¡Qué rico es vivir en Colombia!!
Leonor Fernández Riva
Leonor Fernández Riva
El puente festivo que disfrutamos en Colombia con motivo del día de la Asunción, y la cariñosa invitación de una buena amiga, me permitieron asistir a las fiestas patronales del acogedor municipio de Toro, situado a 174 kilómetros de la ciudad de Cali.
Para llegar hasta mi destino debí recorrer un largo trayecto por carretera, el cual me brindó la ocasión de solazarme con el paisaje y contemplar al paso del vehículo el verdor y feracidad de nuestros campos y las coquetas poblaciones asentadas a lo largo de la vía.
A Toro se ingresa por una bellísima avenida bordeada de árboles centenarios, que lleva al visitante hasta el centro de la población. La arquitectura de la mayoría de las edificaciones es sobria y uniforme pero hay también muchas casas solariegas que guardan en su interior hermosos patios y jardines florecidos, y una que otra edificación de tipo colonial puesto que Toro es el municipio más antiguo del Valle del Cauca.
La ciudad fue fundada el 3 de junio de 1573 por el capitán español Melchor Velázquez de Valdenebro, quien la bautizó con el nombre de Toro debido a que la mayoría de soldados que lo acompañaban provenían de la ciudad de Toro en la provincia de Zamora, España.
En sus primeros años de fundación la ciudad fue conocida como Nuestra Señora de la Consolación de Toro. Por diferentes circunstancias, entre ellas el frecuente ataque de las tribus chocoanas, la población debió trasladarse primero al lugar conocido como El Bohío, y luego al que hoy ocupa, y desde entonces tomó definitivamente el nombre de Toro. Durante la Colonia fue una ciudad de gran importancia. En 1782 se adhirió a la causa de los Comuneros y en 1811 formó parte de las Ciudades Confederadas del Valle del Cauca, adeptas al movimiento independentista. Su población asciende hoy a más de quince mil habitantes.
El programa de fiestas patronales, muy unido a la fe religiosa y a la liturgia católica, depara distracciones para todos los gustos: la misa solemne a la Virgen de la Asunción, el vistoso y multicolor desfile de comparsas y personajes típicos de la ciudad como "el duende" y la familia Castañeda, el reinado de belleza con la simpatía y hermosura tradicional de las toresanas, la cabalgata, ordenada y alegre en la que prima la alegría; la vacaloca; los fuegos artificiales; la rumba tanto en el parque principal como en las casetas, y acompañado todo por la hospitalidad, alegría y calidez de su gente. En resumen, amigos, pasé en Toro unos días realmente felices y descansados y al retornar me hice el propósito de repetir pronto la experiencia. Agradezco a mi querida amiga Galidea que me invitó a compartir con ella estas fiestas y a todos los toresanos que me abrieron las puertas de sus casas con un innato sentido de hospitalidad.
Y así como estas fiestas patronales del municipio de Toro, cuántas vivencias maravillosas nos ofrece Colombia alrededor de todo su territorio. Realmente no tenemos necesidad de salir al exterior para rodearnos de naturaleza y disfrutar a lo largo y ancho del país momentos llenos de tradición y de jolgorio. ¡Qué rico, amigos, es vivir en Colombia!
Nadie en nuestro país debería tener necesidad de marcharse a vivir otros países. Y sin embargo, a lo largo de nuestra accidentada historia miles de colombianos han debido por una u otra causa alejarse de su patria y buscar en otras latitudes y bajo otros cielos, estudio, seguridad, refugio o nuevas expectativas para sus vidas.
Nadie en nuestro país debería tener necesidad de marcharse a vivir otros países. Y sin embargo, a lo largo de nuestra accidentada historia miles de colombianos han debido por una u otra causa alejarse de su patria y buscar en otras latitudes y bajo otros cielos, estudio, seguridad, refugio o nuevas expectativas para sus vidas.
No puedo ser tan ciega como para no ver que muchas personas sufren en nuestro país por el accionar de la guerrilla, de los violentos o de la delincuencia; que otras muchas padecen dramáticas condiciones económicas, no encuentran trabajo o son perseguidas o desplazadas; situaciones todas que les inducen a marcharse y a adaptarse lejos de su país a otros costumbres, a otras tradiciones, a hablar en otras lenguas, a votar por otros destinos y a luchar por otras quimeras.
