tratar de enjuiciar y encarcelar a todos los simpatizantes de Hitler.
Tal como van las cosas, este proceso más que de Justicia y Paz, parece de retaliación y venganza. Y tomarlo en esa forma, es una gran equivocación. Ya lo dijo Desmond Tutu en su visita a Colombia: “En todo proceso de paz, tiene que existir perdón, olvido y cierto grado de impunidad, de lo contrario la paz se torna inalcanzable”. Desde luego, una impunidad total es inaceptable y los violentos tendrán que afrontar como es apenas natural la consecuencia de sus actos.
Pero lo verdaderamente lamentable de esta situación que se está viviendo actualmente con el juicio de los jefes paramilitares es que ahora sí se puede afirmar casi con absoluta seguridad que la paz con las FARC solo será posible por la vía de las armas porque es de todo tipo de vista hipotético que “Tiro Fijo” (si es que todavía existe), el Mono Jojoy, el Negro Acacio y compañía se entreguen voluntariamente para ser procesados y condenados en un juicio completamente rígido, visceral y vengativo.
Pero si algún día, ocurre ese milagro, y les tenemos a todos sentados esperando el juicio de la historia, sería bueno observar si aquellos congresistas que se muestran hoy tan beligerantes y rígidos para juzgar a los paramilitares llegan hasta el fondo de los miles de crímenes de la guerrilla y se preocupan también por perseguir, enjuiciar y condenar hasta al más pequeño de los agricultores y ganaderos que se hayan visto obligados a pagar boleteo y contribución “voluntaria” a la guerrilla; sin descartar tampoco a las decenas de secuestrados que al pagar incruentos rescates, colaboran también aunque sea involuntariamente, con el accionar criminal de las FARC.
Aunque nos cueste reconocerlo, la única forma de alcanzar la paz y la reinserción de los violentos será brindándoles una nueva oportunidad y eso lo saben muy bien Gustavo Petro y Navarro Wolf que disfrutaron del armisticio que se hizo con el M19 y están hoy, no solamente reinsertados a la vida pública sino también convertidos en reconocidos congresistas y posibles candidatos a Presidentes de la República. El cáncer de la guerrilla y la metástasis de delincuencia, paramilitarismo, sicariato, narcotráfico y corrupción a todo nivel que su accionar violento y criminal de tantos años ha causado en nuestro país no será posible de erradicar sino asumiendo una actitud generosa e inteligente. Una posición verdaderamente patriota en este momento es respaldar al Presidente en su valerosa y admirable gestión y ayudarle a encontrar el camino de la reconciliación y de la paz. Ojala prime el buen juicio y Colombia logre llevar a cabo con éxito un primer paso tan importante para la paz como es el difícil proceso de reinserción paramilitar.
En todo proceso de paz, tiene que existir perdón y olvido, y cierto grado de impunidad, de lo contrario, la paz se torna inalcanzable. Desmond Tutu
El tema de moda en la política colombiana (¡quién lo duda!) es el juicio de los jefes paramilitares. Y en medio de este hecho que conmociona el país, ha sucedido algo insólito y no se trata como pudiera pensarse de los escándalos de la “parapolítica” sino más bien de la forma en que se está tratando de hacer zancadilla a uno de los actos más valientes y corajudos en la historia de la democracia colombiana.
Como en los días sangrientos de la revolución francesa, todos los días ruedan cabezas; hay sed de venganza y de protagonismo. Ante la avalancha de circunstancias que ha desencadenado un proceso tan inédito en el país como es el de la entrega y juicio público de los jefes paramilitares nadie parece caer en cuenta de lo admirable que resulta ver sentados en el banquillo de los acusados a Mancuso, a don Berna y otros jefes paramilitares ¡y desmontada casi completamente la maquinaria paramilitar! Algo verdaderamente increíble hace solo unos pocos años.
