La Tierra, ¿un planeta habitable?
Leonor María Fernández Riva
Hace ya algún tiempo tuve la oportunidad de leer un libro titulado Planetas habitables, en el cual Stephan Dole, su autor, analizaba la posible habitabilidad humana en otros planetas. Fue mi primer encuentro con muchas cosas interesantes acerca del universo: las estrellas binarias (más frecuentes de que lo que me imaginaba) y las extrañas órbitas que podían adoptar los planetas en esos sistemas; la expansión cósmica; la materia oscura; las supernovas; los quásares y toda una serie de datos curiosos desconocidos hasta entonces para mí.
No obstante y a pesar de las dificultades que el texto me presentaba, el tema me atrapó, y al avanzar en su lectura quedé impactada por la cantidad de características -casi imposibles de reunir- que según el autor debería tener un planeta para ser considerado habitable para los seres humanos.
Dole no se ocupaba en esta obra de la vida extraterrestre. No. Su propuesta era evaluar la probabilidad de encontrar en el espacio planetas que pudieran ser habitados en un futuro hipotético por el ser humano. Para contestar afirmativamente esa pregunta establecía varios parámetros, como por ejemplo: que una estrella tuviera varios planetas; que uno de esos planetas tuviera una órbita propicia para la vida humana; que ese planeta tuviera a su vez una masa y una atmósfera adecuadas, que no fuera proclive a los terremotos, que en su superficie existiera agua líquida y la posibilidad de construcción de cadenas de carbonos; que no fuera blanco frecuente de meteoritos y asteroides, y así, tantos más. Las conclusiones finales de Dole no fueron muy esperanzadoras: según él, los humanos difícilmente podríamos alguna vez llegar a conocer un planeta con tan benévolas características como el que hoy habitamos.
El libro de Stephan Dole fue publicado en 1968, un año antes de que el hombre llegara a la Luna. Hoy, cuarenta y tres años después, el telescopio Kepler -buscador de planetas de la NASA-, arroja cifras astronómicas acerca de millones de posibles planetas avistados, pero de esos millones de cuerpos celestes solo 1.236 son candidatos a planetas y de estos, únicamente 54 se encuentran en la zona posiblemente habitable.
Aunque la investigación sobre potenciales planetas habitables y la posibilidad de vida extra terrestre resulte poco menos que disparatada para aquellos que consideran la exploración del espacio un mero capricho científico, la fragilidad de nuestro planeta azul torna esta utopía en algo casi que prioritario.
El último terremoto de Japón y otras tragedias naturales y tecnológicas ocurridas con preocupante frecuencia en los últimos tiempos han llevado a algunos a releer con mayor detenimiento las apocalípticas predicciones que se han planteado para este periodo de la humanidad, y a otros, entre los que me incluyo, a cuestionarnos si la Tierra, este querido e irreemplazable vividero, está tornándose inhabitable.
Por estremecedora que resulte esa posibilidad no es de ninguna manera improbable que nuestro planeta involucione en su capacidad de contener vida. La Tierra no siempre fue habitable y aun después de serlo ha sufrido a través de su historia devastadores cataclismos que a su tiempo exterminaron prácticamente toda la vida del planeta. Hace cuatro mil millones de años la Tierra era una bola incandescente con la superficie apenas cubierta por una leve costra continuamente herida por la frecuente caída de los meteoritos que en aquella época aún poblaban el sistema solar. Ninguna forma de vida actual hubiera sido capaz de sobrevivir en su superficie, pero en aquel caos continuo provocado por constantes erupciones volcánicas, géiseres y bombardeo de meteoritos y rayos cósmicos, se encontraban presentes todos los elementos necesarios para la vida. A lo largo de la historia de nuestro planeta, la biodiversidad fue evolucionando bajo la influencia de diferentes factores. Pero la vida del planeta siguió estando expuesta a sucesivas y dramáticas extinciones que en diferentes periodos acabaron las múltiples formas de vida que poblaron su suelo.
Brevemente, para no cansarles demasiado, voy a referirme a las seis grandes extinciones masivas que acabaron con el ¡noventa y cinco por ciento de las especies existentes en la Tierra!
La primera de estas extinciones es conocida como “La extinción masiva del Cámbrico-Ordovícico” y tuvo lugar a principios de la era Paleozoica. En aquella época la vida se concentraba enteramente en el mar, por lo cual los seres marinos fueron los únicos afectados. Los científicos creen en la actualidad que la causante del exterminio del noventa y cinco por ciento de las especies se debió a un periodo glacial o a la reducción de la cantidad de oxígeno disponible.
La segunda gran extinción -la más trágica en la historia de la Tierra- ocurrió hace aproximadamente cuatrocientos cuarenta y cuatro millones de años, época en la que dos desapariciones masivas marcaron la transición entre los periodos Ordovícico y Silúrico. El primer evento ocurrió al inicio de una larga edad de hielo, al descender el nivel del mar; el segundo, entre quinientos mil y un millón de años más tarde por el efecto contrario: al producirse el hundimiento de los glaciares e incrementarse el nivel del mar al finalizar la edad de hielo. Los grandes afectados fueron los seres marinos, únicos habitantes del planeta. Desaparecieron el cincuenta por ciento de corales y cerca de cien familias biológicas lo que representaba el ochenta y cinco por ciento de las especies de fauna.
La tercera gran extinción ocurrió entre el Silúrico y el Devónico y tuvo mayor impacto en los mares que en los continentes, y en las latitudes tropicales que en las medias. En conjunto se estima que desaparecieron el setenta y siete por ciento de las especies. Las causas no terminan de esclarecerse, aunque se sospecha del enfriamiento global sin excluir la posibilidad de un impacto extraterrestre.
