Las FARCKENSTEIN y su creatura
¡Maldito creador! ¿Por qué me hiciste vivir? ¿Por qué no perdí en aquel momento la llama de la existencia que tan imprudentemente encendiste?
Mary W. Shelley (Frankenstein)
Amigos lectores:
Hace un tiempo, convencida de que la incondicionalidad que profesamos por nuestros equipos de fútbol favoritos es similar a la que experimentamos por nuestras tendencias políticas y de que es poco menos que imposible hacernos cambiar nuestras preferencias por convincentes que sean los argumentos que se nos planteen al respecto, me propuse no volver a hablar en este blog de política, y mucho menos de política colombiana.
Hoy, no obstante, me he sentido impelida a hacer un alto en este sano propósito y realizar algunas reflexiones acerca del proceso de paz que el Estado colombiano está llevando a cabo en estos momentos en La Habana, Cuba, con los jefes guerrilleros de las Farc; proceso que ha concitado la atención no solo de miles de esperanzados colombianos sino también de muchos países alrededor del mundo.
Para quienes hemos observado impotentes a través de los años el accionar sangriento e inhumano de este grupo armado, ha sido doloroso e indignante ver ahora a sus representantes llegar a este encuentro haciendo gala de una actitud soberbia, autocalificándose de salvadores de la patria y negando, de manera por demás cínica y descarada, sus crímenes, sus secuestros, sus demenciales atentados contra los bienes del Estado y su participación activa y criminal en el narcotráfico y en la violencia que tienen asolada a Colombia.
Para quienes hemos observado impotentes a través de los años el accionar sangriento e inhumano de este grupo armado, ha sido doloroso e indignante ver ahora a sus representantes llegar a este encuentro haciendo gala de una actitud soberbia, autocalificándose de salvadores de la patria y negando, de manera por demás cínica y descarada, sus crímenes, sus secuestros, sus demenciales atentados contra los bienes del Estado y su participación activa y criminal en el narcotráfico y en la violencia que tienen asolada a Colombia.
Es bueno que sepan quienes no están suficientemente informados acerca de este conflicto que desangra a nuestra patria que los integrantes de las Farc no son precisamente unos angelitos. No, amigos lectores, las Farc no son patriotas que luchan contra un gobierno dictatorial, excluyente o bárbaro. No. El gobierno contra el que luchan las Farc es un gobierno democrático, elegido libremente por la mayoría de los colombianos; un gobierno que respeta las libertades y los derechos humanos. Colombia, amigos, sería un verdadero paraíso si no existieran las Farc y otros grupos similares, y si no existiera tampoco la droga, esa maldición que ha propiciado el crimen y la corrupción y que a manera de diabólico combustible les ha permitido a las Farc financiarse para continuar su accionar delictivo y convertirse en el cartel de la droga más poderoso del mundo.
No permitan, amigos lectores, que su actitud aparentemente conciliadora y la sarta de mentiras que cínicamente formulan en estos diálogos los engañen. Las Farc son, simple y llanamente, terroristas y delincuentes sin ningún tipo de moral o de principios; un grupo de criminales que hace tiempo perdió ese tinte romántico y “cheguevarista” de que se preciaban; guerrilleros que se quedaron sin piso cuando se desintegró el comunismo en la Unión Soviética; narcoterroristas que no tienen ningún arraigo entre el pueblo que afirman defender, pues han sido precisamente las gentes más humildes y los campesinos de Colombia quienes han debido afrontar sus ataques, sus secuestros y sus demenciales y continuos atentados.
¿Cuándo se ha visto a estos apóstoles de los menesterosos donar un camión de víveres o siquiera una ínfima cantidad de dinero a alguna de las miles de familias que sufren los efectos de las
inundaciones y tragedias
medioambientales que cíclicamente afectan al país?
Con incredulidad e indignación escuchamos ahora sus propuestas, dizque para dignificar el campo, reparar a las víctimas y devolver las tierras a los campesinos. ¡Qué bueno, sí, que los repararan y que les devolvieran sus tierras, pero que se las devolvieran libres de las miles de minas antipersona que han sembrado en ellas criminalmente a lo largo de los años!
Porque esos campesinos que ahora dicen defender han sido sus peores víctimas. Las Farc han sembrado y continúan sembrando a lo largo y ancho de los camposcolombianos miles de minas antipersona que diariamente dejan muertos o mutilados a decenas de niños, mujeres y hombres de nuestros campos; reclutan de manera desnaturalizada a niños campesinos para incrementar sus huestes y convertirlos en carne de cañón.
Y a niñas para convertirlas en barraganas de la guerrilla.
Y a niñas para convertirlas en barraganas de la guerrilla.
Vuelan sin miramientos puentes y torres de energía que prestan servicio a poblaciones pequeñas alejadas de la capital; destruyen sus escuelas, asesinan o ahuyentan a sus maestros; intimidan, torturan y fusilan sin miramientos a aquellos campesinos que no "colaboran" con ellos o que acusan de colaborar con el Ejército; mantienen secuestrados a través de décadas, en las condiciones más inhumanas imaginables, a decenas de civiles, policías y militares.
Pero hay más, mucho, mucho más. El daño ocasionado por la insurgencia de las Farc a los colombianos es casi imposible de cuantificar.
Literalmente nos han robado gran parte de nuestra geografía, de nuestras carreteras, de nuestras montañas y sitios turísticos, a los cuales ya no podemos acceder sin el evidente peligro de ser asesinados, secuestrados o mutilados por una mina; han hecho imposible el productivo turismo internacional y sobre todo, el turismo ecológico; han cambiado la cultura centenaria de los cultivos agrícolas al inculcarles a los campesinos el de la coca; su accionar violento propició el surgimiento de las autodefensas en zonas del país adonde no llegaba la protección del Estado.
