Amigos lectores:
Voy a hablarles hoy en
este artículo, de los Sokushinbutsu,
antiguos monjes budistas del Japón, quienes a través de un doloroso y sacrificado proceso se
provocaban lentamente la muerte con el propósito de convertirse en momias
mientras aún estaban con vida.
Aunque fueron cientos
los monjes que intentaron auto momificarse ( no todos tuvieron éxito) hasta la
fecha solo han sido descubiertas unas veinticuatro momias.
Para intentar comprender
la filosofía que les llevaba a estos monjes budistas a practicar en sí mismos
un proceso tan doloroso y letal, es necesario dar una mirada fugaz a la
filosofía que regía sus vidas.
Existen gran cantidad de
creencias religiosas a lo largo del planeta, y una cantidad aun mayor de
disciplinas mediante las cuales un creyente aspira demostrar su lealtad a un
credo determinado. Algunas de ellas, son realmente extrañas.
En casi todas las
tradiciones sagradas sólo después de la muerte es posible alcanzar el “cielo”,
la recompensa suprema. Para los budistas, esta recompensa es el Nirvana y no es preciso morirse para
disfrutarlo porque puede alcanzarse en esta vida.
Cuando el deseo, y las
causas relacionadas con él finalizan, también finalizan el miedo, la
frustración y el sufrimiento…y se alcanza el Nirvana, la meta última de la enseñanza budista que, desde hace
siglos, no ha cesado de suscitar las exégesis más diversas.
Desde tiempos
inmemoriales, los atajos para acortar el camino hacia el Nirvana han estado disponibles. En la India, miles de personas
adoptan esa vía rápida. Por lo general quienes lo hacen, viven solos, al margen de la sociedad y
pasan los días en la devoción de su deidad elegida. Algunos realizan rituales
mágicos para hacer contacto con los dioses, otros, practican intensas formas de
yoga y de meditación. Todo en pro de aumentar sus poderes espirituales y
adquirir el conocimiento místico.
Hay, por ejemplo,
quienes realizan el voto de no sentarse ni acostarse durante doce años. Se
trata de una disciplina muy dolorosa. Las piernas y los pies se hinchan y
tienden a desarrollar várices y úlceras persistentes. A quienes la practican les está permitido caminar sin romper sus votos, pero su único medio de
descanso consiste en un cabestrillo para apoyar una de sus piernas. En ocasiones,
cumplen sus votos junto a un árbol y allí, sus pies hinchados llegan a semejar
raíces. Otros, someten su cuerpo a los más estrictos ayunos: diariamente no
beben más que unas gotas de agua e ingieren solo una taza de leche y un banano.
Quienes escogen seguir este camino de privaciones y sufrimientos, son muy
respetados. Todo eso hace parte de esa larga tradición de “locura divina” que
es el Hinduismo.
Durante cientos de años,
los seguidores, primero, del hinduismo y luego, del budismo, han llevado a cabo
las más severas formas de vida en procura de alcanzar la iluminación y llegar
al anhelado Nirvana. Llevados por el
intenso deseo de emular a Buda, miles de sus seguidores adoptaron en el pasado
y siguen adoptando aun hoy, formas de vida y de sacrificio, verdaderamente
desmesuradas.
El dominio físico que
llegan a poseer estas personas por medio de la meditación es tan fuerte que
logran realizar prodigios sobrehumanos, como por ejemplo, paralizar a voluntad
su corazón, levitar varios centímetros sobre el suelo, o permanecer hasta diez
minutos bajo el fuego sin que les ocurra la menor cosa. La técnica de
meditación yoga Tum Ho, utilizada por muchos de ellos, es tan poderosa que
científicos de Boston estudian la posibilidad de utilizarla en algunos casos médicos.