La cuarta gran extinción ocurrió aproximadamente hace doscientos cincuenta millones de años y define el límite entre la era Primaria y la Secundaria, entre los periodos Pérmico y Triásico. Es conocida como “La Gran Mortandad”, por ser la más dramática de las extinciones ocurridas en la Tierra. Perecieron el noventa por ciento de todas las especies; el noventa y seis por ciento de las especies marinas y el setenta por ciento de las terrestres, además de un gran número de insectos, árboles y microbios. Los conocidos trilobites desaparecieron para siempre con esta extinción en masa. Tras la catástrofe sólo sobrevivió un diez por ciento de las especies presentes a finales del Pérmico. Las causas de esta gran hecatombe son variables. Se baraja entre un vulcanismo extremo, un impacto de un asteroide de gran tamaño, la explosión de una supernova cercana o la liberación de grandes cantidades de gases de invernadero. Los científicos opinan que lo más seguro es que no se debió a una causa única, ya que para ser el evento de extinción y destrucción más devastador que la Tierra haya conocido jamás, esta tuvo que ser atacada desde varias fuentes.
La quinta gran extinción es conocida como la extinción masiva del Triásico-Jurásico; la tercera más catastrófica. Afectó de manera importante la vida en la superficie y en los océanos de la Tierra. Desaparecieron cerca del veinte por ciento de las familias biológicas marinas (aunque la mayoría de estos grupos se recuperaron en el Jurásico), lo que equivale a aproximadamente el setenta y cinco de los invertebrados marinos. Los únicos reptiles marinos que sobrevivieron fueron los ictiosauros y plesiosauros. La liberación de un número tan grande de nichos ecológicos dejó el escenario preparado a los dinosaurios, que empezarían su dominio en la Tierra en el siguiente periodo. Se han propuesto diversas explicaciones para este evento, pero en todas ellas quedan cabos sueltos. Ni los cambios climáticos graduales ni los cambios en el nivel del mar ni el posible impacto de un asteroide ni la posibilidad de erupciones volcánicas masivas explican fehacientemente como ocurrió este suceso.
La sexta gran extinción causó la desaparición en masa de los grandes reptiles. Se desconoce su duración pero se suele cuadrar a finales del período Cretácico. La desaparición en masa de los grandes reptiles dio paso al Cenozoico. Este exterminio causó la extinción de aproximadamente el cincuenta por ciento de los géneros biológicos, entre ellos, los dinosaurios, pterosaurios, reptiles nadadores, plesiosauros y mosasaurios, ammonoideas, rudistas e inocerámidos. Los grandes supervivientes fueron la mayor parte de las plantas, de los animales terrestres (tales como insectos, caracoles, ranas, salamandras, tortugas, lagartos, serpientes, cocodrilos y mamíferos placentarios); de los invertebrados marinos (estrellas de mar, echinoidea, moluscos y artrópodos) y de los peces. Existen diferentes teorías para explicar este evento pero la más aceptada es la posibilidad del impacto de un meteorito de gigantescas dimensiones que levantó grandes cantidades de polvo e impidió con ello que la luz solar llegara hasta las plantas, y al reducirse sustancialmente su cantidad se generó un grave desequilibrio en las cadenas alimentarias.
¿Hay acaso una séptima gran extinción? Sí, amigos. De hecho, algunos científicos afirman que al comenzar el período del Holoceno -la última y actual época geológica del periodo Cuaternario, que comprende 11.784 años desde el fin de la última glaciación-, comenzó la séptima extinción masiva de la llamada megafauna, extinción que se extiende a otras especies hasta nuestros días. La lista de esta megafauna, hoy extinta, es inmensa: el león de las cavernas, el gato cimitarra, el lémur gigante, el mamut, el mastodonte, el tigre dientes de sable, el rinoceronte lanudo…Su extinción se atribuye en parte a los cambios climáticos a escala global aunque la explicación más plausible es la actuación humana.
A las grandes hecatombes y extinciones que ha sufrido nuestro planeta cíclicamente; al deterioro ambiental; a la posible colisión de nuestro planeta con asteroides y meteoritos de singular tamaño; al cambio climático; a los agujeros negros situados a una distancia cada vez más inquietante, debemos agregar ahora la inminente amenaza nuclear, constituida no solo por las bombas nucleares en poder actualmente de diferentes países sino por la fragilidad de las numerosas plantas nucleares construidas alrededor del mundo. Como quedó demostrado en Chernóbil, y ahora también en Japón, la fisión inofensiva del átomo, es solo una utopía.
El título de esta columna: “La Tierra, ¿un planeta habitable?”, no parece entonces tan descabellado, ¿verdad? Y tampoco parece tan descabellada la idea de buscar con urgencia otros mundos quizá más acogedores en un futuro, que este tan querido, pero también tan contaminado y depredado planeta azul.
Los niños del siglo pasado leímos fascinados a Supermán y nos emocionamos con su historia: un bebé de pocos meses de nacido que llegó a la Tierra a bordo de una cápsula espacial procedente de Kriptón, un planeta lejano en extinción. Sus padres, una pareja de científicos, lo habían enviado a este lejano planeta para que sobreviviera a la inminente desaparición del suyo. Traigo a colación esta fantasía porque me parece que en las actuales circunstancias ya no parece tan fantástica.
No digo, claro está, que algo semejante vaya a suceder hoy o mañana, pero quizá en un futuro impredecible esta leyenda pudiera muy bien convertirse en realidad. Después de todo, y según afirman los entendidos, la realidad está alcanzando a pasos agigantados a la ciencia ficción.
El tiempo lo dirá.
Cali, Abril 1 de 2011
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