Y sin embargo, cualesquiera fueran las circunstancias que propiciaron su partida y su estancia en otro país, pienso que muchos de estos compatriotas experimentarían un nuevo renacer si tuvieran la oportunidad de volver a vivir en Colombia.
Creo que puedo dar fe de esa experiencia porque la he vivido en carne propia. Durante más de treinta años me radiqué en Ecuador, país en el que mi esposo había estudiado su carrera de ingeniería química y que le ofreció al graduarse un auspiciante futuro. Con esa facilidad con la que nos adaptamos a las nuevas costumbres cuando somos jóvenes, yo, recién casada y de solo veinte años, me adapté sin problemas a las nuevas circunstancias y amé e hice mía esa nueva tierra. Aprendí a saborear con placer sus platos típicos, a gozar con los dichos y la incomparable sal quiteña, a amar sus tradiciones, a querer a su gente y a comprender su idiosincrasia. Le di a esa tierra tres hijas y cuatro nietos y procuré devolver en obras sociales algo de lo mucho que de ella había recibido.
Y casi sin darme cuenta pasaron los años. Y al cabo del tiempo volví a Colombia, y a Cali, mi ciudad nativa. Y amigos, ¡cuán emocionante fue volver! ¡Cuán emotivo, reencontrarme con los recuerdos de la infancia, con los viejos amigos; recorrer los barrios testigos de las travesuras de mi niñez y de los romances de mi juventud; volver a compartir la euforia, la simpatía y calidez de nuestra gente! ¡Qué delicia volver a paladear los platos típicos, el delicioso mecato de mi ciudad! ¡Qué sabroso saborear los caldos caseros y los sustanciosos platos de nuestra tierra. ¡Qué rico disfrutar a la orilla del río un champús o una gaseosa con unas crocantes empanadas y sentir esa brisa pícara que atempera las tardes y juega con las faldas y los cabellos de las muchachas. ¡Qué regalo de Dios gozar el espectáculo cotidiano de nuestra exuberante vegetación, de nuestros árboles, acacias, chiminangos, ceibas, cauchos, camias o guayacanes florecidos y regalar nuestro espíritu con la visión maravillosa de las alfombras rosadas y amarillas que cubren de tiempo en tiempo nuestras calles y andenes. ¡Qué rico amigos, estar de nuevo en Cali!
Como una planta trasplantada que al tornar a su origen cobra nuevo verdor, al reencuentro con mi ciudad nativa mi sangre circuló más viva, más vibrante; mi piel, mi cuerpo, mi alma cobraron nueva vida. Fue como volver al hogar paterno y acariciar de nuevo la frescura de la juventud.
Sé, claro, que la tendencia natural del hombre es a ser andariego, que ese interminable periplo de la especie humana que se inició cuando algunos de nuestros intrépidos antepasados se arriesgaron a cruzar las fronteras conocidas para descubrir y poblar otros territorios, continúa imparable hasta nuestros días; que muchos compatriotas a veces solo por el afán de la aventura o del conocimiento emprenden un viaje sin retorno hacia otras latitudes.
Pero no puedo menos que pensar en la infinita nostalgia de mi padre que nunca volvió a su querida Guanabacoa en la isla de Cuba; de mi madre, que murió lejos de su amado Perú, y de personas como la inolvidable Celia Cruz, que un día partió de su Cuba sin presentir que más nunca podría volver a ella. Su canción a de palmeras dramáticamente ese dolor que experimentan quienes, alejados involuntaria y definitivamente de su patria sufren una profunda melancolía por todo lo que ya nunca volverán a tener.
Pero no puedo menos que pensar en la infinita nostalgia de mi padre que nunca volvió a su querida Guanabacoa en la isla de Cuba; de mi madre, que murió lejos de su amado Perú, y de personas como la inolvidable Celia Cruz, que un día partió de su Cuba sin presentir que más nunca podría volver a ella. Su canción a de palmeras dramáticamente ese dolor que experimentan quienes, alejados involuntaria y definitivamente de su patria sufren una profunda melancolía por todo lo que ya nunca volverán a tener.
Por mi parte pienso disfrutar intensamente este privilegio que he tenido de volver a vivir en Colombia porque, como acertadamente decía uno de los mensajes en uno de los carros alegóricos del desfile de carrozas de Toro, “yo no elegí nacer en Colombia; solo tuve buena suerte”.
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