Y no obstante, gracias a las estratagemas de la oposición, esta asombrosa circunstancia pasa casi completamente desapercibida; no se le ha dado su cabal trascendencia, y menos aún se otorga al Presidente Uribe y a su gobierno el crédito que tanto se merecen por haber tenido la valentía de enfrentar una realidad complicada y ciertamente difícil de resolver con cabal justicia, pero absolutamente necesaria de enfrentar en nuestro país.
En esta especie de “cacería de brujas” en la que funcionan más la revancha y el deseo de protagonismo que el sentido de patria, se quiere llevar al banquillo inquisitorial hasta al más pequeño de los ganaderos; a esas grandes víctimas de la violencia, que cercadas entre el fuego cruzado de la guerrilla y los “paras” debieron escoger el mal menor y apoyar a quienes les parecieron en su momento, menos criminales. Mañosamente se quiere hacer olvidar que el campo colombiano fue hasta hace muy poco (y en algunas partes continúa siéndolo) una víctima acosada por la guerrilla en una época en la que el Estado no podía ofrecerle ninguna garantía de seguridad.
Es saludable recordar la historia, y un ejemplo viene muy bien al caso: durante la Segunda Guerra Mundial prácticamente toda Alemania apoyó a Hitler, pero en el momento de la rendición, los Aliados debieron perdonar forzosamente a todo el ejército y hasta a algunos generales, y desde luego, a la población entera por involucrada que ésta estuviera en el conflicto. No tenía caso tratar de enjuiciar y encarcelar a todos los simpatizantes de Hitler.
Tal como van las cosas, este proceso más que de Justicia y Paz, parece de retaliación y venganza. Y tomarlo en esa forma, es una gran equivocación. Ya lo dijo Desmond Tutu en su visita a Colombia: “En todo proceso de paz, tiene que existir perdón, olvido y cierto grado de impunidad, de lo contrario la paz se torna inalcanzable”. Desde luego, una impunidad total es inaceptable y los violentos tendrán que afrontar como es apenas natural la consecuencia de sus actos.
Pero lo verdaderamente lamentable de esta situación que se está viviendo actualmente con el juicio de los jefes paramilitares es que ahora sí se puede afirmar casi con absoluta seguridad que la paz con las FARC solo será posible por la vía de las armas porque es de todo tipo de vista hipotético que “Tiro Fijo” (si es que todavía existe), el Mono Jojoy, el Negro Acacio y compañía se entreguen voluntariamente para ser procesados y condenados en un juicio completamente rígido, visceral y vengativo.
Pero si algún día, ocurre ese milagro, y les tenemos a todos sentados esperando el juicio de la historia, sería bueno observar si aquellos congresistas que se muestran hoy tan beligerantes y rígidos para juzgar a los paramilitares llegan hasta el fondo de los miles de crímenes de la guerrilla y se preocupan también por perseguir, enjuiciar y condenar hasta al más pequeño de los agricultores y ganaderos que se hayan visto obligados a pagar boleteo y contribución “voluntaria” a la guerrilla; sin descartar tampoco a las decenas de secuestrados que al pagar incruentos rescates, colaboran también aunque sea involuntariamente, con el accionar criminal de las FARC.
Aunque nos cueste reconocerlo, la única forma de alcanzar la paz y la reinserción de los violentos será brindándoles una nueva oportunidad y eso lo saben muy bien Gustavo Petro y Navarro Wolf que disfrutaron del armisticio que se hizo con el M19 y están hoy, no solamente reinsertados a la vida pública sino también convertidos en reconocidos congresistas y posibles candidatos a Presidentes de la República. El cáncer de la guerrilla y la metástasis de delincuencia, paramilitarismo, sicariato, narcotráfico y corrupción a todo nivel que su accionar violento y criminal de tantos años ha causado en nuestro país no será posible de erradicar sino asumiendo una actitud generosa e inteligente. Una posición verdaderamente patriota en este momento es respaldar al Presidente en su valerosa y admirable gestión y ayudarle a encontrar el camino de la reconciliación y de la paz. Ojala prime el buen juicio y Colombia logre llevar a cabo con éxito un primer paso tan importante para la paz como es el difícil proceso de reinserción paramilitar.
Leonor Fernández Riva
Agosto de 2008
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