Uno de los grandes misterios de la medicina
Leonor Fernández Riva
Existen en la
medicina, amigos lectores, enigmas que no
tienen todavía una respuesta satisfactoria. Uno de ellos, el llamado efecto placebo, siempre ha despertado mi
interés no solo por sus
singulares características sino por las expectativas positivas que este hecho representa
para nuestra salud.
Por lo general, cuando hablamos de
efecto placebo nos imaginamos una pequeña píldora inocua que alguien toma con
fe para aliviarse de una dolencia determinada,
pero lo que tal vez muchos no conocemos es que ese efecto curativo no necesariamente se produce por la acción de una píldora o un medicamento sino también por otros factores como pueden ser un ambiente
acogedor, unas palabras agradables, la confianza en el personal médico o
cualquier procedimiento médico que produzca un efecto curativo por la fe
que despierta en el paciente y por el
poder de su intención terapéutica, no por su naturaleza en sí mismo.
La fe es, pues, un poderoso principio curativo y uno de los
principales factores del efecto placebo. Probablemente muchos de los llamados milagros se han producido y
se siguen produciendo por la fe ciega del paciente en el poder de sanación de quien la decreta. Las palabras de Jesús de Nazareth a la mujer curada son dicientes: “ Tu fe te ha salvado".
se siguen produciendo por la fe ciega del paciente en el poder de sanación de quien la decreta. Las palabras de Jesús de Nazareth a la mujer curada son dicientes: “ Tu fe te ha salvado".
Esa capacidad curativa que todos poseemos ha sido utilizada desde épocas remotas por
curanderos, brujos y chamanes, aunque, como es natural, todos ellos atribuían la sanación
de sus pacientes a sus buenos oficios. En la elaboración de la mayoría de los
remedios curalotodo usados durante la Edad Media se hacía uso de elementos
insólitos, peligrosos y hasta repugnantes y era precisamente a través de esos elementos extraños como se
lograba generar el efecto placebo. Revisar
la farmacopea de la antigüedad es alucinante por la variedad asombrosa y
fantástica de los ingredientes utilizados: veneno de serpientes venenosas, opio,
diversas raíces, secreciones, excrementos, etcétera.
Uno de los ingredientes fantásticos que en teoría componían algunas de las preparaciones utilizadas durante el siglo XVI era el cuerno del unicornio. El fármaco así promocionado, era ansiado por todos los poderosos y vendido a precios costosos como un poderoso curalotodo. Entre otras virtudes se le atribuían: ser antídoto contra venenos y remedio para problemas estomacales, epilepsia, mareos, fiebre, impotencia, etcétera. Muchos curanderos vendían ese fármaco a sus clientes como si realmente estuviera elaborado a partir del cuerno del unicornio, cuando lo que en verdad les suministraban eran dientes de narval (ballena que habita los mares del Ártico y el norte del Océano Atlántico), cuernos de rinoceronte o marfil.
Uno de los ingredientes fantásticos que en teoría componían algunas de las preparaciones utilizadas durante el siglo XVI era el cuerno del unicornio. El fármaco así promocionado, era ansiado por todos los poderosos y vendido a precios costosos como un poderoso curalotodo. Entre otras virtudes se le atribuían: ser antídoto contra venenos y remedio para problemas estomacales, epilepsia, mareos, fiebre, impotencia, etcétera. Muchos curanderos vendían ese fármaco a sus clientes como si realmente estuviera elaborado a partir del cuerno del unicornio, cuando lo que en verdad les suministraban eran dientes de narval (ballena que habita los mares del Ártico y el norte del Océano Atlántico), cuernos de rinoceronte o marfil.
En algunas ocasiones, los compradores sometían esos brebajes a diversas pruebas para comprobar sus poderes curativos. Ponían, por ejemplo, el cuerno en un recipiente con varios escorpiones y esperaban varias horas. Si los escorpiones morían el cuerno era auténtico. O dibujaban un círculo “mágico” con el cuerno y colocaban una araña dentro para comprobar que la araña no lo cruzase.
Pero, aunque existiesen esas pruebas para comprobar el poder del fármaco, casi nadie las realizaba, fiándose del testimonio de quienes lo vendían, o simplemente por el hecho de no poner en duda la autenticidad del cuerno por si esto anulaba sus cualidades. Hay que tener en cuenta que en la Europa Medieval el unicornio estaba ligado al cristianismo, hasta el punto que llegó a ser una representación de Cristo, significando castidad y pureza, por lo que no estaba bien visto dudar de sus cualidades.
Todos esos componentes nocivos y extraños mantuvieron al médico durante
mucho tiempo en un lugar de privilegio y respeto debido a que él era el agente
terapéutico, único conocedor y creador de aquellas misteriosas pócimas
curativas. De seguro, la mayoría de esos exóticos brebajes no aportaban nada o
casi nada a la curación de las dolencias para las que eran requeridos, pero la
fe que los pacientes depositaban en ellos ponía en funcionamiento el proceso de
sanación.
Es justo reconocer, sin embargo, que probablemente algunas de estas
preparaciones sí tenían efectos curativos, lo que nos lleva a reflexionar con admiración
en la forma en que en la antigüedad lograron aislar los principios
activos de algunos componentes terapéuticos, separar sus elementos de origen,
mezclarlos, dosificarlos y almacenarlos.