Lo paradójico es sin
embargo, que Buda, al alcanzar la iluminación, comprendió que a ella no llegaba quien estuviera entregado a los placeres, pero tampoco quien se sometiera a un exceso de sufrimiento y dolor. Lo correcto era
vivir la vida en el justo medio: el pensamiento correcto; el actuar correcto;
el medio de vida correcto; el esfuerzo correcto; la meditación correcta. En
otras palabras, una vida equilibrada.
No obstante, y como ya dijimos, muchos de sus seguidores se impusieron de manera voluntaria, padecimientos sin
nombre a fin de emularlo y alcanzar el anhelado Nirvana.
Los monjes Sokushinbutsu, del Japón, han sido
probablemente quienes han llevado más al límite ese camino de sufrimiento y de martirio.
Como todos sabemos, la
momificación fue una práctica habitual en numerosas culturas del pasado, las
cuales usaron diversas técnicas de conservación para preservar a sus muertos.
Todas, no obstante, tenían una base común: momificaban a personas ya
fallecidas. Pero en Japón, hace casi novecientos años, un grupo de monjes budistas
desarrolló su propia técnica, para convertirse por medio de un largo y doloroso
proceso, en auténticas momias vivientes.
Todavía es un misterio
el porqué estos monjes se sometían a tan rigurosa práctica. Seguidores del
budismo, vivían existencias marcadas por el ascetismo y la total mortificación,
pero aquel ritual de muerte era visto por ellos como algo superior: la
culminación y razón de su existencia.
La suya era ya de por sí
una vida muy austera, plena de ayuno, penitencia, rezos y cánticos. Algunos monjes, sin embargo, que ya se
encontraban cerca de alcanzar su grandeza inmortal, escogían además, voluntariamente, realizar en sí mismos un escalofriante ritual que los
momificaba en vida a lo largo de un doloroso suicidio ritual.
El término Sokushinbutsu, significa literalmente,
Buda viviente. Un ritual reservado para unos pocos elegidos, que trataban así
de preservar su carne de la putrefacción en un largo proceso de autodisciplina
hasta perder toda la grasa corporal y quedar convertidos en apenas hueso y
pellejo y sin fuerzas para moverse. Ese proceso mediante el cual se auto
momificaban, podía durar de tres a diez años y era, como ya lo hemos dicho,
extremadamente doloroso.
Aunque el ritual se
modificó algunas veces a lo largo de los nueve siglos de los que se tiene
constancia histórica, las tres fases principales nunca variaron. Cada una de
ellas duraba mil días.
En la segunda fase, que tenía también una
duración de mil días, la dieta del monje se volvía aun más limitada, debido a
que sólo se alimentaba de raíces y de la corteza del pino. Día por día, se iba
demacrando más y más porque el agua y la grasa corporal de su organismo eran ya
casi nulas. En un estado por demás débil y con una apariencia esquelética, se
dedicaba con gran fervor a largos periodos de oración y al canto de los mantras
sagrados. En esta etapa bebía continuamente un té preparado con la savia
venenosa del árbol urushim a fin de
que su cuerpo también se volviera venenoso para gusanos y escarabajos que de
otra manera, consumirían su carne después de su muerte. Los efectos de este té
venenoso eran terribles: el monje sufría una grave deshidratación, vomitaba,
sudaba y orinaba de continuo por lo cual se reducían aún más sus fluidos
corporales y su cuerpo se convertía en un amasijo de piel y huesos.
Al llegar a la tercera fase, el monje estaba ya
severamente debilitado y padeciendo un gran dolor físico por el veneno del té
que ingería. Entraba entonces en el último periodo de su camino sagrado. Prácticamente, ya se había convertido en una momia viviente.
A partir de ese momento los monjes le construían un refugio subterráneo, tres metros bajo el suelo y elaboraban para él un ataúd de madera con espacio apenas suficiente para que pudiera colocarse en posición de loto y continuar allí su meditación y sus mantras.
A partir de ese momento los monjes le construían un refugio subterráneo, tres metros bajo el suelo y elaboraban para él un ataúd de madera con espacio apenas suficiente para que pudiera colocarse en posición de loto y continuar allí su meditación y sus mantras.
