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Leonor Fernández Riva
Confieso, para empezar, que no soy precisamente adicta a las telenovelas. Algunas me resultan demasiado pueriles y no logran concitar ni mi interés ni mi fidelidad como para seguirlas día por día. Y otras, de narcos, mafias y crímenes, que en un principio despertaban en mí un genuino interés por conocer y tratar de comprender ese mundo oscuro del hampa, esa especie de antimateria que convive con la vida civilizada en la que nos desenvolvemos la mayoría de los colombianos, ya me tienen hastiada y el solo anuncio de otra de ellas genera en mí un irreprimible fastidio.
Quiero aclarar, sin embargo, que no me opongo, de ninguna manera, a las telenovelas. Pienso que representan un valioso aporte de entretenimiento y distracción para muchísimas personas, muchas de ellas solitarias, enfermas, ancianas, encarceladas, recluidas en clínicas de reposo, sin recursos como para acudir a otro tipo de distracciones, o simplemente, aficionadas a degustar las variadas historias que producen las creativas mentes de nuestros guionistas.
No. De ninguna manera puede alguien criticar una afición tan legítima y sana como es la de ver telenovelas, máxime si contamos ahora en nuestro país con un equipo tan estupendo de productores, directores, actores y guionistas. Es innegable el alto grado de calidad que Colombia ha alcanzado en el cine y en la televisión. Algo que sin duda se ha logrado con un trabajo perseverante a través de los años.
Hoy quiero comentar muy gratamente una de estas producciones que a mi entender merece los más efusivos aplausos. Se trata de “La Pola, el amor la hizo libre”. Desde el primer momento la historia me atrapó. Conocía, claro, por el texto de historia patria que estudié en el colegio, que la protagonista era una de las más jóvenes heroínas de la campaña libertadora. Pero la imagen que de ella tenía en mi mente era acartonada, rígida. Nunca la había imaginado como alguien real; como una chica de carne y hueso, con sentimientos y sueños como tantas otras jóvenes. Gracias a esta magnífica producción ese estereotipo equivocado y superficial se trocó en admiración y afecto por esta valiente y joven mujer que luchó por alcanzar la libertad y dio la vida por la defensa de sus ideales.
Son muchas las facetas dignas de resaltar en esta obra, pero sin duda una de las más importantes, es su apego fiel a la historia. Los acontecimientos trascendentes de la época y de la vida de la protagonista están bastante bien sustentados aunque, desde luego, hay quienes aducen que los libretistas se tomaron algunas licencias para añadir romance e intriga a la serie, como en el caso, por ejemplo, de la vida conyugal de Antonio Nariño, algo que sin embargo tiene indicios ciertos de responder a la realidad; o la ingenuidad un tanto inverosímil de la protagonista y de su hermana acerca de los temas de amor; o la despedida postrera de los amantes luego de su fusilamiento.
¡Pero, vamos...! Un poco de fantasía no le hace daño a la historia. Y por otra parte, me parece positivo presentar a nuestros héroes como hombres y mujeres de carne y hueso con dificultades, debilidades y conflictos personales como cualquiera de nosotros.
Destacable, sobremanera, la excelente actuación de todo el reparto. A través de sus excelentes caracterizaciones tuvimos la oportunidad de conocer muchos personajes de nuestra gesta libertaria, y familiarizarnos también con las costumbres y los prejuicios que caracterizaron la vida granadina durante una época marcadamente ostentosa y soberbia para unos cuantos privilegiados, y austera y llena de restricciones para la gran mayoría de la población.
Los escenarios fueron escogidos con gran acierto. Las aldeas de antaño, los antiguos caminos, los campos y sembríos, las rústicas viviendas, las casonas solariegas, el señorío de la todavía provinciana Santafé. La decoración de los interiores acorde con la época, sin detalles discordantes. Todo en su lugar. Y ni qué hablar del vestuario. Perfecto. De una gran sencillez en la mayoría de la población y un poco más cuidado y de corte europeo en los españoles. Los uniformes de los militares rigurosamente diseñados; prolijos y elegantes en el ejército español, sencillos y bastos en los rebeldes americanos. Los combates, dignos de una producción de Hollywod, con cañones de la época, caballería, lucha a bayoneta calada y un número considerable de extras muy bien caracterizados. Combates admirablemente bien realizados sin que en ningún momento se diera un espacio para lo ridículo o ramplón.
Y como no podía ser de otra manera, un conmovedor y emocionante final. La muerte de La Pola junto al hombre que amaba y sus últimas y vibrantes palabras antes de ser fusilada. Palabras que todos hemos aprendido en los libros de historia patria pero que cobraron fuerza al escucharlas de labios de la protagonista: "¡Pueblo indolente! ¡Cuán distinta sería hoy vuestra suerte si conocierais el precio de la libertad! Pero no es tarde. Ved que aunque mujer y joven, me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más. ¡No olvidéis mi ejemplo!”.
Y por último, y como apropiado remate a esta gesta libertaria, la escenificación de la Batalla del Pantano de Vargas el 25 de julio de 1819, dos años después del fusilamiento de Policarpa Salavarrieta. Un episodio trascendental de nuestra historia sorprendentemente bien logrado que nos dio la oportunidad de rememorar a otro de los grandes héroes libertarios, el general venezolano José Rondón, hijo de esclavos africanos, quien con su arrojado escuadrón de llaneros transformó en victoria una derrota. El libreto nos muestra a Barreiro, el comandante del ejército español, cuando seguro ya del triunfo sobre las fuerzas patriotas grita presa de júbilo:“¡Ni Dios me quita esta victoria!”. Y a un Bolívar que desconcertado ante el empuje realista, exclama con desesperación: “¡Se nos vino la caballería y esto se acabó!”.
“¿Cómo dice usted eso, mi general, si todavía los llaneros de Rondón no han peleado?”, le replica vehemente el coronel José Rondón. A lo que Bolívar responde con la célebre frase: “¡Coronel Rondón, salve usted la patria!”.
”¡Que los valientes me sigan!”, arenga entonces Rondón a sus llaneros y seguido por ellos entabla una encarnizada batalla contra las tropas españolas, las dispersa y las pone en retirada. Una apoteósica victoria del Ejército Libertador con un gran contenido sicológico que prepararía a las tropas americanas para la victoria definitiva por la independencia de la Nueva Granada doce días después, el 7 de agosto, en la Batalla de Boyacá.
Maravilloso, realmente, volver a rememorar de una manera tan grata y tan bien interpretada las páginas de nuestra historia y de los héroes que entregaron su vida por darnos la libertad. Y es que nuestros patriotas merecen que sus vidas, tal cual sucede con los patriotas norteamericanos y franceses inmortalizados en estupendas filmaciones, sean también convertidos a través del cine y la televisión en iconos para nuestra juventud. Una juventud que en medio de la corrupción y el materialismo imperantes en todos los estamentos de la sociedad necesita volver a creer en héroes de carne y hueso cuyos ideales, principios y valores sean dignos de ser emulados.
Felicitaciones sinceras a los realizadores de tan estupenda producción, y a aquellos de ustedes que no la vieron un consejo: no se la pierdan si tienen la oportunidad de poder disfrutarla más adelante.
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