Se ha observado que algunas características influyen de manera más positiva
para lograr el efecto placebo. Por ejemplo, cuanto más grande, vistoso y
costoso es el tratamiento médico, el valor simbólico y curativo que el paciente
le atribuye, es también mayor. Las píldoras rojas consiguen un mayor efecto que
las que no tienen color y cuanto más grandes son, mayor es también el
resultado; éste a su vez es más fuerte, si se aplica en inyección que en
pastillas, y más impresionante todavía, si el placebo consiste en pasar
por un quirófano. De allí también el por qué muchas personas le atribuyen
mayor valor curativo a los remedios de casas farmacéuticas reconocidas
que a otros de idénticos componentes, pero genéricos.
Durante la Primera Guerra Mundial era frecuente que se terminaran las medicinas
en el frente de batalla. Sin embargo, los doctores encontraron que podían
aliviar y calmar el dolor de sus pacientes con un “placebo”, pastillas que
simulaban ser efectivas, o con la noticia de una intervención quirúrgica
inexistente. Lo curioso es que un sorprendente número de pacientes que recibía
ese “tratamiento” mejoraba.
De acuerdo a testimonios médicos, si se trata de dolor, muchos pacientes responden al placebo; pero si se trata de cáncer, el resultado es prácticamente nulo. A medio camino hay condiciones como las inflamaciones del intestino, en las que el 40% de las personas a las que se les suministra el placebo declaran sentir la mejoría.
De acuerdo a testimonios médicos, si se trata de dolor, muchos pacientes responden al placebo; pero si se trata de cáncer, el resultado es prácticamente nulo. A medio camino hay condiciones como las inflamaciones del intestino, en las que el 40% de las personas a las que se les suministra el placebo declaran sentir la mejoría.
Según una encuesta publicada por el British Medical Journal, más de la mitad de los médicos estadounidenses suministran de forma cotidiana
tratamientos placebo a sus pacientes. Incluso ha habido casos en los que se ha
demostrado la eficacia de la cirugía placebo, es decir, aquella en la que se
lleva al paciente al quirófano, se lo anestesia y se le practica una incisión.
Nada más.
La gran paradoja del
efecto placebo es que aun cuando tomemos un medicamento que realmente funciona,
necesitamos ser conscientes de que lo estamos tomando para que sea realmente
efectivo. Vale decir que este principio funciona en todos los casos. Es decir,
el efecto del medicamento se produce en cierta medida no solo por el principio
activo de que está compuesto sino porque esperamos que funcione, de modo que si
la misma dosis se aplica a personas que por una determinada razón no tienen la
misma expectativa de curación, el efecto no será igual. La creencia de que va a
funcionar forma pues parte del proceso de curación. Los niños muy pequeños y
las personas que por alguna circunstancia se encuentran en estado de
inconsciencia no son favorecidas por
este factor curativo.
Pero hay algo que influye también poderosamente en la recuperación del
paciente: el efecto cuidado. Se ha comprobado que una atención
solícita y personalizada por parte del facultativo que atiende al
paciente tiene también mucho que ver en su recuperación. En las fugaces citas médicas a que nos vemos sujetos en
la actualidad, es muy difícil llegar a
percibir la calidez, simpatía y acuciosidad del facultativo que nos atiende y
mucho menos llegar a confiar en su diagnóstico y en su atención. El efecto
placebo pierde así uno de sus principales componentes: la confianza en el
médico.
Los tradicionales y emblemáticos médicos de familia del siglo pasado,
quienes visitaban en sus hogares a sus pacientes, respondían de manera
precisa a ese perfil sanador. Recuerdo que cuando niña en dos o
tres ocasiones que mi madre estuvo enferma, la llegada del médico de la familia
era como una brisa fresca que traía tranquilidad y alivio. Su sola presencia
anunciaba la mejoría de mi madre. Y en efecto, por una u otra causa eso siempre
ocurría. La medicina actual parece haber desechado de sus métodos
curativos, la simpatía y calidez en la atención de los pacientes,
pero es algo comprobado que una atención más personalizada y agradable
por parte de los médicos tiene efectos curativos sorprendentes en los pacientes
tratados.
Pero nuestro cerebro
también puede enfermarnos. Ese efecto, contrario al placebo, se denomina nocevo y
se refiere a aquellos casos en los que el paciente no tiene fe en su médico o en el medicamento que se le
está administrando, así éste sea real y
de una casa farmacéutica reconocida, o
como en el caso de las personas hipocondríacas que desencadenan un efecto negativo en su organismo al creer
fehacientemente que padecen determinado mal. Como es fácil imaginar, al tiempo que el
efecto placebo produce beneficios físicos y reales a los pacientes,
el efecto nocebo produce en ellos todo lo contrario. Se han hecho
experimentos en los que realmente se infectó a un grupo de personas con virus y
a otras no, pero se les dijo que todas habían sido infectadas. Ambos
grupos presentaron los síntomas.
Na
Pero, ¿qué es lo que relaciona lo
inmaterial de nuestros pensamientos e incluso nuestros sentimientos con el
cuerpo humano y sus capacidades? La forma como actúa el efecto placebo sigue
siendo un misterio.
A pesar de los descubrimientos realizados en el plano
neurológico durante los últimos veinte años, la ciencia no ha logrado descifrar
por completo cómo se desarrolla y cómo funciona esa extraña conexión entre el
cuerpo y la mente.
Creer en la idea de que el ser humano es
Lo importante, sin embargo, es que
esta es una realidad que podemos manejar con inteligencia en pro de nuestra salud. Como afirma el
doctor Ted J. Kaptchuk, profesor de
Medicina en la Facultad de Medicina de Harvard:
“Darnos cuenta de que sólo nosotros
tenemos el control de nuestros pensamientos y emociones es todo un
descubrimiento. El reto es averiguar el proceso por el que actúa el
efecto placebo y aprender a usarlo en nuestro propio beneficio”.
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