El monje continuaba
respirando por medio de un tubo de bambú y hacía sonar una campana mientras estaba todavía con vida.
Cuando la campana dejaba de sonar los monjes sabían que había muerto; removían el tubo de bambú y procedían a enterrar al monje por completo. Pasados mil días, lo desenterraban. Si el cuerpo estaba incorrupto y no presentaba ningún signo de descomposición, el ritual se había realizado correctamente. El monje se había momificado de forma “natural” y se había convertido en un Sokushinbutsu.
Cuando la campana dejaba de sonar los monjes sabían que había muerto; removían el tubo de bambú y procedían a enterrar al monje por completo. Pasados mil días, lo desenterraban. Si el cuerpo estaba incorrupto y no presentaba ningún signo de descomposición, el ritual se había realizado correctamente. El monje se había momificado de forma “natural” y se había convertido en un Sokushinbutsu.
Templo Kaikoji en Sakata
Su momia era llevada entonces con mucho respeto hasta el templo Kaikoji, ubicado en la región Sakata. Un monasterio donde por generaciones, los monjes Ato San se ocuparon de atender a las momias de los Sokushinbutsu con solícito cuidado.
De acuerdo a la leyenda, los monjes que hacían su ritual de momificación en las parte baja del Monte Yudono, debían su éxito a una de las fuentes de esa montaña a la cual se le atribuían poderes místicos. Beber de su agua estaba reservado solo para los monjes que buscaban convertirse en Sokushinbutsu.
Monte Yudono
Las pruebas científicas que se han
hecho actualmente del agua de esta fuente, demostraron altos niveles de
arsénico, un químico altamente venenoso, que al ser ingerido produce falla de
algunos órganos y la muerte de las células del cuerpo, pero que es también, un
preservativo muy poderoso. Es muy probable que esta fuera la razón por la que los
monjes que bebían el agua de esa fuente tuvieran mayores probabilidades de
preservar incorruptible su cuerpo.
Kochi
En las montañas de
Honshu, que pueden ser vistas desde la costa norte del mar de Japón, hay un
pequeño templo budista en el cual se encuentra Kochi, tal vez el más antiguo de los Sokushinbutsu encontrados. Está
protegido en un santuario de vidrio y es reverenciado como una deidad. Practicó
el ritual de auto momificación en el año 1363 a la edad de sesenta y seis años. Su cuerpo está bien preservado. Sus dedos
son similares a garras torcidas hacia adentro y la piel de su cara no posee
grasa por lo que está bien templada. Kochi, viste sotana ceremonial y está
sentado en posición de loto. En el siglo XIX fue inmortalizado en la novela de
Bokushi Susuki Snow Country Tales, publicada
en 1841 y se convirtió en una celebridad.
Maestro Kukai, también conocido como Kobo Daishi, fundó la escuela Shingon de budismo japonés.
Existen varias teorías
acerca del origen de esta inquietante práctica. La más aceptada es la de que
fue iniciada en el Japón por el maestro budista Kukai, fundador de la escuela
Shingon, quien trajo esas enseñanzas de China como parte de la disciplina
secreta tántrica que allí había aprendido y que en la China habían olvidado.
Vale decir, que a
mediados del siglo XIX, la auto momificación fue prohibida en Japón y que en la
actualidad, ya ningún monasterio o grupo budista la practica.
Pese a ello,
estos monjes momificados que todavía se conservan en algunos templos, son
venerados como auténticos Budas, quizá como recompensa a lo mucho que se
sacrificaron para conseguir ese estado.
Empero, la mayoría de
los Sokushinbutsu son desconocidos.
En el propio Japón muchos de sus habitantes no están al tanto de la existencia
de estas auto deidades. Quizá por esa misma razón, las momias disfrutan de un
sereno anonimato en los oscuros templos de las montañas donde residen,
protegidas de la curiosidad y guardando en su cuerpo descarnado y seco, el
secreto de su extraordinaria historia.
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