Son ellos los causantes directos de esa otra maldición conocida como "paras", que ha dejado también tantas víctimas y tanto dolor a lo largo y ancho del país, y que ha obligado al Estado a invertir en combatirlos gran parte del presupuesto destinado a educación y salud.
De qué igualdad o equidad pretenden descaradamente hablarnos a los colombianos si entre su misma cúpula existen privilegios ni siquiera imaginados por esa tropa de criminales que tienen a su servicio? Mientras que Timochenco y demás beben en sus festejos whisky faja azul, se movilizan en flamantes vehículos 4x4, se pavonean por las calles de Venezuela en impactantes Harley Davidson, se desplazan a sus anchas a congresos y citas en el extranjero, sus tropas sobreviven en medio de las selvas colombianas en condiciones miserables e insalubres, agobiadas por los hongos, la disentería, la leishmaniasis, el sida, sin esperanza de volver a la civilidad ante el peligro evidente de ser torturados y fusilados por desertores.
Y sin embargo, amigos, a pesar de que tengo bien presente quiénes son los delincuentes con los que el Estado colombiano está en estos momentos dialogando en La Habana y cuáles son sus crímenes, yo también, al igual que todos los colombianos, anhelo la paz , porque después de la libertad la paz es el bien más precioso que puede tener una nación para desarrollarse y alcanzar el bienestar de sus ciudadanos. Ojalá que estas conversaciones de La Habana lleguen a buen término y se logre un tratado de paz digno en el que el Estado colombiano no deba transigir de sus principios y en el que las Farc reconozcan y afronten la responsabilidad de sus crímenes, aunque sea en una mínima parte.
Como bien lo dijo Desmond Tutu, Premio Nobel de Paz en 1984, en su visita a Colombia: " en todo proceso de paz tiene que existir perdón, olvido y cierto grado de impunidad; de lo contrario, la paz se torna inalcanzable". , pero perdón para el que reconoce sus faltas; olvido para el que promete no volver a cometerlas, y cierto grado de impunidad para lograr un acuerdo. Pero de ninguna manera impunidad total. Una impunidad total como la que se está negociando en La Habana es desde todo punto de vista inaceptable, una bofetada a las víctimas que esperan una reparación. Arrinconadas por la arremetida del Ejército colombiano, las Farc quieren acogerse ahora a un plácido y lucrativo retiro, pero antes deben afrontar, como es apenas lógico, las consecuencias de sus actos.
Pero bueno, en aras de la difícil paz dejemos atrás el pasado y miremos solo hacia el futuro. Hoy los integrantes de la cúpula de las Farc parecen estar prestos a firmar "patrióticamente" los acuerdos de paz, y tal como van las cosas seguramente lo van a lograr. Timochenco, Catatumbo, Márquez, Granda, Ibáñez y compañía, disfrutarán entonces el retorno a la civilidad; podrán incursionar en la política, y una vez en ella, en algo que indudablemente dominan: la demagogia. Seguramente, a la vuelta de muy poco tiempo los veremos en el Congreso votando por cosas tan importantes como el matrimonio gay o la dosis personal y sobre todo, disfrutando de millonarios viáticos y honorarios como probos legisladores de la república.
No obstante, y a pesar de la euforia y positiva expectativa que percibo en muchos compatriotas ante la posible firma de este acuerdo, no puedo evitar que me asalte una inquietud:
¿Qué pasará, a partir de la firma del acuerdo, con su creatura, señores de las FARCKENSTEIN?
¿Con ese monstruo que engendraron hace casi cincuenta años? ¿Con esos miles de criminales que han estado a su servicio durante todos estos años y que han sido adiestrados con tanta pericia en el arte de matar, destruir, secuestrar, realizar atentados, traficar con la droga, y causar muerte, dolor y desolación a lo largo y ancho del país? ¿Se contentarán esas huestes sedientas de sangre y de crimen con convertirse en panaderos, porteros, choferes, jardineros, labriegos..., honestos colombianos? Mucho me temo que la respuesta es NO.
¿Con ese monstruo que engendraron hace casi cincuenta años? ¿Con esos miles de criminales que han estado a su servicio durante todos estos años y que han sido adiestrados con tanta pericia en el arte de matar, destruir, secuestrar, realizar atentados, traficar con la droga, y causar muerte, dolor y desolación a lo largo y ancho del país? ¿Se contentarán esas huestes sedientas de sangre y de crimen con convertirse en panaderos, porteros, choferes, jardineros, labriegos..., honestos colombianos? Mucho me temo que la respuesta es NO.
No. No se van a contentar con su nuevo papel de hombres de bien. Porque, aunque los violentos quieren rodear sus crímenes de un aura de patriotismo y de sufrimiento, es mucho más difícil y sacrificado hacer patria día por día con un trabajo honrado, cumpliendo con la ley y con todas las normas morales y cívicas, tal como lo hacen millones de colombianos, que cargando un arma y metiéndose al monte sin Dios ni ley a torturar y asesinar indemnes compatriotas.
No quisiera ser pesimista, amigos lectores, no es esa mi manera de ser, pero mucho me temo que la paz es todavía una utopía muy lejana de alcanzar para el sufrido pueblo colombiano. El monstruo creado por las FARCKENSTEIN no va a desaparecer por arte de magia al firmar un acuerdo. Esa creatura tiene ya vida propia y, cualquiera sea el nombre que adopte en el futuro: bacrim, rastrojos, maras, continuará cometiendo crímenes y haciendo tabla rasa del acuerdo que logren sus creadores en La Habana.
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